Y más en concreto: un pañuelo de papel, un tissue, un kleenex, si se opta por la marca comercial original. Eso es lo que parece ser que tenía Macron sobre la mesa que compartía con otros líderes europeos en el viaje relámpago a Kyiv para apoyar a Ucrania hace algo más de una semana. Medios rusos, incluso fuentes oficiales, han calificado el encuentro de reunión de drogadictos y en las redes sociales han aparecido imágenes de una supuesta cucharilla y de una bolsa de cocaína que Macron oculta al verse descubierto por la cámara. La inteligencia artificial permite manipular imágenes con suma facilidad. Y lo que probablemente era un pañuelo de papel arrugado y con los restos de alguna secreción nasal del presidente francés ha pasado a ser un objeto sospechosísimo y que abona la teoría putinesca de que todos los líderes europeos son corruptos y drogatas.

Nada nuevo bajo el sol en la batalla de la desinformación, pero el humano gesto del usualmente hierático Macron es algo que todos aquellos a los que alguna vez nos ha goteado la nariz deberíamos comprender. ¿Quién no se ha encontrado con un pañuelo de papel usado en la mano y sin una papelera cerca? Los norteamericanos de Kimberly-Clark, que lanzaron el pañuelo de papel como un desmaquillador y que luego, hace más o menos un siglo, se dieron cuenta de que la gente lo requería para sonarse las narices, se encontraron casi por azar con un negocio millonario. Un éxito de narices, obviamente.
¿Quién no se ha encontrado con un pañuelo de papel usado en la mano y sin una papelera cerca?
Descubierto ya el filón, uno de sus primeros anuncios recomendaba así el uso de los pañuelos desechables: “No te guardes tu resfriado en el bolsillo”. Dieron en la diana. Y empezamos a ver el pañuelo de tela de uso común como antihigiénico y repugnante.
Hoy, como el péndulo se ha movido, pudiera ser que haya quien considere un desperdicio los pañuelos de usar y tirar, por los mismos o parecidos motivos ecológicos por los que habría que renunciar a los pañales o a tampones y compresas. Hay ganas, en algunos hogares, de volver a lavar los trapos sucios.
En cualquier caso, una confesión personal y un consejo que podría servirle incluso a un presidente: yo siempre llevo un pañuelo de bolsillo de seda por si acaso, no vaya a ser que tenga que enjugarme alguna lágrima o que no sepa dónde meter el tissue con algo de mi producto interior bruto.