Siempre me gustó este Papa. Ya en su tercera encíclica “Fratelli Tutti (hermanos todos)” me cautivó reivindicando la necesidad de “rehabilitar la sana política que no está sometida al dictado de las finanzas”. Pero me ganó antes, cuando, como dice la leyenda, durante el cónclave de su elección, justo al llegar a los dos tercios de los votos decidió llamarse “ Francisco ” tras las palabras en ese momento del arzobispo emérito de San Paulo, Claudio Hummes : “no te olvides de los pobres”. “Francisco”, por tanto, por Francisco de Asís.
Algunos quisieron que se llamara “Adriano”, porque Adriano VI había sido el reformador y había que reformar. Y otros le recomendaron que fuera Clemente. Siendo “ Clemente XV ” podría vengarse contra Clemente XIV que suprimió la Compañía de Jesús. En ese contexto nació el papa Francisco, un gran comunicador para los que no pertenecen a la Iglesia católica y un líder también para los no creyentes. Todavía recuerdo, al hilo del primer viaje al Vaticano del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez , para conocerle algunos comentarios despectivos al Pontífice como el “sanchista” papa Francisco. Cuando ni esta Iglesia ni las anteriores en sus cúpulas han sido aliadas de los progresistas. Sí, en cambio, parte de su “base”. Pero cada encíclica se vivía como si fuera Francisco (de Asís), sí, pero leyendo a Karl Marx o viceversa. Perdiendo completamente el foco. La nueva victoria del chico de Queens, Donald Trump , le ha acabado dando la razón en todo.
Desde el 5-N pasado parece que hemos empezado, ahora sí, el siglo XXI
Y, claro, mientras aguantamos el aliento recibiendo informaciones confusas sobre su salud, en estos tiempos tan convulsos e inestables, nos viene a la memoria el legado intelectual y teológico de Joseph Ratzinger para preguntarnos qué nos recomendaría el bávaro en esta nueva rasante religiosa, cultural y política. Muchos vieron en su magisterio una crítica contra el relativismo, como corrección interna al liberalismo progresista de Occidente. Hoy, a buen seguro, que eso sería lo de menos y se mostraría más cercano al magisterio de Francisco que a las ideas del católico converso JD Vance o al milenarismo ortodoxo de Alexandar Dugin . No creo que se volviera a enemistar a los “dos Papas” ni decir que Francisco era un “sanchista”.
La gran resistencia a la nueva rasante cultural y política, tras la victoria de Trump, es técnicamente el magisterio de Francisco. Esto se lo deberían grabar a fuego todo nuestro Congreso, a excepción, claro está, de los diputados de Vox. Hay días que son años y años que son vidas. Y desde el 5-N pasado parece que hemos empezado, ahora sí, el siglo XXI, como si hasta ahora hubiéramos vivido en ese gran período socialdemócrata y liberal, que arrancó en Breton Woods y tuvo en la victoria de Biden en 2020 su bello canto de cisne y en el kaput actual del 23-F alemán su puntilla. Porque la caída del muro de Berlín nos hizo creer que se había acabado el siglo XX, un siglo corto como se decía entonces, y, sin embargo, la crudeza de la resolución de la guerra de Ucrania nos explica que el siglo XX ha sido, tal vez, un siglo largo, con China y los BRICs dejándose ver ya en el tablero global.

El papa Francisco este mes de febrero, dos semanas antes de ser ingresado
Alemania y el cordón sanitario, el recuerdo de Ratzinger, el colapso del liberalismo progresista, la ola autoritaria, la renuncia de Trump a ser el ejército de Occidente, la crisis existencial de la UE, deja mucho espacio vacío para el liderazgo. El cruce de cartas entre el papa Francisco y Vance a cuenta de la interpretación del ordo amoris de San Agustín y la parábola del buen samaritano solo hace unas semanas lo dice todo, en un mundo que está a la espera del relevo papal. Mientras que Vance interpretaba que la caridad se vive sobre todo hacia dentro, hacia los suyos, Francisco recordaba todo lo contrario: se trata de una “fraternidad abierta a todos”. Comunidades abiertas o comunidades cerradas. Emociones positivas o emociones negativas.
Nunca antes en la historia fueron tan necesarios los grandes comunicadores. No sólo son las federales alemanas de ayer, las presidenciales francesas mañana o las legislativas en España. Es, antes que nada, Elon Musk y Steve Bannon –archienemigos– emulando ambos el saludo nazi y abriendo la espita al cambio constitucional para la reelección de Trump en 2028. Es el próximo cónclave: o un papa que continúe la línea de Francisco o un papa cercano a la deriva cognitiva de los nuevos conversos. Larga vida al papa Francisco. Sanchista o no. Pues todo podría estar aún más patas arriba.
Next week
Gran coalición activa o pasiva
Ante el test de estrés al que se ha visto sometida Alemania por todos los flancos de guerra (energético, industrial, geoestratégico, cultural y ahora electoral), parece tras el 23-F alemán que la “Gran coalición activa o pasiva” será la manera de darle continuidad a su lugar en el mundo que, con aciertos y errores, viene ocupando desde el final de la II Guerra Mundial. El liberalismo democrático y social será la respuesta al embate del autoritarismo Trump-Putin. En una guerra híbrida que quiere dinamitar el eje franco-alemán, con la UE como menú y no como comensal.
El ojo de halcón
Trump y el PP
Los espacios hay que ocuparlos antes de que los adversarios se apoderen de ellos. La didáctica en el lado derecho no se está haciendo y crecen los adeptos al trumpismo. El 30% de los votantes del PP (2,4 millones) está muy o bastante de acuerdo con la solución de Trump para Ucrania frente a un 35% (2,9 millones) que está poco o nada de acuerdo. El resto no sabe. Y al mismo tiempo el 68% de los votantes del PP (5,5 millones) creen que Trump afectará negativamente a la economía española. Éste es el mejunje. Y la indecisión penaliza en estos tiempos tan gaseosos.