“Hago muchas fotografías, pero es que ni me planteo subirlas. Si eso, a mejos de Instagram. Ponerlas en público es lo que hacen mis padres... Me da un poco de vergüenza”. Martín, de 17 años, enseña su perfil de Instagram: una cuenta privada con 126 seguidores, todos ellos, explica, amigos y compañeros de colegio y algún que otro conocido. Su feed, completamente en banco: ni una sola imagen. “En mejores amigos tengo como a 30 personas. Con esas sí que comparto cosas a veces”.
Aunque a veces nos parezca que son un invento muy moderno, lo cierto es que desde el nacimiento y popularidad de las redes sociales ha llovido ya un tanto. Instagram se fundó en el año 2010, y despegó en popularidad alrededor del 2012; en ese momento, su premisa se basaba en ser una especie de diario virtual en el que los usuarios podían subir fotografías de su día a día.
Para aquel entonces, Facebook ya llevaba operando un par de años (desde 2008, en castellano) y compartiendo espacio con Tuenti, una plataforma pionera en nuestro país que, entre el año 2009 y 2012, fue la más popular entre los jóvenes españoles, con más de 15 millones de usuarios.
Por qué la Generación Z ya no sube fotos a sus 'feeds'.
La generación millennial —los nacidos entre los años 1981 y 1996, es decir: adolescentes por aquel entonces— abrazaron estas redes sociales primigenias hasta sus últimas consecuencias. La mayoría de ellas —como ya sucedía en Fotolog o MySpace— ponían un peso bastante notable en la publicación de imágenes.
A mediados de los años 2000, los móviles apenas tenían cámaras que permitiesen hacer fotografías decentes, pero las cámaras digitales se habían abaratado notablemente, lo que facilitó que cualquiera pudiera tener acceso a ellas. Y, sin mucha dilación, la sociedad comenzó a notar las consecuencias de esta conjunción de factores.
En mejores amigos tengo como a 30 personas. Con esas sí que comparto cosas a veces
La “selfie” (entonces se llamaba “autofoto” o incluso “foto Tuenti”) comenzó a ser parte del día a día. La posibilidad de compartir y exponer los encuentros familiares, las fiestas con amigos, los cumpleaños, los conciertos o, simplemente, nuestro estilo a la hora de vestir le parecieron a esta generación una oportunidad muy valiosa para mostrarse al mundo. Para darse a conocer.
Una fotografía ya no era algo vergonzoso, escondido en un álbum en una estantería del salón, que tus padres le enseñaban a los invitados para avergonzarte un poco: era una manera más de expresarse, conectar e incluso presumir. Entonces: ¿por qué ya los jóvenes no postean en redes sociales?
Un usuario de Instagram navegando por el 'feed' de su perfil.
Cambio en las redes
Las selfies están “out”, los feeds vacíos está “in”
A pesar de que la aparición de este tipo de plataformas de subida de imágenes fuese un punto de inflexión para la adolescencia de muchos jóvenes españoles, ya ha transcurrido el suficiente tiempo desde su creación para que las nuevas generaciones hayan nacido con ellas. Los pertenecientes a la Generación Z, nacidos entre finales de los 90 y mediados de los años 2000, y, sobre todo, la Generación Alfa, nacida a principios de los 2010, han crecido rodeados de esta tecnología.
Para los niños que han vivido rodeados de lentes de teléfonos móviles, donde las redes sociales han sido parte del día a día y la conversación desde que tienen uso de razón, su utilización es algo menos novedoso, a lo que han sido capaces de acomodarse más rápido.
Los hijos de algunos de los usuarios que fueron pioneros en subir fotos en Tuenti o crearse un Fotolog ya están casi en el instituto, y el relevo generacional hace que vean la actitud de sus padres hacia estas redes como algo desfasado u hortera. Ahora, lo que se lleva es no postear, o hacerlo de forma efímera. Nada de muros llenos de imágenes que pormenorizan lo que hemos comido, lo que hemos visto en el cine, o las nuevas zapatillas que nos hemos comprado.
Esto no quiere decir que los jóvenes no utilicen redes sociales. Según últimos estudios, el 86% de los usuarios de Internet de entre 12 y 74 años usan redes sociales; los Generación Z tienen una media de 5 cuentas en ellas. Simplemente, fruto de las circunstancias —y de la naturalísima tendencia de querer diferenciarse de las generaciones anteriores —han encontrado nuevas maneras de relacionarse con ellas. Las “selfies” y las fotografías del día a día siguen existiendo, pero se reservan para quienes están más cerca. Lo que se hace público se mira y se cuestiona con cuidado antes de publicarse.
Compartí una foto después de mi graduación, aunque unos meses después la archivé
“Sí pongo a veces fotos de mi grupo de amigos, después de unas vacaciones, o de una fiesta que ha estado muy bien... Compartí una después de mi graduación, aunque unos meses después la archivé”, dice Natalia, de 15 años.
Cuenta que sigue a “mucha” gente (unas 300 personas, entre influencers y cuentas de “memes”), pero solo acepta que la siga gente que conoce al menos de una vez. “En el feed pongo las fotos que quiero que vea mi madre, o a lo mejor alguien en concreto. He puesto algún post para el cumpleaños de una amiga, pero después de que lo vea y comente, me pregunto… ¿para qué lo voy a dejar ahí?”
