La primera reunión en Suiza entre Junts y el PSOE a la vuelta de vacaciones fue mal para los intereses socialistas. Carles Puigdemont lo había hablado con su núcleo de confianza y a sí lo dejó claro a sus interlocutores socialistas, encabezados por José Luis Rodríguez Zapatero: sus siete diputados en Madrid votarían a partir de entonces en contra o, como mucho se abstendrían, ante cualquier iniciativa parlamentaria del Gobierno de Pedro Sánchez, fuera la que fuese.
El curso había acabado en julio con el encarcelamiento de Santos Cerdán, que provocó que Junts se distanciara (sin romper) del Ejecutivo y, por ejemplo, pidiera que se dejara para septiembre la votación de las enmiendas a la totalidad de la ley que rebaja la jornada laboral. Pero la principal preocupación para Puigdemont era la falta de avances en la aplicación de los pactos ya alcanzados, desde el reconocimiento del catalán en Europa, que el ex president confiaba en lograr antes de las vacaciones y no fue así, a su regreso a Catalunya, el traspaso de las competencias en inmigración u otras demandas de menor repercusión pública, pero a las que esa formación se ha comprometido delante de gremios y asociaciones de Catalunya y que los ministerios concernidos no acababan de desbloquear.
A la vuelta de vacaciones, Puigdemont trasladó a Zapatero que sin resultados no hay votos
Zapatero salió muy preocupado de aquella reunión en Suiza. Puigdemont le tranquilizó solo en un sentido: no pensaba apoyar ninguna moción de censura que promoviera la oposición para desbancar a Sánchez, pero el Gobierno no podía contar con ellos para aprobar nada en el Congreso. Junts dejaba así al Ejecutivo a la deriva, en una situación de extrema debilidad que se plasmaría en derrotas parlamentarias, pleno tras pleno. Algo que acabaría tornándose en insostenible. En el encuentro, Zapatero desplegó toda su capacidad de seducción con Puigdemont hasta lograr una prórroga.
El líder de Junts transigió en dar algo más de tiempo, hasta otoño, para obtener resultados. Un margen que no ha sido suficiente como para que Junts dejara vía libre a la tramitación de la reducción de la jornada laboral, un asunto en el que había sostenido una posición algo ambigua durante cinco meses de negociaciones, aunque muy sensible a las presiones de los empresarios, con los que trata de recuperar una relación privilegiada.
Miriam Nogueras se dirige a la tribuna ante la vicepresidenta Yolanda Díaz
Yolanda Díaz y su entorno han mantenido numerosos contactos con Junts sobre las 37,5 horas semanales. La vicepresidenta ha hablado directamente con Puigdemont, si bien éste ha remitido siempre a los equipos negociadores. Ha habido reuniones entre el secretario de Estado de Trabajo y el grupo parlamentario de Míriam Nogueras, o incluso entre los dos partidos, con Lara Hernández por Sumar y Jordi Turull por Junts al frente. Desde el principio, la actitud de los de Puigdemont fue fría con esta medida, pero en ningún momento dieron un portazo.
El partido independentista incluso sugirió a sus interlocutores que todo pasaba por convencer a las patronales catalanas. Los dirigentes de Sumar contactaron con organizaciones empresariales. Pese al alineamiento con la patronal, en Junts también eran conscientes de que, según el sondeo del CEO de junio, el 72% de sus votantes quería la reducción de jornada. Patronales y gremios desfilaron por Waterloo para pedir que se frenara la medida.
Finalmente, Puigdemont optó por vetar el proyecto, no tanto por el contenido sino por el motivo expresado a Zapatero: mientras no haya avances en sus reclamaciones, el Gobierno debe ser consciente de que Junts no puede darle su apoyo. Y menos a una iniciativa de Sumar, en sus antípodas ideológicas. Ni siquiera el hecho de que la vicepresidenta fuera la primera en aplicar la “amnistía política”, visitando a Puigdemont en Bruselas, cambió su criterio.
Díaz fue especialmente dura con Junts en su intervención de esta semana en el Congreso. La reacción de Nogueras, sin embargo, no fue escalar en la tensión. Pero entre algunos dirigentes socialistas cundió cierto pánico al escuchar la andanada de la vicepresidenta, conscientes de que la relación con Junts está en un momento crítico. Tanto, que además de los esfuerzos de Zapatero, se consideró oportuna la ayuda de Salvador Illa. La entrevista del presidente de la Generalitat con Puigdemont en Bruselas forma parte de los paños calientes aplicados al plante de Junts, aunque en el encuentro no se abordara directamente el apoyo de los independentistas al Gobierno. Illa mantiene contacto permanente con Sánchez y también con Zapatero, por lo que era perfectamente conocedor de la situación.
El malestar en Junts ante la escasez de resultados tangibles se suma a la falta de un interlocutor del PSOE para las reuniones en Suiza tras la caída en desgracia de Santos Cerdán. Zapatero está asumiendo el peso de esa interlocución, pero Junts se queja de que a veces lo acordado en esa mesa no acaba llegando en la práctica al Gobierno. El principal problema sigue siendo que algunas de las exigencias de Puigdemont no dependen de Sánchez (Alemania rechaza el catalán en Europa y el traspaso de la inmigración no tiene el apoyo de Podemos), mientras la amnistía sigue varada a la espera de novedades judiciales en los próximos meses. El voto de Junts está en el congelador. Y no iba a salir por la reducción de la jornada laboral.
