Una vez lo has conseguido todo en la vida, es natural querer dejar algo tras de ti. Tener un legado. Si acumulas una fortuna inmensa, has levantado un imperio y has formado una familia, la idea de limitarte a seguir trabajando —o a no hacer nada— resulta poco atractiva. Entonces la noción del legado, de hacer algo por lo que ser recordado, empieza a instalarse en tu mente. Al fin y al cabo, hay una certeza inevitable: todos moriremos, incluso los más ricos y poderosos. Incluido Bill Gates.
El que fuera durante años el hombre más rico del planeta hoy exhibe un perfil mucho más bajo. Más discreto. Apenas aparece en titulares, se mantiene alejado de las grandes batallas empresariales y dedica la mayor parte de su tiempo a la filantropía y a los libros.
¿Por qué este cambio? De eso queremos hablar aquí. No del Bill Gates que todo el mundo conoce —el creador de Microsoft y Windows, el ingenioso programador que revolucionó la informática y fue respetado por sus pares—, sino del otro Gates: el hombre que ya lo consiguió todo y que ahora busca algo distinto. Tal vez reconocimiento. Tal vez reflexión. O, quizá, la forma de inmortalidad a la que solo pueden aspirar los muy ricos.
Aun así, antes de entrar en esa faceta más íntima y menos pública, conviene repasar brevemente su trayectoria. Porque el contexto siempre importa, incluso si se trata de alguien tan conocido como Gates.

Bill Gates, filántropo.
Bill Gates en Microsoft
El hombre que revolucionó la informática
Nacido y criado en Seattle en el seno de una familia acomodada, Bill Gates estudió en Harvard, donde pronto comenzó a destacar por su interés en la informática. Allí coincidió con Paul Allen, con quien decidió abandonar la universidad para fundar Microsoft en 1975.
La empresa contó con el respaldo económico de sus familias y, sobre todo, con una valiosa red de contactos. Fue gracias a las gestiones de su madre, Mary Maxwell Gates, que Microsoft consiguió un contrato decisivo con IBM a comienzos de los años ochenta. Ese acuerdo permitió a la compañía dar el gran salto y, el 20 de noviembre de 1985, lanzar al mercado su producto más influyente: Microsoft Windows.

Bill Gates en su juventud.
A partir de ese momento, Microsoft no dejó de crecer. El verdadero salto cualitativo llegó el 24 de agosto de 1995 con el lanzamiento de Windows 95, un hito que consolidó el dominio de la compañía en el mercado del software y popularizó el uso de otras aplicaciones asociadas al sistema operativo.
Gates se mantuvo al frente como presidente durante décadas, afrontando momentos mejores y peores, hasta que en febrero de 2014 cedió el testigo a Satya Nadella y orientó su vida hacia lo que se convirtió en su principal interés: la filantropía.
Para mí, la filantropía no es un sacrificio, es divertido y reconfortante
Desde ese momento, su actividad empresarial quedó en segundo plano. Gates comenzó a invertir y a promover proyectos, pero casi siempre en torno a causas globales como la salud pública, el cambio climático o la transición energética. “Para mí, la filantropía no es un sacrificio, es divertido y reconfortante”, ha llegado a decir.
Sin embargo, su figura también ilustra un modelo de millonario muy particular, casi exclusivo de Estados Unidos y hoy en vías de extinción: aquel que realiza enormes donaciones e inversiones en bienes públicos sin que, al menos de forma explícita, haya detrás motivaciones fiscales o empresariales.

Bill Gates en su juventud.
La fundación Gates
El modo en que buscó dar forma al mundo
La labor filantrópica de Bill Gates no empezó con su retirada de Microsoft, sino mucho antes. En 1994 creó la William H. Gates Foundation, cuyo objetivo inicial era mejorar la salud reproductiva y reducir la mortalidad infantil.
Para dirigirla, confió en su padre, William H. Gates Sr., a quien consideraba la persona idónea por su amplia experiencia en organizaciones comunitarias y cooperativas de carácter regional. A su lado, como primera directora ejecutiva, estuvo Patty Stonesifer, exejecutiva de Microsoft, que asumió la gestión diaria de la entidad.
Con el paso de los años, aquella primera iniciativa fue ampliando su radio de acción y adoptó diferentes estructuras hasta convertirse en el año 2000 en la Bill & Melinda Gates Foundation, hoy una de las organizaciones filantrópicas privadas más influyentes del mundo.
Ese año, la fundación se fusionó con dos iniciativas previas impulsadas por Gates: la Gates Learning Foundation, centrada en mejorar el aprendizaje de los niños, y la Gates Library Foundation, dedicada a apoyar a las bibliotecas públicas. De esa unión nació la Bill & Melinda Gates Foundation, que en pocos años se convirtió en la mayor organización filantrópica privada del mundo.

