Hace más de una década, me topé con unos jefazos que tenían la costumbre de acabar sus almuerzos pasadas las cinco de la tarde. Sus sufridas secretarias reservaban en privados de cotizados restaurantes, así sus señores disponían de una cueva donde estar a sus anchas. De vuelta al despacho, traían un olor rasposo que oscilaba entre el regustillo del coñac y la ceniza fría del habano. Ni siquiera se esforzaban por evitar el sopor de tres horas clavado en sus cuatro tenedores; el grosero bostezo derivaba en un ánimo irascible.
La querencia por aislarse del resto tuvo su auge en la España del pelotazo, que normalizó el privé para cerrar negocios. En las antípodas de los espacios diáfanos y acogedores de nuestros días, el reservado es puro siglo XX. Lo demuestran las fotos de El Ventorro, requeridas por la jueza de Catarroja, Nuria Ruiz Tobarra. Más que un espacio exclusivo, parece una sala de reencuentro familiar tutelado. Esas cortinas, de un gris tristísimo; una estrambótica lámpara negra, como las sillas, y hasta una pequeña cajonera arrumbada en un rincón escenografían más una desangelada trastienda que un comedor discreto.
La testaruda opacidad de Mazón y Vilaplana se ha escudado en una vaga noción del tiempo
En ese torpe no-lugar fue donde los relojes de Mazón se detuvieron. El recuento de las horas frente a dos menús concertados ha tenido en vilo a la opinión pública durante un año, mientras se iba diseccionando la cadena de errores provocados por la falta de mando que agrandó el desastre: más de 228 víctimas mortales –el 70% de los fallecidos en Europa a causa del clima extremo en el 2024–.
Frente a la tragedia, la testaruda opacidad de Mazón y Vilaplana se ha escudado en una vaga noción del tiempo, oscurecida aún más por sus inexactitudes y mentiras.
La naturaleza humana es asombrosa, aunque también predecible. ¿En qué burbuja estaban abismados el entonces president y su comensal, que acabaron cerrando el local, ya afterhours, una fría tarde de otoño? El ausentismo de la realidad por parte de la periodista Vilaplana resulta sorprendente, pues el oficio es vicio y te impide desconectar en plena alarma, pero el de Mazón, jugando al escondite en un parking, muestra una dejación tal que habrá que dirimir su posible responsabilidad penal. “No puedo más”, dijo al dimitir, guardando escaño. Es difícil calibrar la altísima calidad del mármol travertino que lo recubre.
