* La autora forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia
La primera noche que pasé fuera de casa a los dieciocho años, cuando me mudé de ciudad para comenzar la universidad, la pasé leyendo Corazón tan blanco de Javier Marías. Aquella tarde de hace ya tres años, cuando mi madre se marchó y me quedé sola en la nueva ciudad, mi primer acto de independencia y libertad fue ir a una librería del centro y comprar aquel libro que la profesora de lengua del instituto me había recomendado hacía unos meses.
Ese día era el 10 de septiembre de 2022 y al día siguiente, cuando me desperté, los periódicos anunciaban el fallecimiento de Javier Marías a los setenta años.
La coincidencia no tiene ningún significado en sí misma, ni ningún valor más allá del que yo pueda concederle, pero es cierto que se lo concedo, pues ese primer libro me impactó tanto que mi primero de carrera lo emplearía leyendo la obra de Marías, de manera que sus obras me acompañaron no sólo en mi primera noche fuera de casa, sino en todo mi primer año.
Por ello, ahora que han pasado tres años y comienzo mi último curso de carrera, no puedo evitar pensar en la importancia que sus libros han tenido en mi vida.
Cuenta Javier Marías en varias entrevistas que cuando era joven y exponía alguna opinión o argumento a su padre, este le respondía: “¿Y qué más?”, instándole a ir todavía más allá, a llegar a extraer verdades más profundas y complejas que el argumento o la opinión inicial, y quizá en esa anécdota paterno-filial reside la clave para entender la prosa de Marías, célebre por sus subordinadas, por sus frases extensas y laberínticas que pueden llegar a extenderse a lo largo de páginas, pues en ellas es patente la intención de ir más allá, de llegar al fondo de una idea, de agotar una reflexión hasta que no dé más palabras de sí.
La prosa de Marías aborda todo el mundo invisible que subyace en silencio en nuestro propio mundo y del que no somos conscientes. Marías habla de todos aquellos secretos que desconocemos y que sin embargo definen nuestra vida, los actos que ni siquiera podemos imaginar que han sido cometidos y que sin embargo marcan nuestra biografía, y de la posibilidad y las consecuencias de conocer esos mismos secretos, del riesgo que conlleva saber, hasta el punto de no querer hacerlo. Testimonio de ello es el inicio de Corazón tan blanco, uno de los más célebres de la historia de la novela española: “No he querido saber, pero he sabido (…)”.
Marías explora la cara más oculta de nuestras vidas. Él mismo dio cuenta de ello en el discurso que realizó al serle otorgado el premio Rómulo Gallegos: “Cuando se habla de la vida de un hombre o de una mujer (…) se suele relatar lo que esa persona llevó a cabo y lo que le pasó efectivamente. Olvidamos casi siempre que las vidas de las personas no son sólo eso: cada trayectoria se compone también de nuestras pérdidas y nuestros desperdicios, de nuestras omisiones y nuestros deseos incumplidos, de lo que una vez dejamos de lado o no elegimos o no alcanzamos, de las numerosas posibilidades que en su mayoría no llegaron a realizarse”.
De eso hablan sus libros, de todo aquello que no está a la vista, y sin embargo forma parte de nosotros y nos influye. Adentrarse en la obra de Marías significa asomarse y explorar aquella parte de nuestra vida que permanece en la sombra, los actos que la definen y sin embargo desconocemos, y nos obliga a indagar y a mirar de frente “las pérdidas y los desperdicios”, “los deseos incumplidos” y las posibilidades que “no llegaron a realizarse”, con lo cual amplia nuestro conocimiento sobre nosotros mismos y nuestro mundo.
De eso hablan sus libros, de todo aquello que no está a la vista, y sin embargo forma parte de nosotros y nos influye
Al pensar en Marías, debo recordar el poema que Allen Ginsberg dedica a Walt Whitman: A supermarket in California. En él, Ginsberg explica cómo lleva a Whitman en el pensamiento, cómo le parece verlo, cómo casi puede escuchar su voz, cómo este le acompaña en sus acciones más cotidianas, en el supermercado al que entra y en las calles que recorre.
Todo aquel al que le apasione la lectura entiende que la relación que un lector llega a tener con su autor predilecto es de absoluta intimidad y complicidad.
El autor, sin saberlo, tiene un lugar en los momentos más determinantes de la vida de su lector, así como acceso a sus pensamientos más profundos y privados.
Lector y autor establecen un diálogo a través del tiempo y de los espacios, de manera que puede llegar a resultar incluso disonante que el autor al que nunca se ha conocido haya llegado a tomar parte en decisiones vitales, o se le haya llegado a pedir consejo a través de su prosa.
Cuántas veces a lo largo de estos tres años me habrá parecido tener a Marías junto a mí, como a Gingsberg Whitman. El lector que comienza a frecuentar a un autor y comienza con él una relación de amistad, sabe que sus novelas pueden llegar a sentirse como una mano sobre el hombro que alienta a continuar o como una voz que aconseja en momentos de duda, o incluso como un abrazo que reconforta en momentos de dolor.
El lector que comienza a frecuentar a un autor sabe que sus novelas pueden llegar a sentirse como una mano sobre el hombro
Sospecho que esta sensación de mano sobre el hombro es todavía más fuerte cuando uno es joven, pues los autores a los que uno se vuelve leal en su juventud no se convierten simplemente en acompañantes, sino también en mentores, que legan certezas y enseñanzas en un momento vital en el que las certezas que uno tiene son escasas y las enseñanzas todavía menores.
En algunos de sus artículos, Marías escribió que no creía en la posteridad, que cada vez es más breve, puesto que la memoria de las sociedades actuales es cada vez menor. Es cierto que tres años son en realidad muy pocos, pero en el caso de Marías suficientes para determinar que es sin duda uno de los escritores más brillantes que ha dado la lengua española, y que sin duda perdurará.
En cuanto a mí, lo veré por mucho tiempo en el supermercado y en las calles, como diría Ginsberg, y sentiré por mucho tiempo su mano sobre mi hombro, y resonarán sus consejos en mis oídos, como si fuera un amigo al que se echa de menos y al que no se olvida por mucho tiempo que se pase sin verlo.
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