Se acaba de estrenar en Max la última película protagonizada por Steve Carell: Mountainhead. El tráiler ya apunta maneras, revelando que será una sátira en torno a los caciques de la sociedad moderna: los peces gordos de las Big Tech. La trama sigue a cuatro multimillonarios que están de escapada en una casa de lujo en la montaña cuando estalla una crisis económica global. Un argumento que, como mínimo, da para jugar al Quién es quién.
No es la primera vez que esto ocurre ni debe ser la última. Porque, al igual que Shakespeare edificaba sus dramas históricos en torno a figuras políticas de gran relevancia —como Julio César— para exponer las contradicciones, taras y conjuras del poder de su época, hoy el arte, si quiere ser relevante, asume un papel similar.
Ahora que la censura ya no conlleva —físicamente— la decapitación del bufón que se pasa de listo al señalar que el rey está gordo, hay menos excusas. El arte, en todas sus formas, tiene la obligación de incomodar. De sacarle los colores a quienes se ciñen la corona y sostienen el cetro del mundo.
A lo largo de su carrera, uno de los guionistas mejor pagados de Hollywood, Aaron Sorkin, se ha dedicado a esta actividad con esmero. Entre otras cosas, ha escrito dos biopics que han tenido el reconocimiento de todo el mundo, excepto de sus retratados. Bueno, del segundo de ellos, Steve Jobs, es imposible que tengamos constancia de si le gustó o no su película homónima de 2015, porque para entonces ya llevaba cuatro años muerto.
Sin embargo, su empresa habló por él, y digamos que a Apple no le hizo mucha gracia que Sorkin convirtiera a su sacrosanto fundador en el protagonista en tres actos de un drama shakespeariano. Porque, aparte de sus luces, la película se atrevió a mostrar sin compasión las sombras de Jobs, tales como el mal comportamiento con su hija Lisa.
Tim Cook, actual mandamás de la manzana mordida, consideró irreal, de mal gusto y, sobre todo, oportunista el retrato de Sorkin. Quizás confundió el filme con la pésima versión protagonizada por Ashton Kutcher, que prácticamente echó a andar con el cadáver aún caliente de Jobs. En cambio, el otro Steve —Wozniak, el del talento real, como bien refleja el filme— sí reconoció a su viejo amigo en muchos aspectos de la interpretación. Y no es para menos: Michael Fassbender, bajo la dirección de Danny Boyle, ofreció una caracterización tan poderosa que casi asusta.

Fotograma de 'Jobs: EL hombre que revolucionó al mundo', con Ashton Kutcher.
Siendo justos, que Steve Wozniak acabara encantado con la película quizá tenga algo que ver con el hecho de que su versión hollywoodiense —interpretada por un convincente Seth Rogen— saliera bastante bien parada. Especialmente en esa escena en la que le suelta a Jobs/Fassbender un merecido zasca. Un clip altamente compartido desde entonces, cuando un programador de verdad quiere acallar al hipster idólatra de turno en redes.
Por boca de Rogen, Wozniack le espetaba: “no puedes escribir código. No eres ingeniero. No eres diseñador. No puedes clavar un clavo. Yo construí la placa de circuitos. La interfaz gráfica fue robada de Xerox PARC. Jeff Raskin era el líder del equipo del Mac antes de que lo echaras de su propio proyecto... ¡todo! ¡Alguien más diseñó la caja! Entonces, ¿por qué diez veces al día leo que Steve Jobs es un genio? ¿Qué haces tú?”

Fotograma de 'Steve Jobs', con Michael Fassbender.
Tras esto, Sorkin le dio una salida no menos honrosa a su representación de Jobs alegando que, si Apple es una orquesta conformada por los mejores intérpretes del mundo, su virtud no era tocar ningún instrumento. Más bien, cual director de una sinfónica, lo suyo es dirigir a los músicos: “tocar la orquesta”.
Aun así, exponer que Jobs no programaba suponía retomar de nuevo, desde el altavoz de Hollywood, una realidad que siempre fue lacerante para el mito de Apple. Hacerlo, además, de manera tan vehemente, poniendo en cuestión la genialidad del visionario, llevó a Cook a una acalorada y poco elegante discusión pública con Sorkin. Aunque, en realidad, este mal trago no era algo nuevo para el guionista. Algo parecido tuvo que soportar unos años antes tras el estreno de La red social (David Fincher, 2010).
Y es que a Mark Zuckerberg tampoco le gustó un pelo verse en la gran pantalla. Pese a que Sorkin dejara claro que se posicionaba a su favor con respecto a la autoría de Facebook en los pleitos que Zuckerberg sostuvo contra los gemelos Winklevoss, al CEO de la red social no le agradó nada. Tampoco que se aireasen mezquindades, tales como el trato que le dio a su socio Eduardo Saverin, ni que se le mostrara como un acomplejado en muchos aspectos, especialmente en lo relativo a sus relaciones con las mujeres.
Zuckerberg y su equipo cargaron duramente contra la película, llegando incluso a decir que la obra de Sorkin y Fincher “hirió sus sentimientos”. El guionista replicó con firmeza a sus lloriqueos en el momento, pero se reservó lo mejor para cuando tuviera oportunidad. Esta llegó nueve años después, cuando Zuckerberg se intentó escudar patéticamente en la libertad de expresión ante el cuestionamiento, por parte de liberales como Alexandria Ocasio-Cortez, de las laxas políticas de verificación de noticias de Facebook en un momento en el que las fake news se estaban volviendo más peligrosas que nunca.

