Fue una carcajada resabiada la de aquellas dos amigas mayores, feministas en el tardofranquismo, cuando recién salida del cascarón les confesé con estupor que aquel amigo tan de izquierdas era un machista insoportable. “Pero, mi doña, ¿aún no te has enterado de que esto de la igualdad no va de colores?”. Y me desgranaron anécdotas de míticos revolucionarios que esclavizaban a sus “compañeras de lucha” pese a tener la igualdad como divisa.
Francisco Salazar
Recuerdo bien que, ante el primer triunfo de Pedro Sánchez, uno de los más afinados –y añorados– analistas políticos, Miguel Barroso, señaló que aquel proyecto que había iniciado Carmen Chacón, la regeneración del Partido Socialista y su aparato, truncado entonces por la vieja guardia, había sido culminado por Sánchez. El recambio necesario. No del todo, me dije: aunque formara un gobierno paritario o pusiera a Irene Montero en Igualdad, le rodeaba una corte de machotes en el extrarradio de la cúpula que buscaban su silla perdida.
Ese Salazar panzudo y desacomplejado, jugando a ser Charlie rodeado de sus Ángeles
A diferencia del Reino Unido, Alemania o Italia, España nunca ha tenido una mujer al frente del gobierno. Las que han escalado alto –pienso en Soraya Sáenz de Santamaria, Adriana Lastra, Rocío Monasterio– o han sido amortizadas o han decidido salir de la rueda. De las informaciones que se vierten sobre el caso Salazar, otro hombre de aparato hinchado, se deduce la rotundidad de sus prácticas disuasorias. Difamar, torpedear, ridiculizar. Y acosar. Créete tú que eres feminista por ser socialista. Su visión de las mujeres es clientelar y abusiva. Rescato esa imagen denunciada por las damnificadas: “Simulaba felaciones en el despacho, y nos exhibía como muñecas de feria a sus visitas”. Ese Salazar panzudo y desacomplejado, jugando a ser Charlie rodeado de sus Ángeles, a las que mandaba desfilar.
La ejemplaridad, en política, va en el contrato, aunque a menudo pase de modus vivendi a abusandi. No hay ley que entierre ese baboseo cronificado, asentado sobre unos fundamentos cuasi terraplanistas: la mujer como objeto. Por fin sabemos quiénes son los amigos de cincuenta años intimidados por el feminismo. ¡Qué bochornoso resulta para aquellas socialistas que tanto han aportado a la democracia igualitaria! Acaso ellas también acabarán por hacer suyas las palabras de Chacón: “En Ferraz soy la más odiada, por tanto seré sin duda la más combativa”.
