Xusa Serra, experta en acompañamiento al duelo: “Nos hemos alejado de ver la muerte como algo natural en cualquier etapa de la vida”

Filosofía con instinto

La enfermera y antropóloga especializada en acompañamiento al duelo reflexiona sobre los elefantes, la muerte y la armonía del ciclo vital según el filósofo chino Zhuangzi

Xusa Serra es experta en acompañamiento en el duelo

Xusa Serra es experta en acompañamiento en el duelo

Xusa Serra

La muerte es una constante en el ciclo de la vida, pero ¿son los humanos los únicos que la comprenden?

La comprensión de la muerte en el reino animal ha sido objeto de estudio por diversos investigadores, entre ellos la filósofa Susana Monsó. En su libro Playing Possum: How

Animals Understand Death, explora cómo distintas especies perciben la muerte y reaccionan ante ella. Monsó sostiene que ciertos animales, como primates y elefantes,

poseen un concepto mínimo de la muerte. Su trabajo sugiere que estas especies no solo reconocen la muerte en sus congéneres, sino que también pueden tener una conciencia básica de su propia mortalidad.

Los elefantes, por ejemplo, son conocidos por su fuerte sentido de comunidad y su memoria excepcional. Cuando un miembro de la manada fallece, los elefantes se detienen ante su cuerpo y lo tocan con la trompa, permanecen junto a él durante días e incluso intentan cubrirlo con ramas y tierra. Algunos estudios han documentado cómo los elefantes regresan repetidamente al lugar donde yace un cadáver, como si mantuvieran un vínculo con los restos de su compañero.

Los elefantes son conocidos por su fuerte sentido de comunidad y su memoria excepcional

Los elefantes son conocidos por su fuerte sentido de comunidad y su memoria excepcional

Andrew Linscott

Los primates, por su parte, muestran un duelo profundo. Como comentamos en el artículo anterior, algunas madres chimpancés cargan con su cría muerta durante días o incluso semanas antes de abandonarla. Otras especies, como los bonobos y los gorilas, acicalan a sus muertos, los vigilan e incluso permanecen en silencio a su lado, como si comprendieran la trascendencia de la pérdida. Otros primates, al percibir que su final está cerca, se apartan del grupo y buscan un rincón aislado como si aceptaran su destino.

Incluso animales más pequeños, como los roedores, muestran signos de angustia cuando fallece un compañero, dejando de alimentarse por un tiempo o emitiendo vocalizaciones de estrés.

Estos comportamientos sugieren que la muerte no es un acontecimiento indiferente para estos animales, sino un evento que transforma la dinámica de sus comunidades.

Algunos científicos sostienen que los chimpancés experimentan emociones comparables a las humanas, aunque menos complejas

Algunos científicos sostienen que los chimpancés experimentan emociones comparables a las humanas, aunque menos complejas

Guenter Guni

La muerte siempre transforma a quien se va y a quienes se quedan, y aunque a veces nos aterre pronunciar su nombre, siempre está presente.

En la tradición budista, la muerte no se contempla como un final absoluto. Es un proceso natural e inevitable que no hay que temer. Siddhartha Gautama, el Buda, enseñó que todo en la vida es impermanente, incluida nuestra propia identidad. La comprensión y aceptación de la muerte es, por tanto, un pilar central de la sabiduría budista.

Según el budismo, la resistencia a la muerte surge del apego a la vida material y al ego, lo que genera sufrimiento. La verdadera paz se alcanza cuando uno comprende que la muerte no es el fin, sino una transformación hacia otra realidad, por lo que se presenta como una oportunidad para practicar la compasión y el desapego hacia lo material y las ataduras emocionales.

Para el budismo tibetano, en particular, la muerte es un proceso de tránsito en el que la consciencia se desprende del cuerpo y continúa su camino hacia una nueva existencia. En el Libro tibetano de los muertos, se describen los distintos estados que atraviesa el alma en su viaje después de la muerte, una concepción que invita a afrontar la mortalidad con serenidad.

