“¿Qué hace humano a un ser humano?” “¿Qué significa estar vivo?”. Desde agosto de 1945, Masayo Mori, superviviente de la bomba atómica de Hiroshima, convirtió esas dos preguntas en una brújula vital. Como profesora, a esta hibakusha no le pudo la rabia, el odio o la depresión, sino la curiosidad. Quiso entender qué empuja a una sociedad a fabricar una catástrofe y, sobre todo, qué puede hacer una persona para seguir adelante después de mirar de frente a lo irreparable.
Las dudas de Mori son también las de miles de supervivientes que han atravesado décadas de silencio y estigma. Y son, además, las preguntas que Agustín Rivera, periodista malagueño con tres décadas de trabajo en Japón, ha formulado a varios supervivientes de la explosión. En Hiroshima: testimonios de los últimos supervivientes, Rivera recoge tres décadas de entrevistas a supervivientes como testimonios que rehúyen el morbo del instante para centrarse en lo esencial: qué había antes de las 8:15h y qué quedó cuando el planeta volvió a girar.
En el 80º aniversario del lanzamiento de la bomba, la conversación con Rivera parece peligrosamente actual por una sencilla razón: de nuevo, la memoria nuclear surge como un espejo del presente y el futuro. Entre drones de guerra, IA desatada y guerras que se libran a distancia, Hiroshima y Nagasaki dejan de ser un capítulo de manual para convertirse en advertencia tecnológica y ética. Pero ¿todavía estamos a tiempo de aprender de nuestros errores?
Bomba de Hiroshima.
¿De dónde nace tu interés personal por Hiroshima y por qué adentrarte en esta aventura que te pilla tan lejos?
El interés original viene a través de Ramón Vilaró, que fue periodista de La Vanguardia mucho tiempo y corresponsal de la agencia EFE en Tokio. Yo estudiaba primero de Periodismo en la Pontificia de Salamanca y allí nos hicieron leer un libro suyo, Japón: Más allá del vídeo y la geishas. Era un libro-reportaje que contaba de manera didáctica cómo era el país. Me pareció un enfoque muy interesante y ahí nació mi primer interés.
Pero no fue el único detonante.
Para nada. Quién me iba a decir que tres o cuatro meses después, en el piso compartido de estudiante donde vivía, iba a conocer a una chica japonesa. Me enamoré de ella, estuvimos siete años juntos y, en 1995, me fui con ella a Japón. Le expliqué esta historia al periodista Manu Leguineche y me animó a adentrarme en la historia de Hiroshima. Y con eso llevo ya treinta años.
Hay un sentimiento de culpa general. Y no solo de culpa, sino también de vergüenza. De pensar: “¿Por qué hicimos esto? No deberíamos haberlo hecho”
Justo en el 50ª aniversario.
Sí, la primera vez que lo visité era el 50º aniversario, y ya estamos en el 80º. Pero más del 50% de las entrevistas del libro son de 2019, cuando volví expresamente sabiendo que iba a escribirlo. Aun así, algunas entrevistas, sobre todo las que aportan color o atmósfera, son de la primera vez, en 1995, y de 2001.
¿Qué sentiste la primera vez que pisaste la ciudad? ¿Qué impresión te dio ver lo que es Hiroshima ahora —bueno, en los 90 en este caso— y enfrentarte cara a cara con los testimonios de los hibakusha?
La ciudad, tanto en 1995 como en 2025, es tremendamente moderna. Se nota mucha vida, mucha juventud… es una ciudad muy política, incluso. Y es una ciudad que no mira a la guerra, mira a la paz. La cultura de paz es lo que predomina. Está impregnada en cada rincón de la ciudad. De hecho, el museo de la Bomba Atómica no se llama así, sino Museo de la Paz. Eso quiere decir mucho.
Aprendieron a valorarla.
