“Cuando hablamos de adicción, no hablamos de la conducta, sino de la personalidad que hay detrás”, afirma Luis Pérez, terapeuta especializado en adicciones. En su consulta ha visto repetirse un patrón que inquieta: “La personalidad de un adicto al móvil es muy parecida a la personalidad de un adicto al alcohol o de un adicto a la cocaína”. Lo dice con convicción, tras años observando a pacientes cuyas vidas giran en torno a un aparato aparentemente inofensivo.
Una adicción que va más allá del dispositivo
En realidad, explica Pérez, es raro encontrar personas adictas sólo al teléfono móvil: “Normalmente, el que es adicto al móvil, el que es adicto al trabajo, el que es adicto a las redes, también consume alcohol o fuma, o toma cocaína, también toma otras sustancias, a veces”. Lo que está en el centro del problema, insiste, es la función que cumple esa conducta o sustancia en la vida del individuo. No es el objeto en sí, sino la necesidad que cubre.
Un estudio en el que participa la Universidad Complutense de Madrid (UCM) ofrece cifras reveladoras: al menos un 5,1% de la población española sufre ya una adicción al móvil. Y el problema no se limita a adolescentes hiperconectados. La investigación, publicada en Frontiers in Psychiatry, revela que este uso problemático alcanza a adultos de hasta 45 años. Los investigadores cruzaron variables como ansiedad, depresión, impulsividad y consumo de alcohol, y encontraron una correlación clara: “El uso problemático del teléfono móvil mantiene un patrón de relaciones donde la ansiedad, la impulsividad y el consumo de alcohol son capaces de predecir el desarrollo de esta dependencia”, señala José de Sola, del departamento de Psicobiología de la UCM.
El informe concluye que la adicción al móvil comparte raíces comunes con otras dependencias reconocidas, especialmente en aquellos individuos que ya muestran dificultades emocionales. No es sólo cuestión de tiempo frente a la pantalla, sino de cómo interfiere en la vida real: afecta al sueño, al trabajo, a las relaciones personales y hasta al estado físico del usuario.
Resulta paradójico que, mientras algunas personas reconocen fácilmente una dependencia del alcohol o las drogas, muchas niegan rotundamente su adicción al móvil. “Es un enganche muy normalizado. Está por todas partes y se disfraza de necesidad profesional o social”, apunta Pérez. Según el terapeuta, uno de los grandes riesgos es que esta adicción tiene una alta tolerancia social. A nadie le sorprende ver a alguien revisar el móvil durante una cena, una reunión o incluso al volante. Pero detrás de esos gestos cotidianos, puede esconderse una dificultad real para desconectarse: “El problema no es el móvil, sino lo que la persona busca en él”.
Además, Pérez señala que la adicción al móvil rara vez aparece sola: “En la mayoría está involucrado el alcohol”. La adicción al móvil ha dejado de ser una sospecha para convertirse en una realidad diagnosticable. La clave, dicen los expertos, está en identificar que el problema no es el dispositivo, sino la relación que establecemos con él.