Uno de los filósofos orientales que más reflexionó sobre la muerte fue Zhuangzi, pensador taoísta del siglo IV a.C. En uno de sus relatos más célebres, tras la muerte de su esposa, Zhuangzi no cayó en el lamento desgarrador, sino que tocó un tambor y celebró su existencia como parte de un ciclo natural.  La muerte para el filósofo era como el cambio de estaciones: algo inevitable y armonioso dentro del flujo del universo. Su pensamiento nos recuerda que la muerte es una manifestación más de la naturaleza, no un enemigo.

Uno de los filósofos orientales que más reflexionó sobre la muerte fue Zhuangzi

Uno de los filósofos orientales que más reflexionó sobre la muerte fue Zhuangzi

Libro de Zhuangzi

Hoy tengo el placer de entrevistar a Xusa Serra, enfermera y licenciada en Antropología social y cultural, con un posgrado en Tanatología y un máster en Investigación en enfermería y salud, está especializada en el acompañamiento al final de la vida y el duelo de los niños. Además, es terapeuta de Grupo de Duelo (Truyols, Servicios Funerarios) y fundadora de la asociación GestDol, para la atención al duelo de las personas.

Rosa: Xusa, en la naturaleza, especies como los elefantes o los chimpancés parecen afrontar la muerte con aceptación. ¿Por qué en culturas occidentales como la nuestra nos resistimos consciente o inconscientemente a asumir nuestra propia mortalidad?

Xusa: Tenía cuatro años cuando falleció mi abuela, pero recuerdo perfectamente. Mi padre me sentó en la cama donde ella yacía, vestida con la ropa que con antelación había elegido para ese momento. Cuando me pidieron que le diera un beso, lo hice. Recuerdo que estaba muy fría. Entonces pensé que le había ocurrido algo grave, porque siempre estaba calentita. Solía sentarse en su sillón junto a la estufa y no podías tocarla de lo caliente que estaba. No sabes cómo agradezco haberme podido despedir de ella, de haberle dado aquel beso que nadie podía dar por mí. Tiempo después, al crecer, comprendí que aquel beso fue una despedida. Con cuatro años, no eres consciente de la magnitud ni de la trascendencia de la muerte, pero sí hay momentos que te quedan grabados como un tatuaje en el alma. A medida que las personas dejaron de morir en casa, las familias perdieron aquel conocimiento ancestral que se transmitía de generación en generación. Aparecieron los hospitales con hábiles profesionales de la salud y avances tecnológicos que nos han permitido en muchos casos poder vivir más años. Pero paulatinamente las familias empezaron a quedar apartadas de los cuidados.

Cuando la muerte se vivía en casa, todos observaban cómo preparaban el cuerpo, cómo lo lloraban, cómo lo vestían, cómo lo peinaban y aprendías lo que tú harías cuando fueras mayor. Con la pérdida de aquel conocimiento doméstico se generó un temor a la muerte. Al morir en hospitales, tanatorios, nuestro cuerpo ha quedado lejos de la familia, por lo que actualmente existen varias generaciones que desconocen cómo cuidar de las personas al final de la vida, un pasto de inseguridad y temor. Nos hemos alejado del hecho de morir como algo natural a cualquier edad.

Xusa Serra, enfermera y licenciada en Antropología social y cultural

Xusa Serra, enfermera y licenciada en Antropología social y cultural

Xusa Serra

Rosa: Los elefantes regresan a los restos de sus compañeros incluso años después de su muerte. ¿Cómo influye la memoria en el duelo humano?

Xusa: Siempre hemos oído decir que los elefantes tienen muy buena memoria. Son capaces de recordar quiénes les han tratado bien y quiénes representan una amenaza. Cuando un elefante enferma o está a punto de morir, su manada permanece a su lado, acompañándolo hasta el final. Solo cuando fallece, el grupo retoma su camino. Sin embargo, nunca olvidan dónde quedó su compañero. Cuando regresan al lugar, siguiendo un estricto orden jerárquico, acarician sus huesos con la trompa, en un gesto que parece un tributo, una manera de cuidar más allá de la vida.

