En una época tan precaria como la que nos ha tocado vivir, el verano ya no es sinónimo directo de eliminar por completo toda la presión a la que nos somete la sociedad. Sin embargo, sirve para dar una tregua. Como otros muchos millennials, he aprovechado una buena racha de días de descanso para intentar escalar la montaña en la que voy depositando mi lista de lecturas, visionados y juegos pendientes. Así que por fin he podido hincarle el diente a Uncharted 4: El desenlace del ladrón y disfrutar de nuevo de las aventuras del cazarreliquias Nathan Drake.
A pesar de tener más de una década, el juego me ha servido para entender algunos aspectos del presente y del pasado reciente, así como también entender lo que puede sobrevenirnos en el futuro. La trama de cualquier episodio de la saga Uncharted se basa en que a Nathan Drake, el protagonista, se le presenta —o ya está inmerso en— la oportunidad de encontrar un antiguo tesoro, escondido en algún recóndito lugar y perteneciente a una antigua civilización. Nada nuevo para cualquier fan de Tomb Raider. En esta ocasión, Nathan ha de encontrar el gigantesco tesoro que supuestamente el rey de los piratas, Henry Avery, consiguió acumular a finales del siglo XVII.
Pero lo más interesante no es el tesoro. Lo que realmente me ha impactado de este videojuego, aparte del periplo de nuestro aventurero y las grandes dosis de acción que nos brinda, es la subtrama de política entre piratas que Nathan consigue desentrañar por el camino. Y ojo, no es que no encuentre el tesoro; por supuesto que lo hace. Lo fascinante es que, para llegar a él, primero tiene que encontrar la ciudad perdida de Libertalia, la utopía pirata.

Imagen promocional de Uncharted 4.
En Uncharted 4 se especula con la idea de que este Henry Avery, el cual existió realmente, fuera capaz de erigir, junto a otros diez capitanes y corsarios piratas de nacionalidades diversas, una sociedad para todo aquel que quisiera vivir al margen de, irónicamente, la sociedad. Así, se desvela que los líderes filibusteros, como si de un spin-off de la tercera entrega de Piratas del Caribe se tratase, se reunieron para crear una nación en la que, parafraseando a Espronceda, sus ciudadanos tenían como único dios la libertad, la fuerza del viento como única ley y, por supuesto, como única patria la mar.
De repente, Uncharted 4 no solo nos habla de tesoros y aventuras, sino también de cómo los seres humanos, incluso los que viven al margen de la ley, tienden a organizarse socialmente. Como nos recuerda Aristóteles, el ser humano es, por naturaleza, un animal social. Los piratas y ladrones también lo son, por lo que no resulta tan descabellado pensar que sintieran la necesidad de fundar su propia ciudad-estado, escondida en algún rincón remoto del paisaje de Madagascar. La lógica es aplastante: si son humanos, son sociales; si son sociales, buscarán una comunidad. Voilà, Libertalia.
Nathan Drake descubre que el final para la sociedad pirata fue que acabaron matándose entre ellos
No obstante, podemos imaginar a Neil Druckmann y Bruce Starlet, los directores del videojuego, debatiendo sobre el tema y citando, además de a Aristóteles, a Sócrates vía Platón. “¿Un Estado, un ejército, o una cuadrilla de bandidos y ladrones, o cualquier otra sociedad de este género, podrían triunfar si los miembros que la componen violasen todas las reglas?”, se llega a preguntar en La República, a lo cual se responde negativamente. “¿No sería porque la injusticia daría origen a sediciones, odios y combates entre ellos?”, prosigue en su razonamiento Sócrates/Platón.
Y en efecto, tal cosa ocurre en Libertalia. Nathan Drake descubre que el final para la sociedad pirata fue que acabaron matándose entre ellos. La naturaleza humana les llevó a agruparse, pero la naturaleza ambiciosa y depredadora de los piratas acabó en una guerra de todos contra todos.

Nathan Drake, el protagonista del videojuego Uncharted 4.
El mismo Henry Avery, su ideólogo, acabó por traicionar a sus socios y, al final, el botín acumulado en Libertalia por la nación filibustera a lo largo de los años ni siquiera fue para él, pues tanto Avery como su último rival en pie acabaron atravesándose mutuamente con la espada en un duelo a muerte a los pies del tesoro.
Este episodio ficticio de la historia da para pensar en ciertos hechos actuales. De un tiempo a esta parte, desde que Trump ganara por primera vez la presidencia en 2016, año en el que también se estrenó este videojuego, el eslogan Make America Great Again se lleva repitiendo sin cesar tanto por él como por sus simpatizantes. Sin embargo, ¿qué significa esto? Que Trump, como el Henry Avery de Uncharted 4, no reconoce otra ley que la de la piratería. Es decir: la ley de acumular riquezas mediante el saqueo enmascarado como acción libertaria.
¿Qué significa “hacer América grande de nuevo”, entonces? No es más que crear un país para piratas: una nación que solo cree que en la pura competitividad
Como buen rey pirata, Trump rechaza cualquier statu quo que no sea el suyo. Al igual que el infame Henry Avery, ha tejido una red global de aliados afines —como Javier Milei— que retuercen el concepto de libertad hacia un anarcocapitalismo extremo. Lo que muchos aún no comprenden es que Trump no titubea a la hora de cortar cabezas, incluso entre quienes lo han ayudado, en cuanto dejan de serle útiles. Que se lo pregunten, si no, a Elon Musk.
¿Qué significa “hacer América grande de nuevo”, entonces? No es más que crear un país para piratas: una nación que solo cree que en la pura competitividad, en la ley del más fuerte, en el mercado que se regula solo porque o vives o mueres. El canto romántico de Espronceda puede pervertirse entonces fácilmente:
Que es mi empresa mi tesoro / Que es mi dios mi libertad —no la de los demás— / Mi ley la fuerza del arancel/ Mi única patria el paraíso fiscal
Ahora bien, como ya hemos visto, si el final de Uncharted 4 nos advierte de algo es de que en la guerra del todos contra todos, nadie tiene garantizada su supervivencia. Da igual lo fuerte que uno sea. Y no sólo eso, también nos advierte de que, por el camino, quizá ese reino puede arder por completo hasta sus cimientos y desaparecer para siempre.