Llego a l’Escala a las cinco y media de la tarde. Aunque declinante, el sol todavía es una brasa encendida que intensifica el cobalto del mar y cae como una manta sobre las playas y los cuerpos, prácticamente desnudos. El largo paseo del mar en dirección a Montgó permite una visión completa del golfo de Roses. A levante, el cabo de Creus, salvaje; a poniente, los aiguamolls (humedales). En medio, la babel de Roses y Empuriabrava. Con las deliciosas ruinas de Emporion a mi espalda, paseo junto al mar, flanqueado por viejos tamarindos, y por una infinita sucesión de bloques de apartamentos, hoteles y restaurantes. Legiones de turistas pasean junto a mí, con las pieles braseadas. El mar trae aromas de sal, algas y crema protectora.

El muelle griego de Empúries.
Me detengo junto a la casa de la escritora Caterina Albert, que firmaba Víctor Català. Precursora de la escritura femenina, tenía una visión cruda de la vida rural. Escribía unos cuentos de un naturalismo estremecedor, que todavía hoy impresionan, como el monólogo de aquella madre infanticida, internada en un psiquiátrico, o la historia de una novia abandonada que se mete en un convento y, al cabo de los años, debe cuidar en el hospital en el que ha ahogado su pena dedicándose en cuerpo y alma a la caridad, el cuerpo enfermo del hombre que la abandonó.
Este mar que fue homérico ahora es el gran escenario de la carne
Aunque me gusta mucho Un film, novela de los bajos fondos de la Barcelona de la belle époque, Víctor Català es reconocida como autora de Solitud, la novela de una violación. Describe el horrible destino de las mujeres en el medio rural del siglo XIX, rodeadas de hombres vagos, machos violentos e ingenuos ancianos.
Ha pasado más de un siglo y todo ha cambiado. Del mar de los pescadores y de las salazones, de las masías y los huertos, hemos pasado al cosmopolitismo turístico. Este mar que fue homérico ahora es el gran escenario de la carne, de los placeres del dolce far niente, de bares y restaurantes a rebosar. Sí, todo ha cambiado. Antes solo se hablaba catalán, ahora se oyen todas las lenguas, especialmente el francés y los acentos latinoamericanos. Parece que el mundo de Víctor Català no tenga nada que ver con el mundo de ahora. Pero la violencia es todavía la peor calamidad de las mujeres.