Le faltó tiempo a Santiago Abascal para dejar claro que no le había gustado ni un pelo la gestión que hizo Alberto Núñez Feijóo de la dimisión de Carlos Mazón. No solo porque a Vox ya le iba bien que el presidente valenciano permaneciera en su cargo y seguir recolectando votos como fruta madura, sino porque su relevo depende ahora de la formación de extrema derecha y el líder del PP aún no le había llamado para consultarle, cosa que haría más tarde. Así que Abascal resumió entonces la actitud del líder del PP con el clásico refrán de “estas son lentejas, si quieres las comes y si no, las dejas”. Dejó claro que el plato se va a cocinar a su gusto.
El pacto con Vox que convirtió a Mazón en presidente en el verano de 2023, el primero de la serie, perjudicó la imagen de moderación y autoridad de Feijóo. El valenciano lo firmó de espaldas al jefe de su partido y, con ese gesto, favoreció la movilización de la izquierda en las inmediatas elecciones generales. Aquella fue la única oportunidad que tuvo Feijóo de medirse con Pedro Sánchez sin el lastre de Vox y Mazón se la cargó de un plumazo. Ahora, el expresidente valenciano vuelve a condicionar la estrategia de los populares en el arranque de un ciclo electoral en varias comunidades.
Para firmar aquel pacto que convirtió a Mazón en presidente, el PP tuvo que hacer las primeras concesiones al discurso de Vox. Después, los de Abascal decidieron abandonar todos los gobiernos autonómicos utilizando como excusa el rechazo al reparto de menores inmigrantes de Canarias. En realidad, Vox se dio cuenta de que los cargos y coches oficiales le restaban atractivo ante un electorado cada vez más radical, un votante que se distanciaba del PP por considerarlo tibio, un amplio sector de la sociedad que está harto del bipartidismo, sistema que identifica con el establishment de siempre. La salida de Vox de los gobiernos autonómicos no significó mayor libertad para el PP, ya que la extrema derecha impuso sus condiciones desde fuera. Mazón, ya en una situación muy debilitada después de la dana, tuvo volver a ceder ante Vox para lograr unos presupuestos esenciales para su discurso de la reconstrucción.
La Comunitat Valenciana es el banco de pruebas de Vox en el que calcular hasta dónde puede condicionar al PP
Vox ha convertido la Comunitat Valenciana en el paradigma de su campaña para intentar a medio plazo desbancar al PP en toda España. Es el listón de sus exigencias. Su plato de lentejas. Hasta ahora, en ese guiso a la valenciana se han incluido ingredientes como estos: promoción de los toros, recortes en cooperación, en la financiación de sindicatos y ONGs, en las políticas de igualdad, en el fomento de la Academia Valenciana de la Llengua y en todo lo que tenga que ver con el pacto verde aprobado por Bruselas, además de rechazar a los menores inmigrantes y la pretensión de distinguir entre españoles y foráneos en las estadísticas oficiales de la comunidad. Y todo ello sin ningún desgaste, puesto que Vox no ha asumido responsabilidades de gobierno relevante. De hecho, de haber permanecido en los ejecutivos autonómicos, hoy estarían tan chamuscados por las consecuencias de la dana como Mazón.
El principal objetivo de Vox es afianzar su discurso político, extenderlo como una mancha de aceite hasta convertirlo en hegemónico. El escenario no puede ser más favorable a Abascal: los acuerdos con el PP permiten la normalización de sus reivindicaciones, en especial las relativas a la inmigración. Además, el contexto internacional es cada vez más favorable. En Italia Abascal ha hecho buenas migas con Giorgia Meloni y en Francia podría haber elecciones, con elevadas probabilidades de éxito para el partido de Marine Le Pen. La opinión dominante en el entorno crea condiciones de asimilación muy fuertes. Vox no explota tanto el liderazgo de Abascal, sino el dominio actual de su ideario. Para la mayoría de los votantes de la derecha, a estas alturas ya no le supone ningún problema que el PP pacte con Vox. Lo que se dirime es cuál de los dos partidos marca la pauta.
La corriente política de fondo en España, según coinciden todos los sondeos, discurre por el lado derecho. La cuestión es cómo se reparte el voto entre el PP y Vox. Los populares endurecen su discurso e incorporan el asunto de la inmigración para evitar más fugas hacia la extrema derecha porque saben que hoy, a diferencia de otras épocas, ya no se ganan elecciones en el centro. Confían en que, a la hora de votar, los electores opten por Feijóo para asegurarse de que echan a Sánchez de la Moncloa. Pero ese voto útil funciona con un partido hermano extremista que sea minoritario y no con uno que está en pleno auge como es Vox. Ése es el principal problema para el PP, como lo fue en su día para el líder socialista cuando Podemos estaba en la cresta de la ola y Pablo Iglesias proclamaba que “el cielo no se toma por consenso, se toma por asalto”.
En esa disputa en el bando derecho del tablero, la negociación para el relevo de Mazón en la Generalitat valenciana es crucial. No solo por la anomalía que supone que el candidato de un partido tenga que ser consensuado con otra fuerza política, sino también por las concesiones que se hagan y la imagen que se dé. No se puede descartar que Vox prefiera unas elecciones en esa comunidad. El último sondeo publicado por ABC y Las Provincias en octubre, realizado por GAD3, arrojaba un escenario halagüeño para los de Abascal: el PP obtendría 33 escaños con un 29% de los votos (ahora tiene 40), el PSOE sacaría 27 escaños con el 25% (ahora son 31), seguido de Vox con 20 escaños y un 19% (tiene 13) y, por último, Compromís obtendría 19 escaños con algo menos del 19% (son 15). Eso antes de toda esta crisis. Es decir, Vox va camino de doblar su resultado. Y la pregunta es si puede condicionar más ahora al PP o después de pasar por las urnas.
La Comunitat Valenciana no es un elemento aislado. La negociación entre el PP y Vox se produce en plena precampaña para las elecciones extremeñas, que María Guardiola ha convocado precisamente porque los de Abascal no le apoyan el presupuesto. Si los valencianos volvieran a las urnas porque no se llega a un acuerdo, sería el 22 de marzo. El 15 de marzo también se celebran elecciones en Castilla y León, donde el presidente Alfonso Fernández Mañueco, del PP, se juega su mayoría después del malestar provocado por la gestión de los incendios del pasado verano y, por tanto, la dependencia de Vox. El resultado de esas contiendas y las posibles negociaciones posteriores con la extrema derecha para lograr las investiduras respectivas serían el marco de la gran pelea política antes del verano: Andalucía. Así pues, a Feijóo le va a resultar muy difícil obviar la existencia de su rival. Tiene dos opciones: intentar diferenciarse aproximándose a posiciones más centradas o el abrazo del oso al enemigo sin complejos, no solo asimilando su discurso, sino entablando una colaboración abierta con Vox, tal como hizo Sánchez a su izquierda. Ambas tienen ventajas e inconvenientes. Lo único claro es que Vox va a servirle lentejas al PP cada día.

