Durante más de un siglo, los agujeros negros fueron más un mito matemático que una realidad palpable. En 1915 Albert Einstein escribió las ecuaciones de la relatividad general, que marcaron los hitos científicos posteriores del siglo XX. Y muy poco después, Karl Schwarzschild encontró algo impensable para la ciencia, pero que explicaba a la perfección muchos secretos del universo: los agujeros negros.
Tal y como lo describió el propio Schwarzschild, los agujeros negros eran un lugar del espacio donde el tiempo se detiene y la luz se rinde. En su momento, se trataba de algo insólito que nadie creía, ni el propio Einstein. Sin embargo, la ciencia fue avanzando y dejó claro que los agujeros negros no solo existían, sino que eran indivisibles de la teoría de la Relatividad del propio físico.
Durante años, el mito siguió creciendo. La ciencia ya tenía claro que los agujeros negros existían, pero nadie había visto uno. Así que no fue hasta 2017 cuando se confirmó su presencia. En ese momento se reveló la primera imagen de un agujero negro, en concreto el M87*, un agujero negro supermasivo ubicado en el centro de la galaxia elíptica M87. A esta imagen le siguieron otras tantas a través del Telescopio del Horizonte de Sucesos (EHT), que terminaron dando validez tanto a la teoría de Einstein como a las derivadas que surgieron desde la Relatividad.
Las imágenes sucesivas de los agujeros negros pusieron el punto y final a las conversaciones en torno a los cálculos de Einstein. La teoría sostiene que el diámetro del horizonte de sucesos —y, por tanto, el del propio agujero negro— está directamente relacionado con su masa, delineando una sombra central tal como predijeron las ecuaciones de Albert Einstein hace más de un siglo.

La primera imagen de Sagitario A estrella , el agujero negro supermasivo que se encuentra en el centro de nuestra galaxia.
Interstellar
Christopher Nolan se adelantó al aspecto real de los agujeros negros
Antes de que las imágenes del Telescopio del Horizonte de Sucesos mostraran en todo su esplendor este fenómeno galáctico, hubo alguien que, tan solo siguiendo el diseño propuesto por el físico, llevó a cabo una reconstrucción más que realista de lo que vimos después. Este hombre es Christopher Nolan.
En Interstellar, el cineasta no recurrió a efectos visuales imaginarios para retratar los agujeros negros, sino que trabajó con la ciencia real hasta sus últimas consecuencias visuales. Para lograrlo, invitó a Kip Thorne, uno de los físicos teóricos más brillantes del mundo y futuro Nobel por su trabajo en ondas gravitacionales. Thorne impuso una regla clara: nada en la película podía violar las leyes conocidas de la física.

Agujero negro en 'Interstellar'.
De este modo, proporcionó las ecuaciones reales de la relatividad general que describen cómo la luz se comporta cerca de un agujero negro rotatorio (tipo Kerr). A partir de ellas, el estudio de efectos visuales Double Negative desarrolló un motor de renderizado completamente nuevo. Tardaban más de 100 horas por fotograma, pero el resultado era una visualización hiperrealista sin precedentes.
En el proceso descubrieron algo inesperado: el disco de acreción no se vería como un simple anillo. La intensa gravedad curvaría la luz de tal forma que el espectador vería también la parte trasera, formando un halo completo. El cine acababa de hacer un aporte a la astrofísica. Tanto, que Kip Thorne publicó artículos científicos a raíz de aquel modelo visual.
Por eso, cuando en 2019 el EHT reveló la imagen de M87*, muchos pensaron: “Esto ya lo habíamos visto antes… en el cine.” De este modo, Nolan aportó a la ciencia una primera aproximación de algo que se confirmaría muy poco después: el diseño de uno de los fenómenos más increíbles de la galaxia.