En la última década, el ascenso en popularidad, usuarios e influencia de Netflix ha sido absolutamente imparable. Y, llegados a este punto, es difícil negar que la empresa californiana ha cambiado la industria del entretenimiento para siempre.
El servicio de visionado de películas y series de televisión por streaming llegó a España por primera vez en el año 2015, después de haber ganado ya una tracción considerable en Estados Unidos; para entonces, ya contaban con más de 54 millones suscriptores en todo el mundo. Ahora, y según últimos datos, la cifra se ha sextuplicado: más de 300 millones de personas usan Netflix cada mes, y el servicio opera en más de 190 países.
Las cifras de ingresos y beneficios en positivo y el crecimiento sostenido que el gigante del streaming ha mantenido durante los últimos años contrasta, sin embargo, con una percepción del público cada vez más negativa sobre la calidad del servicio, de las series o de su catálogo. Mientras para gran parte del público “ver Netflix” se ha convertido en un verbo en sí mismo, sinónimo de largas tardes en el sofá, otros se preguntan si el tipo de consumo y el contenido que la plataforma ha promovido en los últimos años no habrá empeorado, en general, la experiencia de ver una serie o película.

Ver Netflix se ha convertido en un ritual para muchos.
La conquista del streaming
Netflix se ha infiltrado en nuestros hogares
El gran éxito de Netflix viene de la mano de un formato de suscripción que no solo otorga a sus usuarios acceso inmediato a un catálogo prácticamente infinito de contenido audiovisual, sino también una manera concreta de relacionarse con él. El “binge-watching”, que es el término anglosajón para referirnos al acto de ver muchos capítulos seguidos de una serie de golpe, ha estado en el núcleo del modelo de negocio de Netflix desde prácticamente sus inicios.
No es que el servicio de streaming haya inventado el concepto de hacerse un maratón de visionado —que se lo digan a los fans de Star Wars o de El Señor de los Anillos— sino que ofrecer a sus usuarios la posibilidad de ver las series como quieran y cuando quieran es uno de los pilares clave que ha ayudado a la empresa a posicionarse como principal alternativa a la televisión tradicional.
La dinámica de hablar y comentar las series, que antes era una parte importantísima de seguirlas, se ha perdido por completo
A Netflix, el gusto por ese binge-watching le viene desde sus orígenes como plataforma de alquiler de DVD por correo. En su creación a finales de los años 90, la empresa californiana ofrecía a sus suscriptores un catálogo razonablemente amplio de películas y series que podían alquilar y recibir a través de correo postal a cambio de una cuota de suscripción mensual.
A diferencia de, por ejemplo, los videoclubes, no había fechas de devolución estipuladas, ni multas por retrasarse demasiado, así que el suscriptor podía disfrutar de su contenido a su propio ritmo. Después, la empresa mantuvo esta filosofía en su salto a Internet y el streaming, en el año 2007, y en especial, cuando dejó de limitarse a retransmitir obras de las principales cadenas y productoras para producir las suyas propias.
En el año 2011, Netflix encargó la creación de la serie de drama político protagonizada por Kevin Spacey, House of Cards, a la productora MRC. Cuando se estrenó en exclusiva en Netflix en febrero del año 2013, se decidió publicar los 13 episodios de la primera temporada de manera simultánea, sentando un precedente de emisión que la compañía ha mantenido hasta el día de hoy.