Recuerdo que cuando era jovencita vi un programa de Félix Rodríguez de la Fuente que llamó mucho mi atención. Hablaba del lobo. Una hembra que se sentía amenazada por los cazadores trasladó a dos de sus cachorros a otra cueva, pero no le dio tiempo de llevar al tercero. Cuando fue a buscarlo, había muerto de frío. Entonces, la loba escarbó en el suelo y lo enterró. ¿Aquella madre necesitaba cuidar del cuerpo más allá de la vida y preservarlo de los animales carroñeros? Aquel programa demostró que el hombre no es el único ser de la Tierra que necesita enterrar y despedirse de quien amamos.

También lo hacen los elefantes con sus rituales… Estos ayudan a calmar el alma de los supervivientes, demostrando lo que aquel ser ha representado. A veces me pregunto, ¿por qué después de morir seguimos recordando a las personas o a las mascotas queridas? ¿Qué sentido tiene el dolor cuando muere un ser querido? ¿No sería más fácil no recordarlo? ¿No tener memoria? Pero la naturaleza nos da precisamente lo que necesitamos, ese tiempo de duelo para que podamos descubrir qué significaba aquella persona o aquel ser querido en nuestra vida.

Rosa: Desde tu experiencia, ¿nuestra concepción de la muerte influye en la manera en que nos relacionamos con la vida y con los demás?

Xusa: Ser conscientes de que no viviremos para siempre nos ayuda a dar un valor al tiempo de vida. El tiempo es lo único que tenemos. En mi caso no soy dueña de nada más en este mundo, ni de mis hijos, ni absolutamente de nada más que de mi vida. Y mi vida es tiempo. Por lo tanto, soy muy celosa de dedicar mi tiempo a lo que realmente quiero y me interesa: cuidar de mi familia, por ejemplo; transmitir lo poco que sé, disfrutar de cosas que me gusten… Por ese mismo motivo, soy muy respetuosa con el tiempo de los demás. No me gusta hacer perder el tiempo a nadie.

Transmito este mensaje a los niños de las escuelas: no permitáis que nadie os haga perder el tiempo, porque el tiempo es vuestro. Cuando seáis mayores, tenéis que decidir qué hacer con vuestro tiempo. Nadie tiene que decidirlo por vosotros. Os podréis equivocar, os podréis caer, y tendréis que levantaros mil veces. Así es la vida, una inmensa caja de sorpresas.

Aprender es lo que da sentido a la vida y lo que pasará o lo que habrá después de la muerte, es el secreto mejor guardado. La naturaleza no deja que lo sepamos, pero creo que nos sorprenderá. Hay muchísimas personas que han compartido momentos cercanos a la muerte y nos descubren cómo la naturaleza nos prepara para ello. Del mismo modo que no nos deja recordar el momento de nacer, nos prepara también para el momento de morir, para una desconexión progresiva y un cambio en el estado de conciencia. Al final de la vida dejan de ser importantes aspectos que anteriormente quizás lo fueron y la principal preocupación es ahora, el dolor físico y poder estar con la familia.

Después de morir creo que posiblemente haya algo más, aunque solo lo sabremos cuando llegue nuestro momento. Este pensamiento me ayuda a relacionarme con el pasado, con la vida y con los demás.

No era fácil llegar hasta aquí ya que descendemos de 8.000 generaciones de personas. Y todo lo que hicieron y decidieron éstos en la vida hizo que nacieran unas personas y no otras. Por azar o por algún otro motivo, resulta que aquel óvulo de nuestra madre era el nuestro y fue fecundado por un único espermatozoide entre millones. Cualquiera de ellos, hermanos y competidores al mismo tiempo, tenía las mismas oportunidades, pero ellos murieron en el intento y nosotros fuimos los elegidos. ¿Por qué razón? No lo sé, pero cuando miro a alguien, pienso: “Lo que has luchado para poder sobrevivir, estás aquí por un propósito, por una razón”. Hemos venido a aprender, a enseñar y a amar y precisamente eso es lo que dejamos y lo que nos llevamos. Lo que no pesa más que una pluma.

