Todos somos caballeros

Me siento en la terraza de un bar, aparece el camarero y me dice: “Buenos días, caballero. ¿Qué tomará el caballero?”. Inevitablemente, antes de responderle “una cerveza” o “un agua mineral sin gas”, me pregunto: ¿caballero, yo?, ¿dónde está mi caballo?, ¿cuándo se vio por última vez a alguien yendo al bar a caballo?, ¿era John Wayne en un western?... Una vez hecho el encargo, el camarero remata: “Enseguida, caballero”.

Madrid limita a diez personas las reuniones y prohíbe los bailes en las bodas. Camareros esperan clientes en la Plaza Mayor de Madrid

 

Dani Duch / Archivo

En la era de la IA, muchos camareros conservan la costumbre de conceder a cualquier cliente –dandi o paria– el trato de caballero. No pasa lo mismo en panaderías, tiendas de ropa o discotecas. Solo en los bares y, también, en los ateneos de provincia donde se abren las charlas con un “damas y caballeros”; o en los aseos segregados para “damas” y “caballeros”.

Los bares ya son uno de los últimos lugares donde se da al cliente un trato de cortesía

Sospecho que los camareros usan ese título anacrónico para dar un trato de cortesía a los clientes, asociándolos a esos seres de espíritu, moral e intelecto superiores, dechados de virtudes terrenales y acaso celestes, que poblaban los relatos medievales. Aunque el que haya tomado asiento en la terraza sea un maleante y, después de los tragos, se vaya a casa y maltrate a su santa.

Otra cosa son las auténticas intenciones del camarero. ¿Quizá lisonjear al cliente, darle coba, confiando en que eso estimule una generosidad caballerosa, llegada la hora de la propina?

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Tradicionalmente, este trato nos parecía tirando a servil: la típica conducta del escudero dispuesto a hincar la rodilla ante su señor. Sin embargo, en un presente contaminado por la pelea entre líderes parlamentarios, que encima afectan ser príncipes de la ética (siendo campeones en desmemoria y/o impostura), el uso de ese tratamiento tiene algo de rareza. Interesada, quizás. Pero aun así apreciable.

Propongo, en justa reciprocidad, socializar el anacronismo y tratar a los camareros con la misma caballerosa deferencia: “Caballero, tráigame la cuenta, tenga la bondad”. Si todos los clientes somos caballeros, también pueden serlo todos los camareros. Y, si así fuera, quizá no tuerzan el gesto cuando la propina recibida les parezca algo cicatera.

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