El misterio de El Ventorro

Hay episodios que retratan a un gobierno mejor que cualquier programa político. Lo que ocurrió con Carlos Mazón en El Ventorro es uno de ellos. No por la presencia de una periodista en un reservado silenciado. Lo verdaderamente grave es lo que pasó fuera de esa puerta cerrada: un presidente incomunicado y un equipo entero incapaz de reaccionar mientras se formaba una tormenta política y meteorológica de Champions.

Carlos Mazón comparece en Les Corts

 

Jorge Gil/Europa Press

La escena es de manual: Mazón, dentro del reservado, sin móvil, según su propia versión, y fuera, la polémica creciendo. Dos llamadas perdidas de la consellera de Interior ya al mediodía según ella misma ha confesado en el Salvados de anoche. En ese momento, cualquier gobierno con instinto habría hecho lo obvio: abrir la puerta, interrumpir lo que hubiera y sacarlo de allí. No hacía falta heroísmo, solo reflejos. Nadie lo hizo. Los consellers no lo hicieron. El gabinete del presidente no lo hizo. El equipo de comunicación, tampoco.

Nadie del entorno asumió el coste de decir: “Presidente, salga ahora mismo de aquí”

Hubo llamadas, mensajes... Todos inútiles, porque el presidente se auto­des­co­nec­tó. Lo incomprensible no es que Mazón no viera el peligro: lo imperdonable es que su entorno sabía perfectamente que lo había y aun así no actuó. Nadie pateó la puerta y la tiró al suelo. Nadie se impuso. Nadie asumió el coste de decir: “Presidente, salga ahora mismo”. Y lo ­peor: nadie tomó el mando si Mazón andaba desaparecido. Un gobierno que no es capaz de interrumpir a su líder en plena crisis no es un gobierno: es un grupo de acompañantes malos, de los que prefieren no molestar al jefe aunque todo se esté hundiendo.

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Los defensores de Mazón insisten en que él no podía saberlo porque no miró el móvil. Bien. Pero ¿y los otros para qué están? ¿Qué responsabilidad institucional es esa?

La imagen definitiva de este episodio no es la del reservado. Es la de los nueve consellers, asesores, jefes de gabinete y de comunicación, todos ellos paralizados ante una puerta que debía haberse abierto sin pedir permiso. El presidente se aisló porque su entorno lo permitió.

Lo que se ha visto estos días no es una anécdota: es una alarmante falta de liderazgo interno y una cultura política que confunde la lealtad con el silencio. Mazón no vio la dana, pero (casi) tan imperdonable es que su gobierno sí la vio… y aun así no dinamitó la puerta del reservado.

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