En 1999, en pleno vértigo de éxito televisivo, Andreu Buenafuente pronunció una frase que entonces sonó extraña, casi incómoda en boca de alguien que parecía atravesar cada plató con la energía de un ciclón: “No puedo con todo”. Lo dijo agotado, víctima de un burn-out que pocos sabían nombrar y casi nadie sabía detectar. Ahora, veinticinco años después, vuelve a frenar. Otra vez el cuerpo le dice basta. Otra vez el silencio que obliga a escucharse.
Su gesto encierra una lección que va mucho más allá de su caso personal: rendirse un momento no es fracasar sino evitar romperse del todo. En una época que se celebra el rendimiento como una religión y confunde el cansancio con pereza, admitir un límite se ha convertido en un acto de rebeldía moral. Buenafuente lo hace desde la honestidad, como ya hizo entonces. Y me/ nos obliga a mirarnos en el espejo. Porque, más allá de su anuncio, está nuestra verdad cotidiana. Vivimos asfixiados. Nos levantamos antes de tiempo, respondemos mensajes que no importan, consumimos información hasta empacharnos y trabajamos como si la pausa fuera un lujo de irresponsables. Hemos convertido la agenda en un campo de batalla y el descanso en una debilidad.
Andreu recuerda que, a veces, el mayor acto de responsabilidad es bajar el ritmo
Por eso su parón funciona como excusa y también como advertencia, para hablar de algo que se nos está olvidando: la necesidad de parar. Parar para no seguir avanzando a ciegas. Parar para recuperar el pulso. Parar para leer sin mirar el reloj, para escuchar, para ordenar la cabeza o vaciarla. Parar para poder volver.
La pausa no es el límite de la productividad, es su origen. Lo saben los músicos (no hay melodía sin silencios) y los atletas (ningún músculo crece sin descanso). Pero seguimos creyendo que la vida solo se sostiene si no aflojamos nunca. Y así nos va: confundidos, saturados, llenos de ruido, como si detenerse fuera abandonar algo. Como si cuidarse fuera traicionar a alguien.
Buenafuente nos recuerda que no. Que, a veces, el mayor acto de responsabilidad es bajar el ritmo, mirar hacia dentro y sostenerse como se pueda. Que descansar no es huir, sino reparar. Que escuchar es más útil que gritar. Esa es la lección. Que no podemos con todo... Ni falta que hace. Porque solo quien sabe parar puede volver a empezar... Y hacerlo mejor.
