* El autor forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia
Este domingo pasado, desde un punto elevado en Vallvidrera, se observaba con claridad el contraste entre dos mundos superpuestos: el cielo frío, eléctrico, atravesado por rayos azulados, y la ciudad cálida, extendida bajo él, con sus luces anaranjadas como brasas encendidas antes del sueño. Así se aprecia en una imagen que comparte en Las Fotos de los Lectores de La Vanguardia.
La fotografía, captada poco antes de la medianoche, resume una tensión visual entre los colores fríos y cálidos que definen la escena. Arriba, la tormenta avanza por el horizonte marino con tonalidades azul violáceo, iluminando las nubes desde dentro. Abajo, Barcelona resplandece con la calidez de su alumbrado, extendida hasta el mar como una red luminosa que resiste el embate del cielo.
El haz de luz del MNAC, el contorno del litoral y la geometría de las avenidas resaltan bajo una atmósfera de amenaza distante. La ciudad parece quieta, a punto de dormitar, mientras la naturaleza muestra otra escala de energía, ajena a su ritmo.
El efecto cromático es el verdadero protagonista de la escena: una luz fría, lejana y poderosa enfrentada a la calidez doméstica y dispersa del mundo urbano. Dos temperaturas, dos estados del ánimo: lo imprevisible y lo cotidiano.

Barcelona bajo el filo eléctrico.
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