Nunca había visto a tanta gente fumando como si le fuera la vida en cada calada. Esos corros de nicotina, humo, nubes de váper de colores y charlas vacías, que los empresarios han llegado a valorar en restar de los salarios (no es tan mala idea) o de los periodos vacacionales nos han convertido a todos en expertos tabacaleros.
En lo que parece un remake de esos tiempos de instituto en que a quienes no fumábamos nos animaban a coro a intervenir en ese ejercicio de bocanadas absurdas y supuestamente letales (a pesar de esos casos de nicóticos perennes que, casi centenarios, presumen de no haberlo dejado nunca), las esquinas, portales y paradas de bus se han convertido en la mejor publicidad que el sector del fumar mata jamás habría podido maquinar.
Ahora sé que prefiero el tabaco rubio al negro y que lo detesto liado, mentolado o masticado
Sin haber sostenido un pitillo en la vida cualquiera puede ser un perfecto entendido. Ahora sé, por ejemplo, que la maría me marea. Que prefiero el tabaco rubio al negro... Aunque son pocos y más rudos quienes siguen con el segundo. Que detesto los mentolados y que jamás podría con el tabaco liado y menos embutido bajo el labio superior, no solo por no tener que liarlo o masticarlo, sino por la huella horrible en el aliento de su sabor sin filtros. También sé que ya no existen espacios libres de humo. Y que no puedo dejarlo.
Sí, yo también soy una fumadora social, aunque no sé si sabría encenderme un cigarrillo. Y, lo peor, lo son mis hijos desde párvulos, que no saben esconder su sorpresa cuando ven a una mamá fumando (no soy yo, claro) o, lo que es peor, toda una señora abuela (que tampoco es mi madre). También tienen que alucinar y por fuerza los auténticos dueños de la ciudad, hablo, claro, de los turistas.
Me los imagino de vuelta a su país explicando que los de aquí tiramos las colillas a los pies de los transeúntes. Y desde el balcón: no hace falta ni apagarlas, ya fallecen solas en su camino de caída. Y que les soltamos las bocanadas en la cara. ¿Por qué no? Es más cierta que la teoría (ahora sé que falsa, al menos en los cosmopolitas Shanghai y Hong Kong) de que los chinos escupen todo el rato para echar a gargajos los demonios, o virus, llámenlo como quieran, que uno lleva dentro.
Aquí sí fumamos todos y todo el rato. Fumadores empedernidos y los nunca iniciados somos eso, unos pobres viciados.