En el cenotafio que hay en Hiroshima hay un lema, un claim, que dice: “No repetiremos el error”. Porque Japón tiene un sentimiento muy contradictorio. Muchos supervivientes piensan que, si no hubiese habido el ataque a Pearl Harbor en diciembre de 1941, quizás no habría habido bomba atómica. Hay un sentimiento de culpa general. Y no solo de culpa, sino también de vergüenza. De pensar: “¿Por qué hicimos esto? No deberíamos haberlo hecho”.
¿Cuáles son los elementos que más te han sorprendido al hablar con los supervivientes?
Muchos de ellos siguen cargando con el trauma, incluso después de haberlo contado. Y muchos que lo cuentan, lo hacen de forma muy parcial. Por eso, para mí era importante poder narrar no solo el momento de la explosión, sino también el antes y el después. Pero lo que más me sorprende de ellos es que se sorprendan de que un español, o un extranjero, quiera interesarse por sus historias. Son personas muy humildes, muy respetuosas, y se preguntan: “¿Cómo es que alguien de fuera quiere escuchar lo que vivimos nosotros?”.
Hiroshima: testimonios de los últimos supervivientes.
No entienden la dimensión del asunto.
No la entienden, es curioso. Es como si dijeran: “bueno, sí, te explico lo de la bomba atómica”, pero sin conciencia real del impacto global. Aunque, en realidad, ahora —después de la guerra de Ucrania y la invasión de Putin— se está entendiendo un poco más. La amenaza de las armas nucleares vuelve a ser evidente. Antes parecía una cosa del pasado. Pero el fenómeno de Hiroshima y Nagasaki, en este contexto, se ha redimensionado. Se ha realzado por la amenaza nuclear actual. Por los líderes que hay en Corea del Norte, en Rusia… y todo eso puede desestabilizar al planeta entero.
En la actualidad, ya prácticamente no hay soldados sobre el terreno. Todo son drones, misiles… tecnología punta al servicio de los estados. Y una bomba atómica, en ese sentido, no parece estar tan lejos. ¿Hasta qué punto estamos más cerca que nunca de repetir algo así?
Fíjate, yo suelo ser bastante optimista, suelo ver el lado positivo de las cosas, y hace algunos meses pensaba que no estábamos tan lejos… pero ya empiezo a dudar. Desgraciadamente, empiezo a dudar porque veo señales muy preocupantes. Lo de Rusia en Polonia, y todo este endurecimiento militar e institucional... la tensión está creciendo mucho.
Si se hablara más del impacto real de lo que significa una bomba atómica, si tuviésemos más referentes históricos vivos y más mujeres liderando el planeta… estaríamos mucho mejor
El desfile militar de China también fue una muestra del potencial militar que tienen los estados.
No creo que la sangre llegue al río, pero la verdad es que el asunto no es nada fácil. Y creo que hay que hacer un gran esfuerzo. No es que se me haya acabado del todo el optimismo, pero la cosa ha cambiado de unos meses a esta parte. Apelo a que haya un poquito de sensatez. Pero es verdad que el panorama es muy complejo, solo hay que echar un vistazo a lo que está pasando con Israel. Y creo sinceramente que, si se hablara más del impacto real de lo que significa una bomba atómica, si tuviésemos más referentes históricos vivos y más mujeres liderando el planeta… estaríamos mucho mejor. Hay una sobreabundancia de testosterona en el liderazgo mundial que hace muchísimo daño.
¿De testosterona?
Creo que es evidente. Hay hombres muy pacíficos y mujeres muy violentas, sí. Pero, en líneas generales, creo que si hubiera más mujeres mandatarias, más dirigentes mundiales al frente de grandes países con influencia internacional, muchas de las cosas que estamos viendo no ocurrirían. Ahora mismo, las tecnológicas se están convirtiendo también en un terreno abonado para extraer la máxima rentabilidad, sin tener en cuenta el componente humano.
¿Es la tecnología un peligro?
