Durante más de una década, el foco de la innovación ha residido en el software y en los algoritmos invisibles que moldean nuestra vida digital. La razón es sencilla: se trata de una tecnología fácil de crear, y que puede ofrecer enormes márgenes.
Pero, a pesar de todo el auge de la IA, 2025 también ha sido un año donde el péndulo tecnológico ha oscilado otra vez hacia el mundo físico. Si asistimos a una nueva fiebre del oro, esta vez no se busca metal precioso, sino algo mucho más complejo: el primer trabajador humanoide de propósito general.
Con una inversión global que supera los 3.200 millones de dólares solo en el último año, una cifra superior a la de los seis años anteriores combinados, el mensaje es inequívoco: la próxima gran disrupción no estará en una pantalla, sino de pie, en nuestros almacenes, fábricas y, eventualmente, en nuestros hogares. Este renacimiento del hardware, impulsado por la convergencia explosiva de la inteligencia artificial y la robótica, ha desatado una carrera frenética donde las fortunas se crean y se cuestionan a una velocidad vertiginosa.
En el centro de este torbellino se encuentra una nueva estirpe de compañías que aspiran a ser los Ford o los Rockefeller de la era robótica. Liderando el pelotón del hype se encuentra Figure AI, una startup dedicada a la robótica humanoide que, en un movimiento que ha dejado atónita a la industria, alcanzó una valoración de 39.000 millones de dólares con un producto aún en fase de prototipo, lo que ha llevado a muchos a preguntarse si Figure realmente tiene tantos avances como su valoración sugiere.
El robot humanoide Figure 01 es mostrado en las instalaciones de pruebas de Figure AI en Sunnyvale, California
A su lado, contendientes más pragmáticos como Agility Robotics ya han dado pasos firmes hacia la comercialización, inaugurando la primera fábrica del mundo dedicada a la producción en masa de su robot bípedo, Digit, con planes para fabricar más de 10.000 unidades al año. Y, por supuesto, ningún campo de batalla tecnológico estaría completo sin la presencia de un disruptor como Tesla.
Con su proyecto Optimus, Elon Musk promete no solo un robot, sino la erradicación de la pobreza mediante la abundancia de trabajo, aunque sus demostraciones, a menudo criticadas por ser teleoperadas, subrayan la enorme brecha que aún existe entre la visión y la realidad.
Robot humanoide Digit, de Agility Robotics.
Como sea, la competición no se libra únicamente en los laboratorios de Silicon Valley: se trata del reflejo de una profunda rivalidad geopolítica. El panorama global está claramente definido por una dinámica de dos velocidades, donde Estados Unidos lidera en robótica de vanguardia, mientras China domina en volumen y coste.
Mientras las startups estadounidenses atraen capital de riesgo para desarrollar la tecnología más avanzada, China despliega su inmenso poderío industrial para producir robots a una escala y un precio que desafían a cualquier competidor.
Prototipo de Unitree Robotics, empresa china.
Un ejemplo perfecto lo encontramos en el caso de los robots cuadrúpedos: mientras Boston Dynamics, referente técnico estadounidense, sigue siendo el estándar de oro en innovación, la empresa china Unitree Robotics ya la ha superado en volumen de ventas gracias a su agresiva estrategia de bajo coste. Esta tensión define el tablero de juego, donde la innovación pura se enfrenta a la capacidad de escalar la producción y dominar el mercado global.
Tras el brillo de las valoraciones estratosféricas y las promesas mesiánicas, también aguarda una realidad técnica obstinada. Expertos como Rodney Brooks, uno de los padres de la robótica moderna, advierten que sin una destreza manual comparable a la humana, la utilidad de un humanoide es limitada, un desafío que sigue siendo uno de los mayores cuellos de botella del sector.
El robot Optimus en tareas de servicio a humanos.
La viabilidad económica es otra incógnita. El hardware, a diferencia del software, sigue teniendo altos costos de producción y menores márgenes, un recordatorio de que construir en el mundo físico es infinitamente más complejo que escribir código.
A esto se suman los dilemas éticos y de seguridad, encapsulados en la pregunta: ¿quién es responsable si un robot lesiona a alguien en una planta? Este necesario baño de realismo sugiere que, aunque la dirección es clara, el camino estará plagado de fracasos y consolidaciones antes de que veamos a los ganadores definitivos.
Robot Atlas de Boston Dynamics.
A pesar de los obstáculos, la dirección es inequívoca. Lejos de la ciencia ficción, la automatización inteligente ya está transformando industrias clave como la logística, donde los robots de Agility ya trabajan en almacenes de Amazon, o la agricultura, con tractores autónomos de Monarch optimizando cosechas.
El cambio de ciclo es real y profundo. Los inversores han entendido que las grandes oportunidades de la próxima década incluyen traer Silicon Valley de vuelta al mundo real. Tras años de optimizar clics, el gran desafío es ahora optimizar átomos. Puede que veamos fracasos y que la burbuja de los humanoides se desinfle parcialmente, pero 2025 quedará marcado como el año cero de una nueva era industrial, aquella en la que la inteligencia artificial, por fin, aprendió a caminar.