Rosa: En El libro de la buena muerte, hablas de la importancia de una despedida consciente y de la aceptación. ¿Cuáles son las resistencias a las que se enfrenta el ser humano al intentar vivir una muerte serena y qué podríamos aprender de la naturaleza al respecto?

Xusa: El libro de la buena muerte es una compilación de experiencias, de vivencias acompañando a personas al final de la vida, a sus familias y en el duelo, durante más de veinte años. Este acompañamiento se traduce en un aprendizaje y la observación de las dos resistencias en el momento de morir. Una es la no aceptación de los que acompañan a la persona que está enferma. En la etapa final de la vida existe una Trilogía formada por el paciente, la familia y los profesionales de la salud. Cuando la familia y los profesionales cuidan y aceptan el camino que necesita seguir la persona que se prepara para morir, podremos hablar de una buena muerte. Para ello es importante que como pacientes compartamos con la familia formas de pensar y deseos al respecto, dado que son quienes mejor nos conocen y aman. También es importante tener cumplimentado el Documento de Voluntades Anticipadas para que, llegada una situación de enfermedad incurable, los demás conozcan nuestra voluntad.

En la vida nos podrán curar con suerte muchas veces, menos una y esta realidad es para todas las personas. Pero cuando no se entiende así, cuando a los profesionales de la salud solo se les forma para la eterna lucha por la vida y el curar, no son capaces de percibir el momento de desconexión de la vida.

Cuando preguntamos ¿cómo querrías morir?, nadie quiere morir con dolor, ni que nadie a quien queremos viva con dolor. Sufrir es lo único que no queremos. Por lo tanto, una lucha interminable para mantener la vida del paciente a cualquier precio solo conlleva a obligarla a convivir con un dolor desproporcionado y falto de sentido.

Un sinfín de pruebas molestas e innecesarias y un gasto sanitario injustificado. Para algunos profesionales, la muerte es una lucha perdida por lo que la mayoría viven la muerte del paciente con una frustración que se llevan a sus casas. Pienso que es injusto que carezcan de esta formación unos profesionales que precisamente desean dar lo mejor de ellos.

Al final de mi vida deseo tener a mi lado profesionales formados que me ayuden con un control del dolor y sin trabas para morir.

Xusa Serra está especializada en el acompañamiento al final de la vida y el duelo de los niños.

Xusa Serra está especializada en el acompañamiento al final de la vida y el duelo de los niños.

Xusa Serra

Rosa: Zhuangzi concebía la muerte como un cambio dentro del ciclo natural. ¿Cómo puede ayudarnos esta visión a transformar nuestro miedo a la muerte?

Xusa: Cuando pienso en la muerte en el día a día hace que, por ejemplo, atraviese las calles cuando el semáforo está en verde, me coloque el cinturón de seguridad en el coche o un casco si voy en patinete o en bicicleta, porque quiero proteger mi vida. De manera que este miedo a la muerte es un miedo sano.

Pero cuando el miedo a la muerte traspasa la imaginación y ese miedo se proyecta en el futuro, entonces vivo la muerte como un monstruo y me dificulta vivir bien el presente. Y es entonces cuando ya no podemos entender la muerte como un hecho en el que la naturaleza nos ayudará cuando llegue el momento. Por ejemplo, cuando estás junto a una persona que se está preparando para morir, una de las preguntas que se hace es: “¿Hoy me moriré?” Y entonces le respondo con otra pregunta: “¿Tú estás preparado para hacerlo? ¿Estás preparado para morir hoy?” Y si responde: “No”, entonces, le digo: “Pues hoy lo más seguro es que no será”. Cuando los niños viven la muerte de un pequeño de su misma edad, les preocupa y les da mucho miedo que les ocurra a ellos. El miedo es como un globo lleno de aire a punto de estallar. Poner palabras a lo que nos preocupa es positivo a cualquier edad ya que expresando las emociones, nuestro globo pierde gradualmente la tensión. Que los niños puedan preguntar si se van a morir es bueno y sano, porque significa que son conscientes de la vida, que les gusta su vida y la quieren seguir conservando.