Yo no estoy en contra de la tecnología. Al contrario. Soy un gran defensor, lo he vivido desde siempre. Mi padre fue una de las primeras 50 personas en Málaga que tuvo internet privado en casa. Y, a día de hoy, con 81 años, está pensando si comprarse el iPhone 17 o esperar al 18. Pero sí creo que la tecnología tiene que avanzar con nosotros. Hay que avanzar con ella, sin olvidar el factor humano. Por eso, para mí, el testimonio del último superviviente en Hiroshima era una obsesión: porque hay que mirar hacia delante, pero también pensar en el pasado. No para recrearnos en él, sino para no repetir los mismos errores. Y eso solo se consigue conociendo bien nuestra historia.
Japón es un país muy particular. ¿Por qué crees que, aun con todo lo que ha sufrido históricamente, sigue siendo una de las grandes potencias del mundo?
Por la capacidad de resiliencia que tiene el pueblo japonés. Por su capacidad de mirar hacia adelante. Es un pueblo que siempre ha sido muy golpeado: por terremotos, por tsunamis, por la guerra, por los bombardeos atómicos... y, aun así, sigue adelante. Tienen claro cómo son las cosas.
Imagen de la destrucción causada por el lanzamiento de la bomba nuclear en Hiroshima al final de la II Guerra Mundial, en 1945.
En otro país se odiaría a Estados Unidos de forma visceral por algo así.
Yo creo que no hay otro caso igual en la historia de la humanidad. Es difícil encontrar un ejemplo donde dos naciones pasen de ser acérrimos enemigos a convertirse en íntimos aliados, casi de un día para otro. Desde la rendición de Japón en septiembre de 1945, Estados Unidos dictó la Constitución del 46. Durante varios años hubo fuerzas de ocupación estadounidenses en Japón. Y luego, claro, Estados Unidos mantiene una presencia militar muy fuerte allí. Tiene muchas bases en territorio japonés. Pero también hay otro factor importante: Estados Unidos ayudó muchísimo económicamente a Japón después de la guerra. La relación con Estados Unidos siempre ha sido un poco de interés: ambas partes tienen mucho que ganar. Japón buscaba fortalecerse económicamente, y a Estados Unidos le convenía tener a Japón como aliado estratégico para contener tanto a China como a Corea.
¿Gracias a eso Japón pudo prosperar?
Claro. Japón podría haber acabado como Corea: dividido en dos. Una parte bajo la órbita capitalista y otra parte bajo la influencia comunista o del Pacto de Varsovia. La Unión Soviética estaba a punto de invadir Japón antes de la bomba de Nagasaki. Entonces, claro, el tablero geopolítico global empezó realmente a redibujarse con Hiroshima y Nagasaki.
Vas a Hiroshima o a Nagasaki, y hay muchos jóvenes que no quieren hablar del tema, que lo ven como una historia del pasado, “de mayores”, algo que ya no les pertenece
¿Te gustó Oppenheimer?
No. Creo que las víctimas, los hibakusha, quedan completamente ninguneadas. No aparecen. No hay ni una sola imagen. Hay una escena en la que Oppenheimer parece que se tapa los ojos, como diciendo “qué barbaridad hicimos”… pero ¿por qué no mostrar lo que realmente pasó? Era una oportunidad de oro para que el gran cine de Hollywood reivindicara, de verdad, el tema de la bomba atómica. Pero incluso se frivoliza. Hay un momento en que un oficial dice: “¿Dónde lanzamos la bomba? No aquí, que pasé la luna de miel”. Y pensé: “no, por favor, no”.
¿Lo ves como un blanqueamiento a la responsabilidad de EEUU con la bomba atómica?
Yo no sé si es tanto un blanqueamiento como una elección de foco. Es verdad que cuando uno es autor de un libro, una película, un cómic… tiene que elegir. No se puede contar todo. Y eliges una historia frente a otra. En este caso, se centraron en la reflexión interna, en las contradicciones de Oppenheimer. Creo que eso está muy bien reflejado. Pero claro, yo me fijo en mi foco: el factor humano de los hibakusha y creo que se perdió una oportunidad fantástica. Porque si un director japonés hace una película sobre esto, o un novelista, seguramente hará algo valioso. Pero nunca va a tener la repercusión global que tiene una película de Hollywood estrenada en todo el planeta.
