El colega Enric Juliana es un hacha a la hora de acuñar expresiones sobre la actualidad política, desde manca finezza hasta lo de Madrid DF. Se nota que piensa. La última es que Pedro Sánchez está yendo a portagayola en asuntos graves y como hay muchos lectores simpatizantes de los toros –no del espectáculo, sino del herbívoro cornúpeta– me voy a permitir comentar un lance que pone los pelos de punta.
Para entendernos: irse a portagayola sería algo parecido a estar solo en la barra de un bar, tintinear los cubitos de la copa –a fin de crear una atmósfera marítima–, trasladarse con aplomo al otro extremo del mostrador, interrumpir la conversación de cuatro mujeres en formación de tortuga romana y decirle a la elegida:
Ir a portagayola es tan arrojado como cruzar la barra de un bar y tirar la caña a una desconocida
–¿Estás sola?
La portagayola exige valor temerario y tener más miedo al fracaso que a la cornada, porque se trata de un señor vestido de luces que avisa al torilero de que espere y así dispone de tiempo para cruzar el ruedo con parsimonia dramática antes de plantarse de rodillas frente a chiqueros. Mientras que su intención es dar una larga cambiada –y transmitir al público que va a por todas–, la del toro es incierta e impredecible porque igual dormía la siesta.
Las plazas de segunda y tercera y aun Pamplona son muy de aplaudir la porta gayola porque provoca emociones fáciles y brota un ¡ay! O un ¡uy! Colectivo cuando la mole andante sale disparada y nadie sabe si necesita gafas o está bien de la vista. En el primer supuesto, sálvese quien pueda y ya tienes al torero echándose a un lado, como el del bar de copas al oír:
–¿Eres tonto o estás tonto?
Al aficionado cabal esto de recibir al astado a portagayola le parece un riesgo grande sin recompensa: el público olvida pronto porque lo que cuenta es la muleta y esa aparece al final.
Aplicada la suerte a Pedro Sánchez, da la impresión, sí, de estar yendo mucho a portagayola bajo la máxima del “o puerta grande o enfermería”. Lo adverso para el presidente de Gobierno es que las faenas nunca terminan de rodillas ni con el toro trotando a su aire por el ruedo cual capea, sino con el manejo de la espada.