Bill y Melinda Gates en el lanzamiento de su fundación.
El crecimiento fue rápido: llegó a contar con unos 500 empleados y, en 2008, Patty Stonesifer dejó el cargo de directora ejecutiva para que Bill Gates asumiera la dirección de la entidad. No fue un reto menor. Como señaló Harvey P. Dale, profesor de Derecho de la Filantropía en la Universidad de Nueva York, “este trabajo es terrorífico porque requiere una serie de habilidades completamente diferentes a las de cualquier otro puesto en el mundo filantrópico”.
Aun así, Bill y Melinda Gates lograron dotar a la fundación de una estructura sólida y una mayor proyección internacional. Desde entonces, su labor se ha articulado en tres grandes áreas: desarrollo global, salud global y programas en Estados Unidos.
Con Bill y Melinda French Gates al frente, la fundación adquirió una dimensión mucho mayor y se organizó en tres áreas estratégicas: desarrollo global, salud global y programas en Estados Unidos
Con Bill y Melinda French Gates al frente, la fundación adquirió una dimensión mucho mayor y se organizó en tres áreas estratégicas: desarrollo global, salud global y programas en Estados Unidos.
La división de desarrollo global, dirigida por Christopher Elias, centra sus esfuerzos en la lucha contra la pobreza extrema. Sus iniciativas se articulan en tres ejes principales: inclusión financiera, que busca ofrecer servicios bancarios básicos a comunidades del mundo en desarrollo; agricultura, con programas destinados a aumentar la productividad de los pequeños agricultores en África; y agua, saneamiento e higiene, enfocados en mejorar el acceso a infraestructuras básicas en regiones donde la gestión de residuos sigue siendo un desafío.

Christopher Elias, presidente de la división de desarrollo global de la Bill Gates Foundation.
Más conocida, sin embargo, es la labor del Programa de Salud Global, liderado por Trevor Mundel. Aunque su foco prioritario ha sido la lucha contra el VIH/sida, la tuberculosis y la malaria —con inversiones de más de 6.600 millones de dólares en investigación—, la fundación también ha desplegado una acción decisiva en campañas de vacunación, en la erradicación de la polio y en programas de salud sexual y reproductiva, especialmente en países de renta baja.
Fue también a través de este programa donde la fundación desplegó algunos de sus mayores esfuerzos frente a una de las amenazas más graves de la historia reciente: la pandemia de COVID-19.
La entidad destinó cientos de millones de dólares a diferentes iniciativas, financió el desarrollo de hasta seis candidatas a vacunas y donó 250 millones de dólares a la Organización Mundial de la Salud (OMS) para apoyar su labor durante la emergencia sanitaria. Estas acciones se sumaron a múltiples proyectos concretos orientados a mitigar los efectos de la crisis en los países más vulnerables.
Si el Programa de Salud Global es el más visible, probablemente la División de Estados Unidos sea la menos conocida. Sin embargo, representa los orígenes mismos de la fundación y nunca ha sido abandonada.
Bajo la dirección de Allan Golston, esta área ha canalizado importantes donaciones a organizaciones como Planned Parenthood, dedicada a la salud reproductiva, la educación sexual, la planificación familiar y el acceso al aborto. También ha apoyado a numerosas bibliotecas públicas, especialmente en su actualización tecnológica.
Donde la fundación ha dejado una huella más profunda es en el ámbito de la educación
Pero donde la fundación ha dejado una huella más profunda es en el ámbito de la educación. Su objetivo declarado ha sido reducir la pobreza ampliando las oportunidades académicas. Para ello, ha financiado programas de becas en algunas de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos, dirigidas a estudiantes de origen humilde que, de otro modo, tendrían un acceso limitado a la educación superior.
La labor de la fundación tampoco ha estado exenta de controversias. En el ámbito educativo, diversos críticos han señalado que los Gates han utilizado el poder de su organización para imponer su propia visión de la enseñanza, orientando políticas en escuelas e institutos sin que siempre estuvieran respaldadas por la evidencia científica.

Bill Gates en Ghana en 2013, en una de las labores de su fundación.
El académico Frederick M. Hess, cuyo instituto recibió 500.000 dólares de la fundación en 2009, lo expresó de manera reveladora: “Como investigadores, tenemos un razonable instinto de autopreservación; debemos tener un exquisito cuidado en cómo decimos cualquier cosa que pueda reflejarse negativamente en la fundación”. Una declaración que sugiere cómo la influencia económica puede actuar de forma indirecta, generando un clima en el que resulta difícil discrepar.
Las becas educativas de la fundación también han recibido críticas. Algunos analistas señalan que no siempre benefician a quienes tienen mayores necesidades económicas, lo que plantea dudas sobre si contribuyen realmente a reducir la desigualdad o si, por el contrario, refuerzan circuitos de privilegio ya existentes.
Otras divisiones de la fundación tampoco han escapado al escrutinio. Los programas de servicios financieros en países en desarrollo han sido cuestionados por parecer diseñados más para maximizar inversiones que para transformar realidades sociales.
Del mismo modo, en el campo de la salud se les reprocha concentrar recursos en enfermedades de alta visibilidad mediática —como el sida, la malaria o la polio— mientras se descuidan patologías que, aunque menos conocidas, afectan a amplias poblaciones en regiones vulnerables.
La labor filantrópica de los Gates no responde tanto a un compromiso genuino con los más desfavorecidos como a una estrategia de reputación y visibilidad pública
Todo esto alimenta la visión de quienes consideran que la labor filantrópica de los Gates no responde tanto a un compromiso genuino con los más desfavorecidos como a una estrategia de reputación y visibilidad pública. Según esta perspectiva, las prioridades de la fundación no siempre se ajustan a las necesidades reales de las poblaciones vulnerables, sino a aquello que refuerza la imagen de sus fundadores y les otorga un papel protagonista en el debate global.
La percepción tampoco mejoró tras el divorcio de la pareja. En 2024, la organización adoptó oficialmente el nombre de Gates Foundation, después de que Melinda French Gates abandonara su puesto directivo. La decisión de eliminar los nombres de ambos en favor de una marca más impersonal generó todo tipo de especulaciones, pero reforzó una idea clara: la filantropía de Bill Gates está tan marcada por el ego y la proyección pública como por la voluntad de transformar la realidad. Cuánto hay de cada cosa es, todavía hoy, motivo de debate.

