Los Bibas, padre, madre y dos niños de corta edad, han sido el símbolo de los rehenes israelíes desde los atroces ataques del 7 de octubre, cuando fueron sacados de sus casas y secuestrados por los terroristas de Hamas. Ayer las imágenes de la entrega de los cuerpos de Shiri, Ariel y Kfir Bibas estremecieron al mundo, cuando ya es difícil que algo nos estremezca.

Vídeo del secuestro de Shiri, Ariel y Kfir Bibas
Durante los más de 500 días que han transcurrido desde su secuestro en el kibutz de Nir Oz, donde uno de cada cuatro habitantes fue asesinado o secuestrado por Hamas aquel día de horror, las redes se llenaron de fotografías y de vídeos, los de los hermanos pelirrojos jugando, celebrando el nacimiento del pequeño Kfir, sus primeras risas confiadas.
También el vídeo de su madre horrorizada, rodeada por los islamistas, los rostros cubiertos con pasamontañas negros, pero también rostros descubiertos, qué hacían allí, la mujer sosteniendo entre mantas a sus hijos, de entonces cuatro años y nueve meses.
También los vídeos de ayer, de sus cuerpos en una especie de macabro escenario en el que Hamas los dispuso antes de dedicarles un último desfile de muerte y celebración, de una macabra y paródica autopropaganda calificada de “abominable y cruel” por la ONU.
Quinientos días en que X se llenó de fotografías de la familia, de la que solo ha sobrevivido el padre, recientemente “liberado”, primeros planos de los pequeños, con una leyenda, “Di su nombre”, también de otros rehenes, en menor medida. Para poner rostro, pero también nombre a la barbarie. Para reclamar su vuelta.
Pocas horas después de que Hamas anunciara que entregaría los cadáveres, un usuario de X colgaba una fotografía de la familia con la madre y los dos niños tachados y una leyenda diciendo que solo faltaba uno. Poco después lo borraba, pero no antes de que corriera la captura y conseguir unos cuantos likes.
La doble cara de la función de las redes, por expresarlo de alguna manera. Porque el odio fluye por ese universo digital tan real como el real, pero también la urgencia, el debate, la petición de ayuda. En realidad todo depende de lo que hagamos con ellas, no es X, o no totalmente, son quienes la usan. Lo que piensan, para qué las hacen servir.
Pongamos otro ejemplo, de otra red, TikTok. Hace un par de semanas, un médico y una enfermera de un hospital australiano colgaron un vídeo en el que, entre risas, explicaban que no iban a tratar a pacientes judíos, o que de hacerlo los iban a matar. Se hizo viral.
Un médico y una enfermera en Australia colgaron un vídeo en el que explicaban entre risas que no iban a tratar a pacientes judíos, o que los iban a matar. Se hizo viral
Se hizo viral y fueron rápidamente despedidos de sus trabajos. La explicación que ya se está haciendo habitual en estos casos es que se trataba de una “broma”. ¿Se puede permitir un hospital que sus médicos bromeen públicamente con que van a asesinar a pacientes por su etnia, cultura, nacionalidad o lo que sea?
¿Qué pasa, o qué no pasa en el cerebro de quienes cuelgan cosas de este tipo? Porque el anonimato puede servir de escudo, pero los rostros son reconocibles, de hecho se identifican rápidamente, y tienen consecuencias. Hay que estar muy, ¿qué? ¿Subido? ¿Impune? Para pensar que te van a aplaudir. De lo otro, del racismo y más que demuestran, ya no hablamos.
Los lamentos por los niños Bibas eran contestados por quienes los contraponían a los niños palestinos fallecidos en los ataques de Israel. Como si dolerse por unos no fuera compatible con hacerlo igualmente por los otros. Todos son niños, todas sus muertes, una tragedia y un crimen, vaya esto por delante para quienes leen y no se enteran, incluida esta columna.
Algunos medios, como The Guardian, optaron ayer, por dignidad y respeto, por no ofrecer las imágenes en directo de la ceremonia de la muerte celebrada por Hamas, la última humillación a la mujer, los pequeños, el anciano Oded (“Di su nombre”), de 85 años, que había dedicado su vida a luchar por la paz con los palestinos.
Será imposible que los familiares que les han sobrevivido -los padres de la mujer fueron asesinados también en el kibutz- dejen de ver esas imágenes. Deberán borrarse de las redes para alejarse de ellas. Y de los comentarios. De tanto odio.
Pero también de esas redes que han mantenido la memoria y han clamado por la vida de los rehenes. De lo mejor a lo peor hay una fina línea fácil de traspasar.
También encontramos a veces algunas reflexiones: “Que hayan podido morir en un bombardeo israelí (los rehenes) es completamente irrelevante. No hay ninguna justificación para secuestrar niños” (@menhirhasan.bsky.social, en Bluesky).