La Casa Blanca de saldo

La Casa Blanca de saldo
Staff Writer

Hace poco una representación de empresarios suizos fue recibida en la Casa Blanca. Estaban preocupados y nerviosos. Los aranceles que Trump había impuesto al comercio con Suiza amenazaban el futuro de sus negocios. Pero en una pequeña y discreta caja escondían un arma secreta. Una barra de oro y un reloj Rolex último modelo. “Good job” (buen trabajo), les espetó el presidente antes de anunciarles que reduciría a la mitad los tipos que graban las importaciones entre los dos países. Los suizos respiraron aliviados porque, como buenos negociantes, concluyeron que la inversión había valido la pena.

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Will Oliver/EPA/Bloomberg

En la época Trump, los ejemplos de reciprocidad entre obsequios y negocios van desde el avión que le regaló el emir de Qatar hasta un modesto palo de golf que le entregó el presidente de Ucrania, pasando por contribuciones al nuevo salón de baile del ala oeste o a la biblioteca presidencial que conservará su legado. En Washington, la ciudad que inventó el lobby, ya nadie disimula. Las presiones e influencias para conseguir un proyecto gubernamental o el favor del presidente se suceden a la luz pública pisando todas las líneas que separan lo público de lo privado. La desfachatez con la que Trump mezcla los negocios personales con los asuntos de Estado no tiene precedentes en ningún otro presidente que haya vivido en la Casa Blanca. Y eso que la lista de truhanes es larga. Tanto como la de convictos de la peor calaña que buscan un indulto presidencial que deje impoluto su expediente y recuperar la condición de ciudadano honorable. La única condición es tener acceso a la corte presidencial y estar dispuesto a aflojar la cartera para satisfacer sus gastos de campaña o el último capricho que se le ocurra.

La desfachatez con la que Trump mezcla los negocios personales con los asuntos de Estado no tiene precedentes en ningún otro presidente 

El vergonzoso perdón a los condenados por formar parte de la turba que el 6 de enero del 2021 asaltó el Congreso empalidece ante los indultos que ha concedido por delitos electorales, fraude, fechorías financieras, estafa, obstrucción a la justicia o conspiración. En la cola espera Ghislaine Maxwell, en prisión por reclutar menores para los juegos sexuales del pedófilo Jeffrey Epstein y su camarilla. En este caso el precio de la absolución es el silencio para garantizar la impunidad de un buen puñado de millonarios depravados, algunos del círculo más íntimo del presidente.

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