Elogio de la práctica

Elogio de la práctica
Editorial Team

El precario equilibrio que sustenta al Gobierno ha sufrido un golpe quizá irreparable con las investigaciones del llamado caso Koldo. Basta con lo sabido hasta ahora para intuir que la confianza de la que pueda haber gozado hasta ahora el Ejecutivo está en trance de perderse por completo. Pérdida merecida o no, no importa ahora: la confianza no atiende a razones. Lo prudente es que, sin anunciar una crisis política inminente, estemos preparados para afrontarla si se produce.

Hay que lamentar que hayamos llegado a este punto. Si bien celebro algunas de las medidas tomadas por el Gobierno actual, deploro otras, y hubiera deseado que una buena oposición, un buen partido conservador, hubiera puesto coto a ciertas tonterías, corregido algunos excesos y remediado algunas carencias. No ha sido así, y nos encontramos ante el escenario de un duelo a cara de perro entre dos partidos rodeados por otros que van a lo suyo. Un escenario poco propicio para hallar soluciones.

JUAN JOSÉ OMELLA PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL

 

Emilia Gutiérrez/Archivo

Una crisis de Gobierno tiene varias salidas posibles, cada una con matices, que van desde la convocatoria de elecciones hasta el pacto de salvación nacional, pasando por un adelanto electoral a cambio de un pacto de presupuestos. No todas son igualmente posibles, ni tienen las mismas consecuencias en nuestro caso. Pero todas precisan de los mismos ingredientes: inteligencia y generosidad. Y como en nuestra política ambos ingredientes son escasísimos, es necesario que ciudadanos e instituciones exhorten a nuestros políticos a practicar las virtudes que los generan, a premiarlos si lo hacen y a reprobarlos en caso contrario.

La Iglesia católica es, naturalmente, una de las instituciones llamadas a esa tarea. Por eso confieso mi enorme decepción al saber que dos obispos con peso institucional, lejos de exhortar a sus fieles, han pedido públicamente elecciones, sugiriendo incluso que intervenga el jefe del Estado para inclinar la voluntad del Gobierno. ¿Con qué objeto? “Salvar el sistema” y “preservar el bien común”, “el bien moral de la unidad de España”. Como católico, dos cosas me avergüenzan de ese mensaje.

La Iglesia no debe ser la aliada de ningún partido político, menos aún servirle de altavoz

Primero, el contenido: “el sistema” ¿está en peligro mortal?, unas elecciones ¿son indispensables para “preservar el bien común”? ¿Las elecciones sirven para “preservar el bien moral de la unidad de España”? No es el caso. Es verdad que la transición nos dio un marco político y legal, pero nos dejó un país a medio hacer. Mucho nos falta para estar satisfechos de lo logrado hasta ahora, pero lo último que necesitamos es una nueva cruzada. Solo quienes desean pescar votos en el río revuelto de unas elecciones las piden, y la Iglesia no debe ser la aliada de ningún partido político, menos aún servirle de altavoz.

Segundo, el mero hecho de hacer pronunciamientos políticos. Otra cosa sería que los obispos hubiesen pedido audiencia privada al presidente o al Rey para expresar sus preocupaciones. Ahí hubieran estado en su lugar. La Iglesia es depositaria de una doctrina basada en una concepción del mundo, propone un modo de vida que inspira sus obras, nutre a sus fieles con sus ritos y sacramentos, enseña a quien quiere aprender, aconseja y consuela a quien lo pide. ¡Nada menos! Pero nada más. A veces lo hace bien, otras no; esa es su misión.

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Alfredo Pastor
OURENSE (ESPAÑA), 29/04/2025.- Varias personas en la terraza de un bar al caer la noche durante el apagón eléctrico en Ourense. EFE/ Brais Lorenzo

Una vez oí a un jesuita, presidente de la Universidad Fordham en Nueva York, exclamar, refiriéndose a la Iglesia católica: “¡Tenemos los bienes pero hemos perdido el lenguaje!”. Comprendo y comparto su frustración. La Iglesia contempla, impotente en apariencia, cómo su mensaje llega a muy pocos, cómo su doctrina no es ya combatida, sino ridiculizada. Pero el remedio no está en participar como institución en la vida política ni en echar agua al vino de la doctrina ni en simplificar los ritos hasta despojarlos de significado. Tampoco en pretender que la Iglesia es una oenegé más. Hay que mantener intacto lo esencial del legado.

No todo está perdido. Hay que aprovechar un efecto inevitable de la basura que circula por las redes: el escepticismo creciente que crea el exceso de información. Muchos están hartos de discursos (no solo de los de la Iglesia) y quieren ver menos teorías y más ejemplos. En el terreno de los ejemplos, los cristianos tienen un enorme potencial de ganar adeptos. Más práctica y menos teoría es lo que aconsejan los signos de los tiempos.

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