Sahel, el nido de la serpiente

El Sahel es un territorio sin ley, abandonado por las antiguas potencias coloniales y en manos de terroristas islamistas y mercenarios a sueldo de Putin. Desde que hace tres años las últimas tropas francesas huyeron de Mali, este inmenso espacio debajo del desierto del Sáhara es un avispero donde se suceden los golpes militares mientras Al Qaeda y el Estado Islámico imponen el terror. Níger, Burkina Faso y Mali son el epicentro del yihadismo y más de la mitad de las muertes vinculadas con el terrorismo global tuvieron lugar aquí ante la indiferencia del resto del mundo.

Las últimas fuerzas antitalibanes que resisten, ayer en el Panshir. (AHMAD SAHEL ARMAN/AFP)

  

AHMAD SAHEL ARMAN/AFP

El relevo de los militares franceses por los soldados de fortuna del grupo ruso Wagner ha empeorado la inestabilidad y ha multiplicado los abusos, lo que ha provocado desplazamientos masivos y hambruna por la destrucción de las paupérrimas cosechas. En las zonas sin gobierno y a través de las desdibujadas fronteras, se ha multiplicado el tráfico de armas, de drogas y de personas que alimentan guerras, adictos y esclavistas de medio mundo. Engrasados por los miles de dólares que les reportan estas actividades y la explotación de minas de oro y uranio, los integristas islámicos no solo se imponen a sangre y fuego en el Sahel, sino que amenazan con extender su doctrina hacia el sur, poniendo en jaque los gobiernos de Senegal, Togo, Ghana o Nigeria. Pero en términos de seguridad, los huevos de serpiente que se incuban en el Sahel también representan un peligro latente para la Unión Europea, sobre todo por la proximidad con Argelia y Libia, dos países que, a cambio de ayudas millonarias y con métodos discutibles, ejercen de cancerberos de la migración indiscriminada hacia Europa.

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La política europea hasta ahora ha consistido en ignorar la realidad dejando las manos libres a Rusia y permitiendo el fortalecimiento de las milicias integristas. Tampoco Estados Unidos ha demostrado demasiado interés en atajar la creciente influencia rusa ni en destruir los yihadistas, por cierto, de la misma matriz que Al Qaeda, autores de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington. Entonces pergeñaron sus planes escondidos entre las montañas de Afganistán y ahora se refugian en los arenales y las estepas subsaharianas. Pero el objetivo sigue siendo el mismo, imponer el terror para derribar el modelo democrático y de libertades e imponer un califato sometido a la ley coránica.

Negar lo evidente es la peor de las opciones posibles porque lo único seguro es que se están preparando para volver a intentarlo. La única pregunta es cuándo.

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