Después de varios intentos fallidos, el supercohete de Elon Musk por fin llega al espacio, pero ¿será capaz Starship de ponernos también en Marte?

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SpaceX logra por primera vez completar una prueba orbital de la Starship, pese a fallos menores en su despliegue de carga y daños en las aletas de control

El último truco de Elon Musk: Starlink ya está probando con éxito un mini-láser que lo va a llevar a otro nivel

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El supercohete de Elon Musk por fin llega al espacio: tras varios intentos fallidos, Starship, la nave que quiere llevarnos a Marte, se ha puesto en órbita.

Steve Nesius / Reuters

Por fin, tras nueve intentos —unos con mejor resultado que otros— y dos rotundos fracasos, SpaceX ha conseguido completar con éxito casi absoluto su primera prueba orbitar del Spaceship. Es la nave que promete revolucionar el lanzamiento de grandes cargas, que será la base del aterrizador lunar y que debería iniciar la exploración humana de Marte, eso sí, en un futuro probablemente más lejano que el que sueña Elon Musk.

El lanzamiento del supercohete ha sido, como dicen los técnicos, “nominal”. Los 33 motores se han encendido con solo milisegundos de intervalo, el sistema de enfriado por agua ha protegido a la plataforma y el vehículo ha superado la torre sin incidentes. Resulta sorprendente que el despegue de semejante monstruo se haya convertido casi en rutina tras unos pocos vuelos de prueba.

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Esta vez no se ha intentado recuperar la primera etapa. Por el contrario, se la ha dirigido hacia mar abierto, en el golfo de México haciéndola descender poco a poco en posición vertical. Ha frenado solo unos metros por encima del agua y se ha mantenido unos segundos revoloteando allí, para evaluar su capacidad de control en situaciones extremas. 

Los técnicos de SpaceX no han juzgado necesario dirigirla hacia la torre y su mecanismo de captura; se trataba de llevar al límite algunos sistemas de dirección y no valía la pena arriesgarse a dañar las estructuras de lanzamiento. Mejor dejarlo caer en el mar.

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Lanzamiento de Starship.

SpaceX

La entrada en órbita ha sido también “nominal”. Una vez en el espacio han realizado la primera prueba del mecanismo lanzador que en el futuro servirá para poner en órbita docenas de satélites Starlink de una sola tacada. En ese caso eran solamente maquetas inertes.

Algunos llaman al mecanismo en cuestión “dispensador PEZ”, en relación con un artilugio que entregaba pequeñas pastillas de golosinas pulsando un gatillo. Es muy antiguo, pero aún sigue vendiéndose. El original admitía una docena de dulces uno sobre otro, más o menos con si fuera el cargador de una pistola. Al extraer el primero un resorte empujaba a los demás hacia arriba, preparándolos para la siguiente toma.

La prueba no ha sido del todo exitosa. Al salir, la primera maqueta ha tropezado con el borde de la ranura y ha salido animada de un cierto balanceo

El sistema para entregar satélites es el mismo. Son muy planos y van apilados uno sobre oro en un soporte vertical. Llegado el momento, se abre una ranura en el costado de la nave y un mecanismo empuja al primero que sale flotando al espacio. El segundo queda en posición, nuevo empujón y así sucesivamente…

Sin embargo, la prueba no ha sido del todo exitosa. Al salir, la primera maqueta ha tropezado con el borde de la ranura y ha salido animada de un cierto balanceo. El resto se han expulsado bien, pero cuando vayan a lanzarse satélites reales seguramente habrá que rediseñar la escotilla.

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Lanzamiento de Starship.

RONALDO SCHEMIDT / AFP

Iban poco más de tres cuartos de hora de vuelo sin incidencias cuando la cámara de video enfocada en los motores de la nave ha registrado una explosión. No se sabe exactamente a qué se ha debido. El caso es que la imagen se ha llenado de fragmentos volando en ingravidez y una de las paredes del compartimento ha sufrido una perforación. Era casi una vista propia de los efectos especiales en una película de ciencia ficción.