Edificio principal de la Bill Gates Foundation.
Todo lo que ha hecho fuera de la fundación no es menos cuestionable
Un hombre más allá de su fundación
Nada de todo esto impide que, también a título personal, Gates haya realizado donaciones singulares. Muchas de ellas se han dirigido a instituciones académicas. La más destacada fue en 1999, cuando entregó 20 millones de dólares al Massachusetts Institute of Technology (MIT) para la construcción de un laboratorio de informática diseñado por el arquitecto Frank Gehry.
Años más tarde, en 2018, sorprendió regalando ebooks gratuitos a todos los graduados universitarios de Estados Unidos, una iniciativa que repitió en 2021 a escala global para estudiantes de todo el mundo.
Su interés por los libros no se limita a regalarlos: Gates es un lector voraz y también autor. Aunque ha escrito varios títulos sobre negocios y tecnología, en los últimos años ha publicado obras centradas en su faceta filantrópica. En 2022 lanzó How to Prevent the Next Pandemic, concebido como un manual para evitar futuras crisis sanitarias tras el COVID-19. Sin embargo, el libro fue recibido con frialdad por la comunidad científica, que lo acusó de no abordar los problemas estructurales que hicieron posible la pandemia.
Gates es un lector voraz y también autor de libros
El otro gran tema que ha plasmado en papel es el cambio climático, una de sus obsesiones más persistentes. En How to Avoid a Climate Disaster, Gates expone lo que aprendió tras una década estudiando el fenómeno y participando en iniciativas para mitigarlo.
La obra refleja su convicción de que la tecnología y la innovación serán esenciales para enfrentar la crisis ambiental, aunque no ha estado exenta de críticas por su énfasis en soluciones técnicas frente a cambios sociales y políticos más profundos.
Pero, también en el terreno climático, las propuestas de Gates han recibido duras críticas. How to Avoid a Climate Disaster fue calificado por muchos expertos como poco más que un brindis al sol. Sus conclusiones —abogar por una transición energética y por la innovación tecnológica— eran ya conocidas desde hacía años, y apenas profundizaba en los obstáculos políticos que constituyen el verdadero freno a la acción climática.

Bill Gates, filántropo.
El climatólogo Michael Mann lo resumió con contundencia: Gates es “excesivamente desdeñoso con las energías renovables limpias” y, en cambio, muestra un optimismo casi ingenuo con la energía nuclear, a la que presenta como la gran solución, sin reconocer que los principales desafíos actuales no son técnicos, sino políticos.
Una valoración que refleja con bastante precisión la trayectoria de Gates en este ámbito: pedir a gobiernos e instituciones que actúen, pero sin ejercer una presión real sobre ellos, mientras concentra sus esfuerzos en inversiones tecnológicas, cuya eficacia sigue siendo muy discutida.
Resulta difícil argüir por qué Gates insiste en este camino. Sus iniciativas rara vez parecen efectivas a gran escala, no han provocado cambios estructurales y, como recuerdan muchos expertos, en ocasiones incluso han contribuido a empeorar las dinámicas que decían querer resolver. La crítica es recurrente: la filantropía de Gates puede ser bienintencionada, pero se queda en la superficie de los problemas, sin atacar sus raíces.
¿Por qué lo sigue haciendo entonces? Es imposible de saber con certeza. Tal vez porque le reconforta, tal vez porque está convencido de que marca una diferencia, o quizá porque es su manera de aspirar a una forma de inmortalidad, de convertirse en un tipo de millonario que deja huella más allá de los negocios. La propia Melinda Gates lo dejó entrever al afirmar que sus hijos recibirán una herencia mínima, de apenas 10 millones de dólares cada uno: suficiente para vivir con holgura, pero lejos de una fortuna generacional.
Lo que sí parece evidente es que el Gates de los últimos veinte años no es el mismo que el de los veinte anteriores. De revolucionario de la informática a magnate de la filantropía, su figura se ha transformado. Pero queda la duda de si, al final, el mundo lo recordará más por lo que hizo con Microsoft que por sus intentos de reinventarse como filántropo global.