Aunque cada generación parece adoptar una paleta particular, sería simplista considerar esto como un fenómeno biológico o universal. Si bien el color es el efecto visual producido por la composición espectral de la luz que emiten, transmiten o reflejan los objetos, la manera en que lo interpretamos es, sobre todo, una construcción social y cultural, moldeada por costumbres, ideologías e influencias mediáticas.
Como señala el historiador francés Michel Pastoureau, los colores no los crea la naturaleza –ni únicamente el ojo o el cerebro–, sino la sociedad, que les asigna diferentes significados según la época. Así, se convierten en una especie de indicador de las transformaciones de cada década.
En la sección del capítulo titulada La Couleur, marqueur créatif générationnel? (¿El color, un marcador creativo generacional?), publicada recientemente en Les Dessous de la créativité – gagner en confiance créative et relever les défis (Los secretos de la creatividad: ganar confianza creativa y afrontar los retos), exploramos cómo las generaciones sucesivas se definen por conjuntos de valores, creencias y comportamientos que también se manifiestan visualmente, y de forma destacada, a través de sus colores distintivos.
Segmentar por generaciones –baby boomers, X, Y, Z, Alfa– permite observar preferencias cromáticas que no son simples cuestiones de gusto individual, sino reflejos de una relación colectiva con el tiempo, las aspiraciones y la estética dominante.
Charli XCX junto a Troye Sivan.
¿Cuál es tu color?
Cada generación tiene su propio código cromático
Los baby boomers (nacidos entre el final de la Segunda Guerra Mundial y mediados de los años 60) y la generación X (1965-1980) tendieron hacia paletas más tradicionales, con predominio de tonos neutros y pasteles. A partir de los años 70, estas se enriquecieron con matices terrosos inspirados en la naturaleza: verdes, marrones y rojizos oxidados.
La generación Y, o millennials (1980-mediados de los 90), vio surgir un color icónico: el rosa millennial. Más que un tono, este pastel suave se volvió emblemático en la década de 2010, simbolizando ligereza, optimismo y, sobre todo, un desafío a los códigos de género tradicionales.
En la generación Z (1995-2010), el primer tono destacado fue un amarillo vibrante
En la generación Z (1995-2010), el primer tono destacado fue un amarillo vibrante, rápidamente apodado gen Z yellow, que apareció hacia 2018 en contraste deliberado con el rosa de sus predecesores. Poco después, entró en juego el púrpura, asociado desde hace tiempo al poder, la creatividad y las luchas feministas, ahora reinterpretado como símbolo de inclusión y autoexpresión.
Más recientemente, el verde ha cobrado protagonismo: por un lado, como color bandera de las preocupaciones ecológicas y del discurso político; por otro, reinventado como el provocador brat green, verde fluorescente de pantalla popularizado en 2024 por la cantante británica Charli XCX.
La generación Alfa, aún en sus primeros años, se mueve entre dos polos: una atracción por tonos naturales y reconfortantes, y la inmersión temprana en los colores saturados y artificiales del mundo digital.
El amarillo es el color de la Gen Z.
Más allá del color
Estar enraizado en el propio tiempo
Aunque estos marcadores generacionales son sugerentes, no deben tomarse como fijos. Los colores nunca son estáticos: circulan, evolucionan y se reinventan. Regresan en ciclos, como la moda, y adquieren nuevos significados en el camino. Esta fluidez es lo que confiere al color su poder en la comunicación: ancla a una marca en su época, al tiempo que deja espacio para la reinterpretación.
Las últimas tendencias de 2024-2025 lo muestran con claridad. Junto al verde neón vinculado al álbum Brat de Charli XCX, Pantone ha nombrado a Mocha Mousse, un marrón cálido y envolvente que expresa el anhelo colectivo de confort y estabilidad, como el Color del Año 2025. El contraste entre estas dos señales –una irónica y exuberante, la otra serena y reconfortante– captura el espíritu de nuestro tiempo, situado entre el exceso y la búsqueda de equilibrio.
Una importancia velada
El poder de nombrar los colores
Las investigaciones en marketing muestran también que el impacto de un color no reside solo en el tono en sí, sino en el nombre que recibe.
El nombre otorgado a un color moldea directamente la preferencia del consumidor y su intención de compra. Un nombre evocador, poético o lúdico genera mucho más compromiso que una etiqueta genérica. Este fenómeno –todavía poco explorado– recuerda a las marcas que el lenguaje puede moldear la percepción con la misma fuerza que el color. Sin embargo, el humor o la extravagancia deben manejarse con cuidado: en exceso, pueden dificultar el recuerdo de la marca, por lo que el equilibrio resulta esencial.
Para las empresas, el reto es doble. Primero, comprender los códigos generacionales que moldean la manera en que los colores se leen y se reciben, para hablar en un lenguaje visual inmediatamente reconocible. Segundo, construir un sistema cromático coherente y sostenible a lo largo del tiempo.
Hablar de colores generacionales es, por tanto, una herramienta útil de descodificación, siempre que reconozcamos su flexibilidad. Para cada generación, el color es más que una elección estética: es un portador de significado, un testigo de su tiempo, una fuente de emoción y un lenguaje compartido que vincula a los individuos con el espíritu de su época.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Sabine Ruaud es Profesora de marketing en EDHEC Business School. Rose K. Bideaux esInvestigadora en artes y estudios de género en la Universidad París 8 – Vincennes Saint-Denis.



