Por muy barato que sea, hay sitios en los que uno no debería pasar la noche. No importa si están en una gran ciudad, en medio del campo o en una zona turística. Cuando un alojamiento no tiene fotos, ni valoraciones, ni siquiera una descripción decente, lo más sensato sería pasar de largo. Pero la curiosidad, el precio o la simple falta de opciones a veces juegan en contra. Y lo que parecía una anécdota acaba convirtiéndose en una historia que da bastante mala espina.
Nacho llegó a Seúl solo, con la idea de ahorrar en alojamiento para gastarse el dinero en otra cosa. Encontró un Airbnb por 20 euros que no tenía fotos ni reseñas, pero le pareció una oportunidad. Cuando localizó la llave y consiguió entrar, lo primero que notó fue la poca luz, un ordenador encendido sin nadie alrededor y unas figuras religiosas de tamaño considerable en un altar que no le daban confianza.
El pasillo llevaba a una habitación cerrada, con pinta de estar ocupada, aunque en ese momento no se oía nada. La duda era tan básica como inquietante: ¿tenía que dormir ahí o en el primer cuarto? Ni lo sabía ni había nada que lo indicara.
No tardó en subir la experiencia a Instagram. Ahí fue cuando una señora coreana que conocía el idioma —y con la que había coincidido antes— le escribió para advertirle de inmediato: “Me ha dicho que ni se me ocurra dormir. Ellos son coreanos y habrá visto algo raro”. Según ella, la casa pertenecía a unas brujas y no era segura. Añadió que podían hacerle algo “en el alma”.
El consejo fue claro: recoger todas sus cosas cuanto antes y marcharse sin mirar atrás. Nacho tuvo que dejar lo que estaba haciendo en la ciudad para volver corriendo al alojamiento. Al entrar, la luz seguía encendida, pero acabó pensando que era porque él mismo la había dejado así. Vio, además, que en la puerta había unos símbolos grabados de los que no se había percatado antes. Definitivamente no era normal.
Recogió rápido y salió. El último consejo de la señora fue que se marchara a dormir a una sauna coreana. No es la típica noche en un Airbnb, pero al menos salió de una pieza. Y con una historia que, ahora, sí que vale bastante más que 20 euros. “Se lo contaré a mi nietos”, aseguró.