Cuando ellos formulan esta pregunta, recomiendo devolverles la pregunta: “¿Tú que crees?” Si dicen “Sí, claro que me moriré”, podemos responderles: “Pero no nos morimos hasta que no estamos preparados para hacerlo. ¿Tú estás preparado hoy?”

“No”. “Pues hoy lo más seguro es que no será”. Y entonces se quedan más tranquilos.

Rosa: En algunas culturas orientales, la muerte se prepara con rituales específicos para ayudar al tránsito del alma, como el Bardo Thödol en el budismo tibetano o los rituales funerarios sintoístas en Japón. En Occidente, la unción de los enfermos cumple una función similar. ¿Qué impacto tienen estos ritos ante el trance de la muerte?

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Xusa: Cuando muera, habrá unas personas determinadas que son las que me acompañarán en aquel momento. Por lo tanto, su sintonía y proximidad, me ayudará a entender su aceptación ya que una de las preocupaciones del final de la vida y como hemos dicho, aparte del dolor, es la familia. Uno de los trabajos de los profesionales de la salud es acompañar y ofrecer a las familias todas aquellas herramientas que puedan ayudarlos en este momento. La familia es quien nos ayudará realmente a poder hacer ese trance, ese paso, esa graduación con satisfacción, con tranquilidad, con el convencimiento de que a pesar del dolor, la familia ha podido entender que el momento de morir ha llegado.

Considero que es muy importante dar a las familias la oportunidad de ir al hospital, de poder estar presentes en ese momento. Y también, una vez la persona ha muerto, que puedan limpiar el cuerpo, vestirlo, peinarlo, que puedan empezar a despedirse porque eso es el inicio de un duelo saludable. Poder recordar lo que se hizo por la persona querida reconforta. Recuerdo a un señor al que le gustaba mucho un cantante y en concreto una canción y la familia se puso en contacto con el artista. Cuando el señor ya estaba en la etapa final de la vida, llamaron por teléfono al cantante y pudo escuchar en directo su canción preferida. Murió a los pocos minutos. Como es lógico la familia estaba rota de dolor, pero orgullosa del precioso regalo que acababan de hacerle. Quien hace algo así es porque nos conoce muchísimo. Estos rituales son una forma de cuidar, hacen bien a la familia y también al propio enfermo.

Del mismo modo que cuando nacemos nos tranquiliza que nos tomen en brazos y oír el latido del corazón y la voz de la madre, en el momento de morir, también reconforta la voz, el olor y la forma de tocar de nuestra familia.

Rosa: En Occidente, a menudo evitamos hablar de la muerte… Decía Platón que “el filósofo auténtico se ejercita en morir, y para nadie es menos temible la muerte”.

Xusa: Hoy en día en Occidente solemos evitar hablar de la muerte. No nos importa decir me muero de hambre, me muero de miedo, me muero de frío o me muero de calor. Pero en cambio, cuando se muere alguien, evitamos usar la palabra. No decimos “ha muerto Pedro”, sino “nos ha dejado”. Se deja a alguien que ya no quieres o ya no te gusta.

Las personas somos como una botella de cristal. El vidrio es nuestro cuerpo físico que se puede romper, que desaparece, mientras que el contenido, lo que hay dentro de la botella, es lo más importante y es lo que quedará de nosotros en los demás. De manera que hablar de la muerte y no usar la palabra es como una manera de rehuir de la realidad de aquella persona. No se ha marchado. Es más, cuando muere una persona que ha sabido hacer los tres trabajos más importantes en la vida, que son aprender, enseñar y querer, sigue estando presente en nuestra vida hasta el último aliento.

Si recordamos lo que hacía, lo que le gustaba, es porque aquella persona ha dejado un buen recuerdo, un testimonio de vida dentro de nosotros. Evitamos hablar de la muerte, pero realmente lo que intentamos es negar la necesidad de dejar paso a las nuevas generaciones. Cuando hoy en día preguntamos a los niños: “¿A ti te gustaría hacerte viejecito?” Responden que no. Porque no ven positivo hacerse viejo en nuestra sociedad. Tienen la percepción de que las personas mayores son un estorbo.

