La historia comenzó en los pasillos del Laboratorio de Inteligencia Artificial del MIT, con una misión de ciencia ficción. En 1990, tres expertos en robótica fundaron iRobot con la visión de “hacer realidad los robots prácticos”. Durante años, la compañía se centró en proyectos militares y de exploración espacial, pero su destino cambió cuando aplicaron su conocimiento al hogar. Ahora que todo el mundo habla de robótica de propósito general, el auge y la caída de Roomba plantea una precuela perfecta.
Colin Angle, cofundador y CEO durante décadas, recordaría más tarde la lección clave que les condujo al éxito masivo del Roomba: entendieron que en el mercado de consumo “no hay valor hasta que usas esas herramientas para crear algo que la gente realmente quiere”. Y la gente quería un robot que aspirara el suelo por ellos. El Roomba no solo fue un producto; fue la puerta de entrada de la robótica a millones de hogares.
El éxito fue tan arrollador que el Roomba trascendió su función para convertirse en un fenómeno cultural, el protagonista de vídeos virales y un miembro más de la familia. Sin embargo, esta misma popularidad sembró la semilla de su declive. A medida que la tecnología se abarataba y las patentes expiraban, la competencia se multiplicó, transformando un invento revolucionario en un producto estandarizado.
Roomba es el robot aspirador más conocido.
Como señaló la consultora de mercado Claire Zhao en un informe para TechCrunch, el proceso fue implacable: “el producto se comoditizó: hacia mediados de la década de 2020, un robot aspirador ya no era un invento asombroso sino un electrodoméstico más”. De repente, iRobot ya no vendía magia, sino un aparato que competía en precio y características con docenas de rivales.
Pero el golpe más duro no provino de un competidor tradicional, sino de un ecosistema industrial entero. A partir de 2015, una oleada de empresas chinas como Ecovacs, Roborock, Dreame y Xiaomi inundó el mercado con modelos más baratos, más rápidos y, a menudo, con más funciones. La cuota de mercado de iRobot se desplomó.
IRobot se pone su propia trampa
La compañía, que fabricaba sus productos en China, se vio atrapada en una paradoja mortal: era superada por la misma maquinaria productiva de la que dependía. En una amarga confesión a The Guardian, Colin Angle resumió la ironía: “Nosotros inventamos la robótica de consumo, la pusimos en una caja, la envolvimos y se la entregamos a otro. Esto nos lo hicimos a nosotros mismos”.
Nosotros inventamos la robótica de consumo, la pusimos en una caja, la envolvimos y se la entregamos a otro. Esto nos lo hicimos a nosotros mismos
Aquello a lo que iRobot tenía que hacer frente no era solo una guerra de precios, sino un choque de modelos económicos. Mientras la firma estadounidense operaba bajo las reglas del libre mercado, sus rivales se beneficiaban de un enfoque coordinado.
Un análisis del South China Morning Post describía esta asimetría como la clave de la contienda, afirmando que “China no es un competidor aislado, sino un sistema integral en el que empresas, Estado, financiamiento y cadena de suministro actúan de forma coordinada”. Este sistema, impulsado por planes estratégicos como “Made in China 2025”, permitió a sus empresas innovar a una velocidad y escala que iRobot, como entidad individual, no pudo igualar
Las marcas chinas, con productos más baratos, se han comido a iRobot.
Asfixiada financieramente y perdiendo terreno a pasos agigantados, iRobot encontró en 2022 una tabla de salvación: Amazon. El gigante del comercio electrónico acordó adquirir la compañía por 1.700 millones de dólares, una operación que prometía darle el músculo financiero y el ecosistema tecnológico para sobrevivir. La noticia fue recibida con un optimismo desesperado por sus directivos.
En una comunicación interna, Colin Angle describió la fusión como “el final de un cuento de hadas, un mejor lugar para que nuestro equipo continúe nuestra misión”. Parecía el rescate de un icono americano por otro, una alianza para competir en el escenario global.
Pero el cuento de hadas se topó con la geopolítica regulatoria. La operación levantó enormes suspicacias en la Unión Europea, cuyas autoridades antimonopolio temían que Amazon utilizara los datos de los Roomba —los mapas de millones de hogares— para afianzar su dominio en el mercado del hogar inteligente.
Tras más de un año de investigaciones y presiones, la fusión se canceló en enero de 2024. En un comunicado conjunto, ambas empresas justificaron la decisión admitiendo que “no había vía de aprobación regulatoria en la UE”. La decisión, diseñada para proteger a los consumidores europeos de un monopolio estadounidense, tendría una consecuencia devastadora.
Roomba, al borde del precipicio.
iRobot nunca se recuperó
La ruptura del acuerdo fue el golpe de gracia. El mismo día, iRobot despidió a un tercio de su plantilla y Colin Angle renunció. Las acciones se hundieron y, meses después, la empresa se declaró en quiebra. Para su fundador, el desenlace fue una catástrofe evitable, una víctima de fuerzas que escapaban a su control.
En una entrevista tras su salida, Angle no ocultó su frustración: “el desenlace de hoy es profundamente decepcionante —y era evitable. Es nada menos que una tragedia para los consumidores, la industria robótica y la economía innovadora de EE. UU”.
Nuevo propietario
La historia de iRobot concluye con una ironía final: en el proceso de reestructuración, su principal acreedor y nuevo propietario resultó ser su fabricante chino. La empresa que nació en el MIT para crear el futuro terminó siendo propiedad de la fábrica que materializaba sus ideas.
Esta parábola moderna sobre la globalización deja una lección crucial para la tecnología occidental, resumida por un informe de un think tank europeo: “Tener las ideas ya no basta; hay que ser capaz de materializarlas de manera competitiva y sostenible”. El Roomba seguirá limpiando suelos, sí, pero su historia nos obliga a preguntarnos quién diseña el futuro y, más importante aún, quién lo construye.



