En los años setenta había muchos artistas que prometían haber viajado por las estrellas... pero solo uno tuvo razón. En 1973, mucho antes de que la sonda Voyager 1 desvelara los secretos de Júpiter, el artista Ingo Swann describió con asombrosa precisión una atmósfera densa de hidrógeno y helio, tormentas colosales y unos misteriosos anillos que, en aquel momento, nadie había visto.
Cuando seis años más tarde la NASA confirmó todos esos hallazgos, comenzó uno de los episodios más insólitos de la historia moderna: un pintor sin formación científica acababa de poner en jaque la comprensión materialista de la mente humana. ¿Cómo pudo alguien como Swann saber tanto sobre Júpiter?
Una historia insólita
El mentalista que convenció al Gobierno de EEUU
Nacido en Colorado en 1933, Swann se consideraba ante todo un artista visual y escritor. Sin embargo, su verdadera obsesión era la conciencia. “Tu mente no es el cerebro, está en la conciencia, y es parte de un campo universal”, explicaba. A esa capacidad de “ver sin ver” la llamó visión remota: una forma de percepción extrasensorial que, según él, permitía a la mente acceder a cualquier punto del espacio y del tiempo.
Este fenómeno atrajo a los científicos del Stanford Research Institute (SRI), donde los físicos Russell Targ y Harold Puthoff intentaban aplicar métodos experimentales a fenómenos psíquicos. Los resultados fueron irregulares, pero tan sorprendentes que pronto despertaron el interés de la CIA, que buscaba ventaja tecnológica y cognitiva frente a la Unión Soviética. Así nació el Proyecto Stargate, un programa secreto de investigación psíquica que duraría más de dos décadas.
Ingo Swann, espía psíquico.
El Proyecto Stargate es un programa secreto de investigación psíquica que duraría más de dos décadas
En los documentos desclasificados por la agencia , se constata que Swann y otros “espías psíquicos” colaboraron en misiones de inteligencia, intentando localizar instalaciones nucleares o identificar objetos en zonas prohibidas sin salir de una sala de observación.
A mediados de los 70, la CIA destinó millones de dólares al programa. Según un informe del Smithsonian Magazine, algunos resultados se consideraron lo bastante precisos como para justificar su continuidad, pese a las dudas metodológicas.
Aun así, para la comunidad científica, sus resultados eran imposibles de reproducir bajo condiciones controladas. Y. para los servicios de inteligencia, representaban una herramienta tan inusual como potencialmente peligrosa. El New York Times, al informar sobre el cierre del programa en 1995, resumió así la paradoja: el Gobierno estadounidense había gastado millones en un proyecto que “no podía demostrar ni refutar lo que había intentado probar”.
Ingo Swann, por su parte, defendía que la clave no era la visión remota, sino el poder de la mente humana. “Si los humanos entendieran el verdadero alcance de su conciencia, los gobiernos nunca podrían controlarlos”, escribió en sus notas finales, una cita que se ha convertido en un legado provocador.


