Hay años que concluyen con un punto y aparte. Otros, con puntos suspensivos, tal como mi 2025, que finalizo con esta columna y una interrogante. En El país de las maravillas, Alicia interroga al gato de Cheshire: “¿Qué camino debo tomar?”. “Depende”, contesta él, “de adónde quieras ir”. La pregunta “¿adónde?” Resulta incómoda, ya que fuerza a la renuncia. Establecer un rumbo implica admitir que otros quedarán atrás. Escoger también es sinónimo de perder.
Y es que la percepción y la comprensión difieren. Al observar un vaso, no nos damos cuenta de que ya está fracturado. Un monje lo ilustró de la siguiente manera: “Me gusta este vaso, contiene el agua de forma admirable. Cuando el sol brilla, refleja la luz. Sin embargo, para mí ya está roto. Si el viento lo tira, o le doy un codazo, y se hace añicos, digo: claro. Por eso, cada minuto con él es precioso”. Es necesario trascender la ilusión de la permanencia: esa noción descuidada de que lo apreciado está asegurado simplemente por su existencia.
Al concluir el año, la cuestión crucial no es “¿qué he conseguido?”, sino “¿qué he cuidado?”.
Considerar el recipiente como si ya estuviera hecho añicos no es atraer la desgracia; es eliminar la sorpresa cuando suceda. Es cultivar el agradecimiento. Dado que si el recipiente es delicado, aquello que nos sustenta también lo es: el organismo, las relaciones, las expresiones. Al final del ejercicio anual, la cuestión relevante no es “¿qué he conseguido?”, sino “¿qué he cuidado?”. ¿Qué he resguardado de mi impaciencia, de mi empeño en tener la razón? ¿Qué he defendido sin erigirlo en estandarte? Si el recipiente ya se ha quebrado, la acción requerida no es mostrarlo, sino sujetarlo con cuidado.
“¿Adónde quiero ir?” Solo se responde con el estilo de vida que uno está dispuesto a adoptar. No “algún día”, sino en el presente. Si las resoluciones de año nuevo tienen algún propósito, tal vez sea atreverse a trazar un nuevo camino en una declaración. En mi situación, busco una existencia con más espacio para lo delicado, que abarca casi todo lo verdaderamente valioso. Mientras reflexionamos sobre esto, el recipiente se encuentra presente. Destella. Refleja los rayos solares. Es preferible no asegurar que “esta vez sí”, sino entender, con una honestidad absoluta, que la vida no nos es debida. Que no existen certidumbres. Y que, por esta razón, es prudente decidir nuestra dirección y valorar el recipiente antes de que su brillo se estrelle contra el piso.