Para acomodarse a esta nueva manera de postear, las plataformas también adaptaron sus mecanismos. Instagram introdujo la opción de subir historias, imágenes “efímeras” que caducan en 24 horas y dejan de poder verse, relativamente temprano. Originalmente, la funcionalidad era una opción secundaria, un complemento a las fotos del muro, pero poco a poco han ido ganando más importancia. Pueden catalogarse en colecciones —“historias destacadas”— para que puedan verse más tiempo; y también existe la opción de escoger un grupo de “mejores amigos” y publicar algunas solo para ellos.
A fecha de 2025, se estima que cada día se publican 500 millones de historias en esta plataforma. Y, a diferencia de lo que sucede con otros posts, las historias nos enseñan qué usuarios las han visto, un aspecto importante de la socialización alrededor de ellas. “Si alguien te ve mucho las historias, es que les interesas… Supongo que antes esa era la función que tenían los likes”.
Aunque muchas otras plataformas, como Facebook y WhatsApp, han intentado implementar sistemas parecidos, los jóvenes entrevistados nos confiesan que nunca han utilizado esass funcionalidades fuera de Instagram. Estas plataformas, con una media de edad más elevada, se perciben como desfasadas. Raúl, de 18 años, lo tiene claro: “Nunca postearía una historia en WhatsApp. No sé explicar por qué, pero es cringe”.
App de Instagram para iPad.
Una tendencia no tan perniciosa
La huella digital es más importante que nunca
Cringe es un término anglosajón que se usa para describir algo que da “grima” o “vergüenza ajena”. Y evitar el cringe es una de las prioridades de los jóvenes a la hora de utilizar estas plataformas. Frente a lo planeado, lo teatralizado de las fotografías que los millennials cuelgan en redes sociales, los más jóvenes quieren, sobre todo, generar sensación de autenticidad.
Entre los que sí postean en ocasiones, están de moda los “photo dumps”: volcados de fotos tomados durante una semana, o durante un mes, publicadas de golpe en el mismo post, sin apenas contexto. Como si no importasen apenas.
“Cuando hago un dump planeo cuidadosamente qué fotos pongo, con qué filtros, en qué orden… pero intento que parezca que no, que lo he subido en unos segundos y ya está.”, nos confiesa Marta, de 20 años. “Si me hago una foto con unas amigas en una terraza, o en una playa, la desenfoco un poquito para que no parezca planeada. Para que parezca espontánea. No que hemos posado y ya está. Aunque a veces sí que salen fotos espontáneas, sin fingir… Y esas me gusta más subirlas.”
Cuando hago un 'dump' planeo cuidadosamente qué fotos pongo, con qué filtros, en qué orden… pero intento que parezca que no, que lo he subido en unos segundos y ya está
Fotos borrosas, o no particularmente estéticas, en las que el protagonista no mira a la cámara, o que se han tomado —o al menos, lo parecen— sin que el sujeto se dé cuenta son una oportunidad para mostrarse genuinos, auténticos.
Esta actitud al respecto del uso de redes sociales nace también de un cambio de percepción social al respecto de lo que se publica. La “huella digital”, el término que se utiliza para denominar el rastro de imágenes, publicaciones y posts asociados a una persona en Internet, está más presente para ellos que para otras generaciones. Especialmente porque su rastro digital no parte de la edad adulta, como es el caso de las generaciones más longevas, sino desde la misma infancia.
El rey Felipe VI y Aitana se hacen un selfie en los Premios Vanguardia
Si el día de mañana tengo que encontrar trabajo, y quien me vaya a contratar viese eso… ¿me daría una oportunidad?
Muchos de ellos comenzaron a usar redes sociales siendo apenas niños, y preferirían haber tenido más cuidado con lo que comparten. “A veces pienso en lo que publicaba cuando era niña: vídeos bailando con amigas, con mi hermano, en pijama, sin peinar o maquillar… Y digo: si el día de mañana tengo que encontrar trabajo, y quien me vaya a contratar viese eso… ¿me daría una oportunidad?”, se lamenta Sofía, de 17 años. En su feed, apenas tres fotos: una de estas vacaciones, frente al mar; otra de su graduación, y una de su mascota.
A pesar de que, para las primeras generaciones que utilizaron las redes sociales, hacerlo era prácticamente un juego, algo puramente anclado en el ocio, los Generación Z han entendido que lo que sucede en ellas tiene repercusiones muy evidentes en el mundo real. Para bien, pero también, en ocasiones, para mal.
Los mensajes, las fotografías o los vídeos pueden salir del alcance de lo que esperamos con muchísima facilidad. Sirven para expresarnos, pero también pueden darnos un foco que no queremos, o exponernos a comentarios y críticas indeseados. Como tal, aumentan las reservas al respecto de lo que se comparte en ellas. “Te puedes hacer viral de golpe con una chorrada, y eso se queda en Internet para siempre. Yo, sinceramente, no me quiero arriesgar”.