Pero cuando les preguntas: “¿Esto quiere decir que te gustaría morir joven?” Responden que no. Me pregunto entonces: ¿Dónde estamos realmente? ¿Dónde nos hemos perdido? No me quiero hacer mayor y no me quiero morir nunca. Por el contrario cuando esta pregunta la formulas en países del hemisferio sur, responden que sí, porque para ellos envejecer es un signo de sabiduría, de supervivencia, conocimientos, lecciones, decisiones y de pertenencia a un grupo. Por ello es importante normalizar de nuevo la muerte como el final del ciclo de la vida.

Xusa es terapeuta de Grupo de Duelo (Truyols, Servicios Funerarios) y fundadora de la asociación GestDol, para la atención al duelo de las personas.

Xusa es terapeuta de Grupo de Duelo (Truyols, Servicios Funerarios) y fundadora de la asociación GestDol, para la atención al duelo de las personas.

Xusa Serra

Rosa: La muerte es un tema difícil de abordar con los niños. Desde la tanatología, ¿cómo podemos acompañarlos en la comprensión de la muerte sin generar miedo ni trauma?

Xusa: La muerte es un tema difícil de abordar con los niños hoy en día. Hace unos años no ocurría porque la muerte, como decíamos, se vivía en casa. Cuando era pequeña, mi abuela Conxita tenía conejos que alimentaba, cuidaba, mataba y vendía.

Yo los veía nacer, crecer y jugaba con ellos. Mi abuela siempre decía: “Juega todo lo que quieras con ellos, pero no les pongas nombre.” De niña no lo entendía, pensaba que era porque como una coneja podía tener ocho, diez, doce conejitos, no hubiera sabido quién era quién. Con el tiempo lo entendí, no quería que al ponerles nombre los conejos se convirtieran en mascotas y parte de la familia. Mi abuela, simplemente, me dejaba observar la vida y formar parte de ella. Cuando tenía que matar un conejo para venderlo, me dejaba pasar un rato con él. Entonces aprovechaba para agradecerle su generosidad ya que gracias a él podríamos comer. En aquellos momentos también le explicaba que se moriría, pero que no sufriría porque la abuela era experta y no lo permitiría. La gente le decía a la abuela que la carne era muy tierna, y ella estaba convencida de que el motivo era que estaban acompañados hasta el final, evitando el estrés y el sufrimiento. Aquel recuerdo me hizo tomar conciencia de la importancia de acompañar en la etapa final de la vida, sin darme cuenta aquella vivencia produjo un camino en mi vida.

Hoy en día, la televisión nos muestra a personas que han muerto a causa de desastres naturales, guerras y que vemos a cualquier hora. Por lo tanto los niños están rodeados de muertes traumáticas de persones desconocidas y ajenas a su vida, pero cuando muere un ser querido la mayoría no podrá despedirse o no lo visitará cuando se encuentre en el final de la vida, en un hospital. Solo acuden a los hospitales para visitarse o para ver a un recién nacido. ¡Qué importante es hacerlo! Ya que se trata de una persona que ellos quieren y tienen interés por saber y hacer preguntas. Intentar esquivar las preguntas de un niño es un flaco favor. Si ellos preguntan es porque necesitan conocer la realidad, tener conciencia de lo que vive la familia.

Por lo tanto, el momento de hablarles de la muerte es el momento en que lo están viviendo. Cuando un niño pregunta es mejor evitar dar una respuesta de adulto, sino devolverles la pregunta: “¿Por qué me haces esa pregunta? ¿Qué es lo que te preocupa?” ¿Cómo ves tú al abuelo? Aquí empieza un diálogo de confianza y un niño que confía es un niño cuyos miedos se reducen al mínimo.

Rosa: Tu libro pone en valor la despedida como un acto fundamental en el proceso de morir. ¿Cómo podemos convertir la despedida en un espacio que tenga sentido?