Fotograma de 'La red social'.
Sorkin aprovechó la ocasión para sacarle los colores con una carta abierta de inicio fulminante: “En 2010, escribí La red social y sé que te habría gustado que no lo hubiera hecho. (…) Tú y yo sabemos que el guion lo revisó exhaustivamente un equipo de abogados del estudio que tenía un cliente y un objetivo en mente: que no nos demandara Mark Zuckerberg”.
No satisfecho con esto, lo tachó de sobar la nobleza de la libertad de expresión antes de concluir contundentemente que, si hubiera sabido de antemano su posicionamiento a favor de que la gente publicase noticias falsas en su red social, “habría puesto a los gemelos Winklevoss como los inventores de Facebook”.

Gavin Belson, personaje de 'Silicon Valley'.
Big Techs
Más allá de Hollywood: los CEOs también sufren en las series
Las bochornosas comparecencias de Zuckerberg ante el Congreso de EE.UU. y en la Universidad de Georgetown incitaron a los guionistas de la serie Silicon Valley a parodiar este episodio en la vida de quien fuera el multimillonario más joven del mundo. La comedia de HBO, que seguía las peripecias de un grupo de informáticos desde la fundación de su startup hasta su éxito y quiebra, no solo se limitó a satirizar a Zuckerberg, sino también a otros perfiles basados en los grandes magnates tecnológicos.
En Silicon Valley, el mayor escollo al que se deben enfrentar los protagonistas de la serie se llama Gavin Belson, el maquiavélico líder de Hooli, una megacorporación que busca dominar todas las facetas de la tecnología, las comunicaciones y el entretenimiento.
Belson contenía en un solo personajes los caracteres elevados a la máxima potencia de cuatro todopoderosos actuales: la agresividad empresarial de Larry Ellison (Oracle), la grandilocuencia enmascarada de filantropía de Marc Benioff (Salesforce), el minimalismo estético copiado de Jobs por parte de Sergey Brin (Google) y, por último, la ambición expansiva de Jeff Bezos (Amazon). El personaje, absolutamente hilarante, ha sido objeto de meme y de comparativas con los CEOs tecnológicos desde entonces.
También la historia de Daniel Ek y Martin Lorentzon, cofundadores de Spotify, ha sido llevada a la ficción por parte de Netflix en la miniserie The Playlist. El gigante del streaming avaló esta coproducción sueco-británica en la que se explora en especial el perfil Ek y la lucha de este por hacer entender a las discográficas que su plataforma no era necesariamente el enemigo de sus bolsillos… sino de los propios artistas.

Fotograma de 'The Playlist', miniserie de Netflix.
La serie muestra a Ek como un tipo brillante a un nivel estratégico, así como un líder decidido y exigente sin llegar a ser dictatorial. No obstante, al mismo tiempo, lo retrata como alguien demasiado frío y desconectado de las necesidades reales de los artistas que nutren de contenido Spotify que reciben, en la mayoría de los casos, cantidades paupérrimas en relación con su volumen de escuchas.
Eso sí, Ek siempre ha sabido tomarle bien la temperatura a la opinión pública y sortear las críticas, manteniendo un perfil más bajo que el de la mayoría de sus análogos empresariales, por lo que la única opinión que ha tenido hacia la serie es un sabio “no lo sé, no la he visto”. Chico listo.
En la misma línea se sitúa Travis Kalanick, de Uber, quien tampoco salió muy bien parado en Super Pumped. Ninguna declaración al respecto. Una actitud a medida, para ser justos, de la falta de comunicación durante la producción por parte de los creadores con respecto a él, los cuales se basaron únicamente en un libro homónimo para retratarlo como un CEO brillante, pero profundamente conflictivo cuyo comportamiento tóxico le lleva a ser víctima de su propia ambición.

Fotograma de 'Super Pumped', serie sobre Uber.
Y continuamos para bingo con Bill Gates, referenciado innumerables veces, desde en Los Simpson, hasta en Piratas de Silicon Valley. Otro que sabe que va a recibir tanto órdagos como palos —quizá más de lo segundo porque lo pone facilísimo con esos discursos filantrópicos que no engañan a nadie— y que prefiere no pronunciarse.
No podríamos cerrar este repaso a lo mejor —¿o quizá lo peor?— de nuestros nuevos señores feudales sin comentar las apariciones de Elon Musk en la ficción audiovisual. Normalmente, su participación se ha limitado a cameos o a asesorar a Marvel para crear el perfil moderno de Tony Stark. Sin embargo, ahora que ha decidido reducir su actividad netamente política, tal vez tenga algo más de tiempo para otros proyectos con los que seguir haciendo gala de su megalomanía.
Quizá siga el ejemplo de su aliado a ratos, Donald Trump, y se construya una faraónica torre de supervillano que lleve su nombre y sea tan alta como su ego. O quizá le dé por quedar mejor que su ex-jefe y autorizar —o incluso financiar— sin reproches una película basada en su propia vida. De ser así, no sería el primer CEO de una gran tecnológica que consiente llevar su vida a la gran pantalla, pero tal vez sí sería el primero en hacerlo de buen grado. Aaron Sorkin puede dar fe de ello.