Señor ministro de Transportes, algunas personas, desde que conocimos su plan de acelerar un poco más el AVE Barcelona-Madrid y viceversa, estamos inquietas. Sospechamos que el asunto se nos volverá en contra, existencialmente hablando. Algo nos dice que no nos hará más felices. Así que preferiríamos que lo dejaran como está. Agradecimos la llegada de la alta velocidad, claro. Pero no necesitamos más. Hemos atravesado alguna clase de límite –humano tal vez–, que provoca que casi cada avance que se nos endosa, especialmente en temas de velocidad, en vez de ahorrarnos tiempo, nos lo roba. Es un extraño fenómeno. Los elementos se confabulan para estrujarnos. La velocidad nos acorta la vida.
Esos 30 minutos que pretende usted ahorrarnos acabarán produciendo la ilusión de un tiempo productivo. La posibilidad de algo que nos exprima un poco más. Al final será media hora agotadora. Nos chupará el tuétano. Lo tenemos escrito en los ojos. Basta ver la cara de desesperación que llevamos la ciudadanía en general, en la calle, en los andenes, de acá para allá. No me da la vida, le decimos al amigo que llevamos meses sin visitar, a las flores del campo.
Pobres guepardos obsoletos, que ven pasar nuestros trenes como alucinaciones
Entiendo que todo esto, como ministro del movimiento, le atañe. No pedimos regresar al caballo, pero tampoco necesitamos retar, por tierra, al halcón peregrino, capaz de alcanzar en picada casi 400 km/h. Ya dejamos atrás al velocísimo murciélago de cola libre o al pez vela, infeliz, que surca los mares a 110 km/h, sin enterarse de nada. Pobres guepardos obsoletos, que ven pasar nuestros trenes como alucinaciones. Habrá oído hablar, por cierto, del escarabajo tigre, que, según dicen, a escala humana, es capaz de correr –no se excite, ministro– a 800 km/h. No tiene sentido pasar un insecto a escala humana, pero así estamos. Sabrá también que, a esas velocidades, el bicho es incapaz de procesar las imágenes y tiene que detenerse a menudo para saber dónde está. Sin comentarios.
Dentro del AVE, señor ministro, estamos a salvo. No me pregunte de qué. Los dispositivos nos sorben el seso también ahí –tampoco fue buena idea lo de los datos a espuertas–, pero sabemos que podríamos mirar por la ventana y ver pasar los Monegros a 300 km/h. No nos los pasen a 350 km/h, por favor, no es humano. Gastemos ese dinero en otra cosa. Hay gente a la que le gusta viajar.