Evidentemente, la historia la cuentan los ganadores y vivimos la perspectiva de Estados Unidos. Sin embargo, también me pregunto si una parte de la culpa de que no se haya hablado más es de Japón, con esa mentalidad de tirar adelante e intentar enterrar ese pasado.
Sí, no les interesa remover el pasado. Por eso es un tema tabú. Vas a Hiroshima o a Nagasaki, y hay muchos jóvenes que no quieren hablar del tema, que lo ven como una historia del pasado, “de mayores”, algo que ya no les pertenece. Incluso entre las propias personas que sobrevivieron hay silencio.
¿Todavía?
Todavía. Porque existe un estigma tremendo con los hibakusha. Etimológicamente, hibakusha significa “persona bombardeada”, es decir, alguien que recibió el impacto directo de la bomba atómica. Muchos supervivientes no lo contaban porque, si decían que lo eran, tenían problemas para encontrar pareja. Había gente que no quería casarse con ellos.
La 'catedral de la bomba-A', en Hiroshima,
La radiación, supongo, generaba también un poco de miedo, ¿no? Como un “uy, a ver si me va a…”
No solamente era el miedo de “a ver si me afecta a mí”, sino también el de “a ver si tengo hijos con esta persona y el niño va a salir mal”. En algunos casos, desgraciadamente, fue así. Pero sobre todo, si tú decías que eras hibakusha, tenías problemas para conseguir trabajo. La gente lo intentaba ocultar. Y lo más alucinante es que, aunque aún quedan miles de supervivientes, en realidad, solo unas decenas lo están contando.
Me preocupa que hayan pasado ya 80 años. La mayoría de los supervivientes han muerto, y puede que su memoria se borre.
Sí, hay mucho peligro. Por eso creo que es tan importante reivindicar la memoria. Y también es importante que haya jóvenes que están haciendo cosas: canales de YouTube, pódcast... En Hiroshima y Nagasaki hay chicos y chicas que están entrevistando a los supervivientes, están actuando como relatores. Pero, desgraciadamente, también hay jóvenes —y no tan jóvenes— que no quieren saber nada del tema, porque es un asunto muy incómodo. En Japón hay un lema, casi un mandamiento no escrito: no molestar. Y este es un tema que molesta mucho. Para Estados Unidos es tremendamente incómodo, pero también para Japón. En Hiroshima y Nagasaki se hacen esta pregunta: “¿Qué habríamos sido sin la bomba atómica?”. Porque muchas veces se piensa: “Sin la bomba, seríamos ciudades mucho más desconocidas”.
Cualquier persona debería ir a Hiroshima y también darse cuenta de la capacidad de perdón que tiene el pueblo japonés. Esa capacidad debería extenderse a cualquier sociedad
Esto me conecta con el turismo de catástrofes, que está muy en boga.
Sí, sí, es muy interesante. Yo viajé a Fukushima un año después del tsunami, justo al límite de la zona de explosión nuclear. Y ahí te das cuenta de que Japón también es un país con pobreza, que tiene carencias, que no supo solucionar a tiempo el problema con los refugiados. Todo eso te rompes esquemas.
¿Crees que es importante visitar estos lugares, recordarlos, entenderlos de cerca?
Yo creo que sí. Quien visita Hiroshima o Nagasaki y entra al Museo de la Paz no va a salir igual. Va a reflexionar. Va a darse cuenta de la barbaridad que fue. Yo creo que cualquier persona debería ir, al menos una vez en la vida. Estar allí. Sentirlo. Comprender. Y también darse cuenta de la capacidad de perdón que tiene el pueblo japonés. Esa capacidad debería extenderse a cualquier sociedad.
Además de Hiroshima, has estado en muchos otros lugares donde has hecho reportajes y crónicas de este estilo. ¿Has encontrado alguna historia comparable?
Como Hiroshima y Nagasaki, nada. No hay comparación posible. Por el impacto que tuvo, por el número de muertos, por el papel decisivo que jugó en el final de la Segunda Guerra Mundial, por la altísima inversión tecnológica y militar que supuso el Proyecto Manhattan… no hay nada que se le compare.





