Creo que ya nunca podré imaginar a Hermann Göring con unos rasgos que no sean los de Russell Crowe, el actor que le da vida en la película Núremberg. Göring, recordémoslo, fue uno de los miembros históricos del Partido Nazi y, desde la llegada de Hitler a la cancillería en 1933, no cesó de acumular poder hasta convertirse en el segundo hombre más poderoso del Tercer Reich, solo por detrás del propio Hitler. Enorme, gigantesco, con una presencia física imponente y la papada escapando del cuello del uniforme, con los rasgos faciales más bien desdibujados, con los párpados hinchados y la mirada despierta, con la gesticulación reducida al mínimo y unas inflexiones de voz que suenan como auténticas a oídos de quienes no sabemos una palabra de alemán, Crowe se ha convertido para siempre en Göring: la copia ha sustituido al original.
La película se centra en la relación entre Göring y Douglas Kelley, psiquiatra del ejército estadounidense encargado de certificar la salud mental de la veintena de altos cargos nazis que, concluida la Segunda Guerra Mundial, iban a ser juzgados en el primero de los juicios de Nuremberg. El pulso entre los dos personajes es apasionante. Manipulador, jactancioso, astuto, arrogante, cínico, mentiroso, cultivado, bien dotado para la dialéctica, Göring se nos muestra también como un gran seductor, y Kelley tiene que esforzarse para no caer en sus redes y acabar sometiéndose a su voluntad.
Fotograma de la película 'Nuremberg'
Me pregunto cuántos psicólogos y psiquiatras visitaron en sus celdas a Göring y los demás. Lo digo porque la editorial Taurus acaba de publicar el libro Las entrevistas de Núremberg, que recoge las conversaciones mantenidas con los acusados por Leon Goldensohn, otro psiquiatra del ejército norteamericano. Estoy seguro de que el director y guionista de la película, James Vanderbilt, conoce esas entrevistas, porque algunos de los argumentos con los que Göring trata de desmentir su presumible implicación en la llamada “solución final” están tomados casi al pie de la letra de las declaraciones que hizo a Goldensohn.
En ‘Núremberg’, el pulso entre el líder nazi y el doctor que había de certificar su salud mental es apasionante
De creer a Göring, en un principio la política racial de los nazis había sido “irrelevante y circunstancial”, y solo habría cobrado importancia dentro del partido debido al creciente poder de un sector al que calificaba de “exponentes del fanatismo racial”. Göring, que aseguraba desconocer el exterminio de millones de personas inocentes, no solo no se consideraba antisemita, sino que decía haber protegido a buen número de judíos y haberse opuesto a las leyes raciales más radicales. Cuando le recordaron algunas de sus manifestaciones claramente antisemitas, trató de justificarlas diciendo que las había hecho precisamente porque dentro del Partido Nazi se le consideraba un protector de los judíos, lo que lo colocaba en una situación comprometida, por no decir peligrosa… La vieja historia del verdugo que, cuando está ante un tribunal, intenta hacerse pasar por víctima. En fin.
No fueron esas las únicas patrañas que Göring trató de colarle a Goldensohn. Otra bien grande, y hasta cierto punto enternecedora, es la de que el Reich solo había reclamado unos pocos territorios que histórica y culturalmente le pertenecían (la Lorena, ciertas provincias polacas y bálticas, muy poco más) y que Hitler no se habría lanzado a ocupar otros países si los aliados, siguiendo instrucciones de Estados Unidos, no hubieran iniciado la Segunda Guerra Mundial. En fin, en fin.
Sin embargo, algo de razón podía asistir a Göring cuando puso en entredicho la legitimidad del tribunal que iba a juzgarle. “Creo que un país extranjero no tiene ningún derecho a juzgar al gobierno de un Estado soberano”, declaró, y ese es precisamente uno de los asuntos sobre los que bascula la película Núremberg. ¿Cómo podían unos jueces norteamericanos, rusos, británicos y franceses condenar a unos ciudadanos alemanes por crímenes cometidos fuera de sus jurisdicciones, algo que por entonces no estaba previsto en la legislación internacional? Los juicios de Nuremberg fueron el primer gran paso para acabar con la idea de la inmunidad absoluta y establecer responsabilidades penales por crímenes de guerra y delitos contra la humanidad. Sin ese antecedente no existiría la Corte Penal Internacional, a la que, por desgracia, no le va a faltar trabajo en los próximos años.
