Los mejores libros de memorias son los que se publican cuando el autor ya no figura entre los vivos, porque eso permite opinar libremente sobre personas y explicar historias que puede que no gusten a terceros. A veces, el escritor revela situaciones de las que no se siente orgulloso, a modo de mea culpa literario.
 
            
Dos casos de memorias póstumas son Confieso que he vivido, de Pablo Neruda y Memorias de ultratumba, de François René de Chateaubriand. Neruda fue capaz de admitir la violación de una mujer pobre cuando era un joven diplomático en Ceilán. Chateaubriand relata las traiciones que le permitieron sobrevivir a la guillotina o ser ministro con Napoleón III a pesar de despreciarlo. El periodista Manuel Ibáñez Escofet escribió unas memorias sin acritud al final de su vida y recuerdo que me confesó que había salvado a algunos colegas que no se lo merecían. Las tituló La memòria és un gran cementiri, entre otras razones, porque el tiempo difumina no solo los errores, sino también a los enemigos.
Las memorias del rey Juan Carlos no pasarán desapercibidas en esta España cotilla y ruidosa
El último en escribir unas memorias, con la intermediación de la periodista Laurence Debray, ha sido Juan Carlos de Borbón y se publicarán en España el 3 de diciembre. Se ha decidido a redactarlas porque tenía la sensación de que sus graves errores de la última etapa de su vida habían difuminado su legado. En Reconciliación quiere poner en valor su papel como jefe del Estado, acompañando a España a la democracia, defendiéndola el 23-F y demostrando que se podía entender con la izquierda. Pero pasa de puntillas por los aspectos más polémicos de su vida, como su tóxica relación con Corinna o el ingreso de cien millones de dólares de la monarquía saudí.
Algunas consideraciones sobre Felipe VI (a quien comprende más como rey que como hijo), la reina Letizia (de la que dice que no ayudó a la cohesión familiar) o sobre Jaime Alfonsín (a quien acusa como jefe de la Casa de distanciarle de su hijo) son tan sinceras como desafortunadas. Al menos es generoso con la reina Sofía, una callada sufridora, y en reconocer que se siente solo en el desierto y que no soporta más su autoexilio. Las memorias no pasarán desapercibidas en esta España cada vez más cotilla y ruidosa.
 
            