Xusa: Despedirnos es una necesidad y nadie la realiza del mismo modo. Depende de la forma de ser, de pensar, de valores y preferencias. Hay personas más abiertas, otras más introvertidas. Lo fundamental es respetar cómo quiere despedirse la persona. Puede ser que espere a que le visite alguien o muera cuando sale la familia de la habitación. 

Tenemos que respetar y comprender ese mundo íntimo y vivido por primera y única vez. Cada uno tiene su barco que solo podemos dirigir nosotros y los más cercanos conocen nuestra forma de navegar. Recordemos aquel señor que, después de oír aquella canción, murió. Esto es lo que aporta sentido. A veces lo más sencillo puede ser lo más importante. Tocarle, ponerle crema en la piel descamada haciéndole un masaje, dirigirle unas palabras… Si la familia llora ayuda a la persona a darse cuenta de cuál es el nivel de aceptación de los familiares. Ir por el mismo camino con sintonía otorga sentido y significado al momento.

Rosa: Si la muerte es la gran certeza de la vida, ¿cómo podemos integrarla para vivir con mayor plenitud y autenticidad?

Xusa: Lo explicaré con un ejemplo. Hoy en día se intenta controlar absolutamente todo, incluso el final de la vida. Hay personas que en el momento de morir han decidido congelar su cuerpo porque no aceptan que su final era aquel y tienen la esperanza de que en un futuro haya un tratamiento que les pueda curar de la enfermedad que padecen. Supongamos que muero y congelan mi cuerpo. Entonces me pregunto, ¿oficialmente estoy muerta? ¿En qué situación queda mi marido? ¿Es realmente viudo y podrá cobrar la pensión de viudedad? ¿Podrá rehacer su vida y casarse de nuevo? ¿Mi miedo a morir dificultará que él viva su vida?

Supongamos que, al cabo de cincuenta años, me despiertan e hipotéticamente me devuelven a la vida. ¿A quién conoceré? ¿Quiénes serán las personas de mi familia? Después de dos generaciones, ¿sabrán quién soy? ¿Quizás sea más joven que ellos? ¿Cómo será su vida y cómo les va a afectar mi retorno?

Dudo que puedan resucitar a nadie, pero el negocio se alimenta de convencer de ello e intentar esquivar a la muerte. Cuando intentamos ir en contra de la naturaleza, es cuando se presentan más conflictos éticos, de valores e incluso de salud mental. En cambio, valoramos y disfrutamos más de la vida cuando somos capaces de darnos cuenta de que es una inmensa suerte poder estar un día en esta vida y poder escribir una página en la historia de la humanidad. Morir es un acto de agradecimiento y generosidad, el único peaje por haber vivido.

La plenitud y la autenticidad se producen cuando somos capaces de dejar en el otro el recuerdo de haber sido personas generosas, sencillas y si hemos sabido querer. Y entonces sí que se nos recordará generación tras generación y no porque te hayan congelado en un cilindro. Hay que aceptar que tu vida es aquella y que después de ti llegarán otros.

Rosa: Háblanos de tu concepto personal de la muerte después de haberla vivido tantas veces de cerca.

Xusa: Lo que he aprendido es que no morimos, mientras haya alguien que hable de nosotros. Mientras haya alguien que necesite llevarnos flores allí donde estemos, mientras haya alguien que guarde algo de nosotros.

Una niña me contó que cuando murió su abuelo, pudo ir al funeral y despedirse. Entonces cogió la boina de su abuelo y la guardó dentro de una caja, que ella pintó y decoró. La niña comentaba cómo la ayudó poder tener aquella prenda porque tenía el olor del abuelo. Y antes de ir a dormir, abría un poquito la caja e inspiraba. Así podía dormir tranquila. ¿Qué generosidad habrá dejado el abuelo para que su nieta quiera guardar su boina? Esto es la plenitud en la vida. Esto es haber hecho los tres trabajos más importantes que la naturaleza espera de ti. Que dejes una semilla, igual que otros la han dejado en ti. Y, por lo tanto, nada tiene que ver con riquezas materiales, ni con lo que podamos comprar en ninguna tienda, ni que se pueda envolver. Ese es el regalo que mereces por el hecho de haber dejado esa semilla.

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