Alcaldesa de Ripoll por los votos de sus habitantes y por la gracia de Junts –abstención decisiva que frustró una moción de censura–, Sílvia Orriols es la última trola del procés, a lo Cid Campeador. A grandes males, grandes engaños...
Orriols está de moda: vende pescado fresco, entre mucho género pasado. Es el único rostro del independentismo post 2017 libre de pecado, de ahí que se manifieste a favor de “la independencia unilateral” sin ruborizarse, como si ya no se hubiese declarado con aquella puesta en escena sonrojante de las escalinatas del Parlament, 27 de octubre del 2017, más propia de un funeral de tercera en el que solo sonreían los cuperos.

En un mundo sin populismos, Sílvia Orriols no duraría cinco minutos en un debate electoral, pero hoy podría ganarlo sin despeinarse teniendo en cuenta sus competidores por el electorado independentista. Suerte de Illa...
Orriols vende pescado fresco entre género pasado y reinventa las viejas recetas indepes
Aunque digan lo contrario, más allá de formulismos, los independentistas no han hecho autocrítica –resulta infantil oír que les engañaron– y solo el deseo de olvidar aquellas fantasías permite este pasar de puntillas gratificante –del marxem! a las sillas en consejos de administración españolísimos–. A diferencia de lo que prometían –como pasar “lista” a los desafectos, Llach dixit–, los no independentistas preferimos mirar adelante, pero incapaces de callar otra vez ante proclamas populistas.
La misma solución mágica –independencia unilateral– sirve para la inmigración, chivo expiatorio de una sociedad miedosa y envejecida. El combinado de Sílvia Orriols –independentismo 2.0 y xenofobia– es muy coherente y quita caretas. De aquel detestar a los españoles –o perdonarles la vida, caso de los catalanes no independentistas– hemos pasado a despreciar abiertamente a los médicos extranjeros que te visitan un domingo por la noche, los que cuidan a nuestros ancianos y esos profesionales del sector servicios que garantizan nuestro elevado sentido del bienestar.
Sin que por eso haya que seguir practicando la corrección política con la inmigración, virtud, como tantas otras, de la que carece el que esto suscribe.