Kevin Spacey, junto a Robin Wright, en una imagen de 'House of cards'.
Adictos a las maratones
“Binge-watching”: la seña de identidad de Netflix que ya empieza a cansar
El modelo de binge-watching planteaba, en un primer momento, una mejoría para los usuarios. El contenido audiovisual siempre había estado atado, en cierta medida, a restricciones temporales. Ver una película en el cine implicaba hacerlo en el lapso de tiempo en el que se estaba proyectando en salas o esperar, posteriormente, a su publicación en VHS o DVD; las series de televisión tradicionales tenían un día y una hora concreta de emisión, y las temporadas se extendían durante meses o años. Cuando Netflix planteó su modelo de emisión, ilimitado y moldeable a conveniencia del usuario, las ventajas eran sobradamente aparentes.
Pero, con el paso del tiempo, han comenzado a generarse cada vez más evidentes fricciones. La más obvia de todas es el descenso de la vida útil de los productos audiovisuales. La inmensa mayoría de las series que publica Netflix están diseñadas para poder verse en apenas un fin de semana de principio a fin. Y muchos usuarios lo hacen exactamente así: disfrutando de la extensión completa de la obra en un período de tiempo corto, sin tener que preocuparse de esperar varias semanas o meses para ver cómo se resuelve la trama, o qué hay detrás de ese sorprendente giro de guion.
Pero eso también quiere decir que la conversación, la expectación, la especulación y el comentario alrededor de ellas se acaba rápido. Se asume que, en el plazo de unos días, todo el mundo ha visto la última temporada de Stranger Things, La Casa de Papel o El Juego del Calamar.
Donde series como Juego de Tronos mantenían a la audiencia enganchada durante meses —incluso casi años enteros, en las series con formato de 24 capítulos, como Perdidos— especulando, teorizando y analizando lo sucedido en cada episodio, las series de Netflix, y del resto de compañías que han imitado su modelo, generan un impacto muy intenso durante los primeros días, y uno prácticamente nulo durante los meses sucesivos.

El final de 'El juego del calamar' llegó pronto.
“La dinámica de hablar y comentar las series, que antes era una parte importantísima de seguirlas, se ha perdido por completo. Pocas series consiguen que se hable de ellas pasado el sábado”, explica Pilar B. B., suscriptora de Netflix desde su llegada a España. “No creo que eso sea efectivo a nivel de audiencia.”
Así, el modelo de binge-watching ha generado, en ocasiones, el efecto contrario del que se pretendía desde el principio: los espectadores se ven presionados a consumir el contenido en un plazo de tiempo muy específico para poder formar parte de la conversación. Esto, unido a la proliferación de las redes sociales, ha añadido un problema extra a la cuestión: los spoilers.
Si tardas una semana en ver una serie, ya la has visto entera en Instagram
“Si tardas una semana en ver una serie, ya la has visto entera en Instagram. No merece la pena ni intentarlo”, lamenta Sergio M. C., otro usuario de la plataforma. “Me estropearon el final de la última temporada de El Juego del Calamar el segundo día después de que la publicaran, y me quitó todas las ganas.”
Desde el punto de vista de la propia empresa, el consumo acelerado también es un problema. Limita el marketing y el impacto del producto, que queda sepultado de manera mucho más rápida en cuanto aparece la siguiente gran cosa. Esto hace que la cantidad de gente nueva que puede descubrir cada serie sea más pequeña, pero también estrecha el alcance y las posibilidades de campañas de promoción, venta de merchandising…
Es por eso que Netflix ha ido tomando, progresivamente, decisiones algo más particulares al respecto de la publicación de su contenido. Sin llegar a abandonar el modelo original de golpe, cada vez vemos más series cuyos episodios se publican en varias tandas, o que directamente se dividen en dos partes.
La segunda y tercera temporada de El Juego del Calamar, la última de Cobra Kai, Los Bridgerton o Miércoles ya han abrazado esta manera de publicarse; la quinta temporada de Stranger Things se lanzará en tres tandas de cuatro, tres y un episodio entre noviembre y diciembre de este año. Los reality shows como, por ejemplo, Love Is Blind, por otro lado, están tanteando una fórmula por la cual se lanzan tres o cuatro episodios iniciales, que más tarde se continúan con un ritmo de publicación semanal, más parecido a la televisión convencional.

