Como si las democracias no tuviesen ya enemigos, algunos presidentes le han cogido el gusto a jalear al pueblo para que el pueblo consiga en las calles aquello que las urnas le negó (véase Trump o Bolsonaro, con sus asaltos) o aquello que la diplomacia europea no alcanza (frenar la carnicería en Gaza).

Que Palestina no sea un Estado a estas alturas e Israel lo sea desde 1948 se debe, en parte, a la extensa lista de amigos y simpatizantes de la causa palestina. Brevemente: con amigos así, no necesitaban enemigos...
Vaya éxito de Sánchez: dividir un país donde todo el mundo querría frenar la guerra
La causa palestina ha sido el kleenex –usar y tirar– de medio mundo, especialmente el musulmán, y a esta lista se une ahora un Gobierno con sed de justicia que se empeña en fracturar al pueblo en algo que nos une: tratar de frenar la guerra –o genocidio, ya da igual–, librada cruelmente por Israel, como cínicamente calculó Hamas el 7 de octubre.
Los presidentes de gobierno no pueden alentar que la calle imparta justicia y decida lo que un país puede hacer o tiene que pensar. ¿Recuerdan el pueblo indignado por la ley de Amnistía tratando de llegar a Ferraz? No se puede gobernar y al mismo tiempo poner a las fuerzas de seguridad –o al poder judicial– a los pies de los caballos. Eso es activismo, y malicioso, aunque funcionar, funciona...
El presidente Sánchez podía haber cancelado –leyes existen– la Vuelta y esa decisión habría sido más coherente y tan efectiva –o sea, nada– como la de alentar el sabotaje de Madrid, que no arregla Gaza y pasará factura internacional. A lo procés : todos perdemos.
La división inducida es penosa. Media España se arroga el monopolio de la humanidad y la indignación y la otra media, resignada, se pregunta si los brindis al sol contribuyen a parar las atrocidades de Gaza que, por cierto, difieren en nada de las vividas en las urbes de Siria meses atrás.
Soy pesimista, lo siento, y desde la jactanciosa visita a Israel del presidente del Gobierno en noviembre del 2023 aprecio estrategia –efectiva, eso sí–. Madrid 2025 sugiere el próximo escenario: acudir a las urnas de muy mala leche y con dos bloques sin otro ideal –el único– que frenar al enemigo.