En el compartimento iban instalados seis motores. Tres para funcionar en el espacio, tres para el descenso a través de la atmósfera. Ninguno ha sufrido daños, pero sí que han resultado afectadas las dos aletas exteriores, que controlan la posición de la nave durante los últimos kilómetros del aterrizaje.

El daño en las aletas ha sido muy ligero, pero aun así se temía que diese al traste con la maniobra de frenado

Esas aletas se mueven ligeramente para controlar el ángulo de ataque del Starship durante la entrada en la atmósfera y luego, para forzar su pase a posición vertical durante la toma de tierra. A velocidades de entre diez y veinte Mach, basta un pequeño cambio de orientación de las aletas para provocar un cambio de orientación de toda la nave. Curiosamente, se accionan no mediante sistemas hidráulicos sino con motores eléctricos, los que montan los automóviles Tesla. Al fin y al cabo, el dueño de ambas compañías es el mismo y así todo queda en la familia.

El daño en las aletas ha sido muy ligero, pero aun así se temía que diese al traste con la maniobra de frenado. Al fin y al cabo, este vuelo tenía por objeto someter a la nave a esfuerzos muy cercanos -o superiores- a su límite de diseño. Es parte de la estrategia de SpaceX: forzar la máquina al máximo y, si no resiste, modificar el diseño. Caro, pero eficaz. Una compañía privada puede permitirse tales lujos; la NASA, no. Para cada proyecto dispone de un presupuesto federal limitado. Si falla el primer intento, será muy difícil conseguir fondos para un segundo.

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Al final, la maniobra de frenado y reentrada ha tenido éxito pese al daño en las aletas. Las cámaras, distribuidas por todos los rincones del fuselaje, han mostrado una sinfonía de colores a medida que el rozamiento del aire iba generando una envoltura de plasma alrededor de la nave. A ello han contribuido una serie de muestras de diferentes losetas térmicas, sujetas al casco con adhesivos de varios tipos, para estudiar su comportamiento en situaciones reales. El vendaval ha arrancado algunas; otras sencillamente han aguantado.

Estaba previsto que el vuelo terminase con un aterrizaje controlado en el océano Indico. Una vez más, los ingenieros del proyecto han demostrado dominar la técnica del descenso de precisión. La nave se ha enderezado a posición vertical, ha encendido sus motores y ha descendido suavemente a pocos metros de una boya equipada con una cámara de video.

Detalle de la aleta durante la reentrada de Starship. Varias losetas hexagonales se han arrancado.

Detalle de la aleta durante la reentrada de Starship. Varias losetas hexagonales se han arrancado.

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Pese al bamboleo inducido por la solas, la maniobra ha podido verse con todo detalle. Los escapes han levantado una nube de vapor de agua antes de apagarse y permitir que el cohete cayese de lado. Tras su odisea a través de la atmósfera, fuselaje y protección habían sufrido tanto estrés térmico que el resultado ha sido una explosión. Era de esperar; de todas formas, nadie contaba con recuperarla.

Los segundos finales del aterrizaje han deparado otra sorpresa: Al despegar, la Starship era de color negro; al car en el mar, presentaba un naranja brillante que recordaba a los tanques ventrales de los transbordadores. Ese cambio de tono probablemente se debe a la acción del plasma sobre los diferentes componentes del escudo y sus adhesivos. Se han liberado muchas sustancias químicas que pueden haber teñido la panza de la nave. Porque el lado que ha mostrado el video era el correspondiente al fuselaje que ha recibido todo el impacto de la atmósfera durante el frenado.

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Eso sí, a la vista del nuevo color de su nave, el personal de SpaceX se ha sentido muy defraudado. Desde siempre han mantenido que el naranja de la NASA no es un color apropiado para un cohete. Cuestión de gustos.

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