Yuval Noah Harari, historiador y filósofo, lleva tiempo avisando de que la humanidad se ha adentrado en una fase desconocida. Afirma que “tenemos poderes casi divinos, como los de los dioses”, una idea que no surge de observar cómo la tecnología permite crear completamente nuevas formas de vida o, incluso, transformarnos a nosotros mismos. En sus palabras, “podemos cambiar nuestros cuerpos y podemos cambiar nuestras mentes”, algo que hasta hace apenas unas décadas pertenecía al terreno de la ciencia ficción.
Un poder que antes sólo pertenecía a los mitos
Harari insiste en que la dirección que tome la especie depende de las decisiones colectivas sobre la Inteligencia Artificial. “No puedo predecir qué haremos con nuestros poderes, pero potencial creador también puede destruirnos o destruir el mundo entero”. Harari planeta la urgencia de pensar, debatir y decidir, ya que el futuro no está escrito: depende de lo que se haga, de lo que se deje de hacer y del modo en que se gestione esta tecnología tan popular. La cifra estimada por OpenAI de que unos 700 millones de personas utilizan ChatGPT cada semana deja claro lo veloz que ha sido la adopción de estas herramientas.
En una entrevista con The Daily Show en septiembre de 2024, Harari ya advertía de que la inteligencia artificial está dejando de ser una mera herramienta. Define esta tecnología como algo “distinto de cualquier otra que se haya inventado antes”, porque es capaz de tomar decisiones y generar ideas sin supervisión humana. Mientras que una imprenta no podía redactar un libro nuevo y una bomba no decidía por sí sola qué ciudad arrasar, la IA sí puede realizar ese tipo de evaluaciones autónomas.
El historiador expone que el riesgo no es sólo técnico, sino institucional. La IA se está integrando, casi sin ruido, en sistemas bancarios que conceden créditos, en algoritmos que seleccionan candidatos laborales o en plataformas que evalúan el acceso a la universidad. Incluso en estructuras gubernamentales que distribuyen recursos públicos.
También recuerda que el desarrollo acelerado de la IA no es neutral. Empresas como Google, Microsoft, Meta y OpenAI compiten con gigantes chinos como Alibaba, Tencent o Baidu para liderar una carrera que casi nunca anteponen el bienestar colectivo a sus intereses.
Harari insiste en que el desafío no consiste en frenar la tecnología, sino en acompañarla de una evolución humana equivalente. Propone invertir en instituciones que garanticen la difusión de información veraz, regular los algoritmos para que prioricen el bien común y recuperar ritmos naturales en nuestras sociedades, demasiado marcadas por la inmediatez. Él mismo admite que desea que la humanidad tome “decisiones responsables”. El peligro, según él, no es la inteligencia artificial en sí misma, sino un uso poco reflexivo que convierta esa “navaja suiza digital” —que facilita la vida y, al mismo tiempo, amenaza empleos y estabilidad— en un arma que erosione derechos y fragilice instituciones.