'Stranger Things' se convirtió en la gallina de los huevos de oro de Netflix.
¿El fin de una era?
Las ambiciones son cada vez mayores… y también las exigencias
Lanzando las temporadas en varias tandas, Netflix busca conseguir un equilibrio complicado. Por un lado, puede monetizar de manera más extendida en el tiempo sus series más populares porque, planteado de esta manera, una cuota mensual de suscripción no basta para ver la totalidad de la última temporada de la serie que queremos ver. Por otro, no quiere perder del todo esa abundancia de contenido e inmediatez de la publicación que ha caracterizado a su modelo de negocio desde el principio.
Pero, para el usuario, esta manera de publicar no tiene tantos puntos a favor. De hecho, podríamos decir que, de esta manera, los espectadores sufren todos los inconvenientes del formato de publicación simultánea (el “FOMO”, los spoilers, la ausencia de conversación) y también la espera tan característica de la televisión tradicional.
Las temporadas son cada vez más cortas y pasan menos cosas
Otro de los motivos por los que Netflix ha ido espaciando sus lanzamientos cada vez más son los costes de producción cada vez más altos de estas series. Lejos quedan ya los tiempos en los que las series tenían temporadas anuales: las esperas de dos o tres años entre el final de una y el comienzo de otra se han convertido en la norma.
Algo que, para muchos usuarios, dificulta el seguimiento de las tramas: “para cuando se publican nuevos capítulos ya no me acuerdo ni de cómo se llaman los personajes.”, nos confiesa Juan M. S., de 54 años. “Además, las temporadas son cada vez más cortas y pasan menos cosas. Cuando veías series en la tele, cada temporada tenía veinte capítulos o más”.

'Miércoles' es la serie más vista de Netflix.
El aumento del tiempo de producción de las series tiene motivos variados. El primero es que estas series buscan generar un impacto social muy elevado —que es lo que consigue que más gente se suscribiese al servicio para verlas— así que son más ambiciosas en cuestión de elementos visuales, vestuario, diseño y efectos especiales.
Series como la popular Stranger Things tienen un presupuesto de alrededor de 30 millones de dólares por episodio; otras como Los Bridgerton utilizan alrededor siete millones por capítulo, hasta un total de 168 millones de dólares por las tres temporadas; un coste que se acerca más a lo que habitualmente esperaríamos del cine.
Mucha gente a la que nos gusta ver series estamos desencantados con Netflix por cómo ha cambiado la industria y ha empeorado los formatos
Con estos presupuestos tan altos, la longitud y estructura tradicional de las series de televisión, que podían llegar a tener una veintena de capítulos, no es sostenible para Netflix en cuestión de producción. La solución ha sido ir recortando, progresivamente, la longitud de las temporadas. Las primeras propuestas de series propias de la compañía, House of Cards y Orange is the New Black, tenían trece capítulos por temporada; ahora, lo habitual son entre seis y ocho.
“Mucha gente a la que nos gusta ver series estamos desencantados con Netflix por cómo ha cambiado la industria y ha empeorado los formatos, especialmente cuando todas las demás plataformas han seguido sus pasos. Puede que haya algunas series que funcionen en ocho capítulos que te ves una sentada, pero no es así en todos los géneros… Las sitcom, o los procedimentales no se disfrutan igual, no da tiempo a conocer a los personajes o las situaciones.”, afirma Nadia G. A., de 30 años, aficionada a las series de televisión y las comedias románticas.
Aún así, y mientras las cifras sigan subiendo, queda claro que Netflix no va a claudicar en el formato que ha escogido, que a día de hoy le caracteriza, y al que muchas otras plataformas han decidido unirse. Pero, incluso así, cada vez hay más propuestas —de otras cadenas y servicios —que apuestan por el formato más tradicional de publicación.
Algunas de las series más exitosas de este año, como la última temporada de The Bear (Hulu) o El verano en que me enamoré (Prime Video) han alcanzado éxito y atención masiva tal y como lo hacían las series de antaño: a capítulo por semana, y esperando con ansias a que llegue el siguiente.