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“No podemos resolver nuestros problemas con el mismo pensamiento que usamos cuando los creamos”: la patente secreta de Einstein que podría haber revolucionado la energía solar

Energía solar

Albert Einstein inventó una patente que podría haber revolucionado la energía solar.

Diseño propio

Albert Einstein es sinónimo de la teoría de la relatividad, de ecuaciones inabarcables y de la imagen icónica de un científico amable con la lengua fuera y el cabello enmarañado. Pero hay una faceta mucho menos conocida —y quizá más cercana a la realidad— del físico más famoso del siglo XX: la del inventor preocupado por el bienestar de la gente común.

Todo comenzó con una tragedia. En el Berlín de entreguerras, una familia murió por una fuga de gas tóxico de su refrigerador. En ese momento, Einstein se hizo eco de la noticia y quedó profundamente afectado. En aquella época, los sistemas de refrigeración utilizaban gases peligrosos como el dióxido de azufre o el amoníaco, y las fugas eran más comunes de lo que se pensaba. No era solo un problema técnico, sino una cuestión de vida o muerte que no solo afectó a aquella familia, sino que era bastante habitual.

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De este modo, y como solía hacer en estos casos, Einstein se puso a pensar. ¿Cómo podía hacer para acabar con ese sistema tan peligroso y ofrecer una alternativa segura —y funcional— para las familias? El físico decidió unirse al físico húngaro Leo Szilard —quien años más tarde impulsaría la creación de la bomba atómica, como pudimos ver en la película Oppenheimer— para diseñar este invento. 

El resultado fue una patente insólita: un refrigerador sin motor, sin electricidad y sin piezas móviles, que funcionaba gracias al calor y a los principios de la física cuántica. El frigorífico de Einstein y Szilard se basaba en un ciclo de absorción de gases (como amoníaco, butano y agua), movidos mediante una bomba electromagnética. El sistema estaba completamente sellado y, al no tener partes móviles, no se desgastaba ni necesitaba mantenimiento. Bastaba con una fuente de calor —idealmente energía solar— para hacerlo funcionar.

Albert Einstein.

Getty Images

El diseño era especialmente útil para zonas rurales, hospitales en países sin infraestructura energética, o incluso en misiones espaciales, que años más tarde se popularizaron tanto. Porque, en lugar de compresores eléctricos, el sistema usaba diferencias de presión y calor para lograr el mismo efecto de refrigeración. Vamos, que estaba a prueba de emisiones, de ruido... y de riesgo de explotar y acabar con familias a su paso. La idea fue visionaria y adelantada a su tiempo… pero tanto fue así que no hubo manera de popularizarla.

A pesar de su potencial ecológico y social, la nevera de Einstein fue rápidamente apartada del camino por una ola de industrialización basada en la eficiencia a corto plazo. Empresas como General Electric y Electrolux apostaron por refrigeradores con motores eléctricos y gases CFC, más baratos y fácilmente comercializables, aunque tóxicos para la atmósfera. ¿Pero a quién le importaba eso?

La patente de Einstein cayó en el olvido

“No podemos resolver nuestros problemas con el mismo pensamiento que usamos cuando los creamos”, dijo Einstein en uno de sus discursos más populares. Y en este caso, está claro que tomaron ese mismo camino. El dinero opacó el invento... sin importar las consecuencias.

De este modo, la patente de Einstein cayó en el olvido. Durante décadas, los refrigeradores convencionales dominaron el mercado, mientras el diseño del físico quedaba arrinconado como una curiosidad de archivo. Irónicamente, los CFC promovidos por la industria terminaron siendo una de las principales causas del agujero en la capa de ozono.

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¿Fue un fracaso? A nivel de mercado sí, y a nivel humano aún más. Pero, en realidad, esun caso paradigmático de cómo el progreso técnico no siempre coincide con el interés general. El diseño era válido. Lo que faltó fue la voluntad —y el modelo de negocio— para aplicarlo. Hubiera revolucionado una industria entera... y nadie quería perder un solo dólar.