Uno ha renunciado ya a descubrir qué es verdad y qué mentira en las novelas basadas en hechos biográficos o históricos. Es que ni siquiera hay nada garantizado en las memorias, así que... Mi gran trauma cuando escribía un libro sobre el boom latinoamericano fue escuchar cómo el argentino Paco Porrúa, el primer editor de Cien años de soledad, me decía que él recibió el manuscrito de la novela en un solo paquete de correos. Eso me desmontaba totalmente la mítica versión del autor: que como no le alcanzaba el dinero en México, tuvo que hacerlo en dos partes y que encima se equivocó y lo que llegó primero a Buenos Aires fue la segunda mitad del libro. Me decepcionaba tanto que aquella historia hermosa pudiera no ser cierta que, cada vez que me encontraba con Porrúa, volvía a insistirle en el tema y le proponía una versión que no rompiera la leyenda: “¿Y no podría ser que alguien en la editorial, una secretaria tal vez, se lo entregara a usted solo cuando llegaron las dos partes?”. Me lo desmintió tantas veces y con tanta seguridad que, al final, a regañadientes, no tuve más remedio que ponerlo tal cual me lo decía.

En una novela de la nicaragüense Gioconda Belli, El país de las mujeres, las protagonistas fundan el Partido de la Izquierda Erótica, que consigue el poder coincidiendo con una erupción volcánica que provoca un enorme descenso de los niveles de testosterona en los hombres. ¡Anda, qué ocurrencia! Pues resulta que ese partido, con el mismo nombre, fue fundado en la clandestinidad por la propia Belli en Nicaragua al sentir, ella y un grupo de mujeres, que la revolución, una vez consolidada, las marginaba y las enviaba a hacer tareas secundarias. Su manifiesto programático real coincide con el de la ficción.
Qué es verdad y qué mentira en las novelas basadas en hechos biográficos o históricos
La chilena Lina Meruane todavía se desgañita insistiendo en que lo que cuenta en Sangre en el ojo es cierto: que le sobrevienen ataques de ceguera, durante los cuales pierde totalmente la visión. Aunque contratara un anuncio en las vallas de Santiago, miles de lectores seguirían creyendo que se ha inventado semejante dolencia, por lo bien encajada que queda en una obra narrativa.
El único método infalible que certifica que algo que leemos en un libro sucedió realmente es cuando el aludido se querella contra el autor. Así sucede con los familiares del noruego Karl Ove Knausgård, que no se gustan en sus páginas bebiendo más de la cuenta o recibiendo electroshocks. Y ya no digamos esos abogados de viudas que se presentan en los periódicos para amenazar con multas a los que dicen que Roberto Bolaño tuvo una amante. Qué cosa más imposible, a quién se le ocurre.