Volvería a votar la Constitución, como lo hice el 6 de diciembre de 1978, la primera vez que pude depositar mi papeleta en una urna. Contenía una pregunta: “¿Aprueba el proyecto de Constitución?” Y un enorme “SÍ” recuadrado. Había otras dos entre las que elegir. Una con un “NO” dentro del recuadro y otra con él en blanco. No fue nada heroico. Casi otros 16 millones de españoles hicieron lo mismo, pero a punto estuve de no poder hacerlo, porque la mayoría de edad era a los 21 años. Yo tenía 18.
Aquellos eran momentos de consenso y todos vieron la importancia de que dos millones de jóvenes entre 18 y 21 años apoyaran la Constitución, por lo que suponía de mirada al futuro y porque valía más ser cautelosos y los jóvenes garantizaban el cambio.
La mayoría de líderes de hoy no votaron la Carta Magna, no tenían edad, pero también es suya
Pero no era fácil en una transición hecha “de la ley a la ley”, en palabras de Torcuato Fernández de Miranda. No bastaba con modificar el Código Civil, había una de las siete leyes Fundamentales del franquismo, la del referéndum, de 1945, que fijaba los 21 años para poder votar en uno. Esas leyes requerían un referéndum para cambiarlas y valía más no jugar con fuego. Así que el 16 de noviembre de 1978, 20 días antes del referéndum constitucional, el Gobierno aprobó un decreto-ley, apoyado por todos los partidos, que establecía la mayoría de edad en la misma que consagraba la Constitución, los 18.
Han pasado 47 años, y volvería a aprobarla. Lo primero, mirándola con los ojos de entonces. Basta con repasar los carteles de entonces para darse cuenta de lo que en realidad se votaba. La campaña institucional subrayaba: “Contra nadie. A favor de todos. Tu derecho es votar, vota libremente”. Los carteles de los partidos reflejaban lo mismo. La rosa del PSOE, sobre el puño que lo representa se convertía en un SÍ a la Constitución, con el lema “construir el futuro está en tu mano” La hoz y el martillo del PCE se colocaban en el punto de la í del sí, con el eslogan “sí a la constitución, a la democracia avanzada, a la reconciliación”. “UCD vota SÍ” subrayaba el partido de Adolfo Suárez.
Adolfo Suárez depositando su voto el 6 de diciembre de 1978
Votamos lo que el presidente del Congreso, Fernando Álvarez de Miranda, subrayaba cuando se aprobó en la Cámara el 31 de octubre, “una etapa cuyo alcance nos es desconocido, pero cuya significación es, desde este mismo solemne momento, histórica”.
Y lo ha sido. Todos insistían en ello. Lo hacía Jordi Pujol: “Es una Constitución que se ha basado sobre la generosidad de muchos, porque todos hemos cedido y todos hemos conquistado algo. Unos renunciaban a la república, otros lograban la abolición de la pena de muerte. Unos conseguían el reconocimiento de un estado plural, otros los derechos fundamentales de los españoles. Santiago Carrillo hablaba de la Constitución de la “reconciliación, válida para todos los españoles, que hace cruz y raya con el pasado y que no cierra el camino a posibles transformaciones” y Felipe González la aprobaba “sin reservas, desde el artículo primero a la disposición final”. Manuel Fraga, con un partido divido que votaba la mayoría a favor, aunque también hubo quien lo hizo en contra y quien se abstuvo, la apoyaba: “Hemos optado por la vía de la esperanza de que esta pueda ser la Constitución de las dos Españas, de todos los españoles, ni la del inmovilismo ni la de la revancha”. Incluso el presidente del PNV, Xabier Arzalluz, que se abstuvo y pidió la abstención, matizaba que su voto no impedía un apoyo al texto una vez promulgada.
La mayoría de los dirigentes políticos de hoy no votaron la Constitución, no tenían edad, pero también es de ellos y la apoyan hasta cuando piden su reforma, necesaria en muchos casos: para eliminar la preferencia del varón sobre la mujer en la línea sucesoria, el reconocimiento de derechos sociales que se hacen imprescindibles. Pero sigue siendo válida 47 años después.