Es complicado predecir el tiempo que va a hacer. Llega un frío extremo, pero después se vuelve a templar. Europa vive un desplome térmico, pero en España todo es más suave, como si el invierno no terminara de reconocernos. Las estaciones antes nos ordenaban la vida, ahora el clima nos desordena el armario. Y en medio de ese desajuste de calor extremo, frío polar y cambios bruscos, la gente sigue sin conectar emocionalmente con la crisis climática.
Los científicos alertan en los últimos informes de que la crisis climática avanza más rápido que nuestra capacidad de adaptarnos al medio. Mientras todo esto sucede, la gran mayoría seguimos atendiendo a nuestro día a día con cierta desafección. No es por desconocimiento: sabemos que el clima ha cambiado, conocemos riesgos y datos, pero todo ello nos moviliza muy poco. Año tras año, los gráficos suben y nuestra vida continúa. Los calendarios siguen. Nuestra rutina se mantiene intacta. Mientras tanto, los últimos informes climáticos coinciden: Europa es el continente que se calienta más del doble de lo habitual y el 30% del territorio europeo sufre estrés hídrico.
Hay tanto miedo apocalíptico que el ser humano por pura defensa se desconecta
Toda esta distancia entre lo que ocurre con el planeta y nosotros es por estrés emocional y sobreinformación. Vivimos rodeados de noticias devastadoras, guerras, crisis económica, agresiva polarización política… La mente humana, dicen los grandes estudiosos, no está diseñada para sostener varias crisis a la vez. “Cuando el dolor es demasiado grande, la psique se protege a sí misma”, decía Cyrulnik. Hay tanto miedo apocalíptico alrededor que el ser humano por pura defensa se desconecta. Y cuando te desconectas, igual que en las relaciones humanas, lo que ocurre es que el deterioro se acelera.
Existe una especie de anestesia colectiva; además, tenemos la sensación de nada de lo que hagamos va a cambiar lo que ocurre. Y precisamente esa reacción de “nada de lo que haga va a detener el desastre” es el peor enemigo para la acción climática. Nuestro planeta se descuida porque en vez de miedo necesitamos más vínculo. Quizás la solución para una mayor cooperación no sean más datos, sino saber que nuestra manera de habitar el planeta está en juego. Porque la Tierra no necesita que la entendamos, sino que la sintamos como parte nuestra.
