Encajado entre la Vall d’Hebron, Horta y el Carmel, el barrio de la Clota (Horta-Guinardó) es un pequeño paréntesis dentro de la imagen habitual de grandes bloques de pisos de ladrillo visto y toldos verdes de la zona. El adjetivo pequeño no está elegido al azar, sino que es literal: se trata del barrio con menos superficie de toda Barcelona.
En sus escasas 18 hectáreas rodeadas de desniveles viven unos 600 vecinos, buena parte de los cuales habitan en una excepcionalidad dentro de la capital: casas bajas, a menudo con pequeños jardines o huertos.
Roser, vecina de La Clota
“En los últimos años hemos dado un gran paso hacia adelante”
Casi como si la ciudad se hubiera olvidado de construirse en este rincón. Pasan las décadas y los vecinos se pasan el relevo de una voluntad compartida: conservar todo aquello que los hace tan particulares en una ciudad en constante cambio.
“Hemos sido uno de los grandes desconocidos de Barcelona; incluso algún guardia urbano no sabe por dónde van las calles cuando viene”, ejemplifica Àngels, de 66 años. Además de vivir desde hace más de tres décadas en la Clota, es la presidenta de la Asociación de Vecinos. Con Àngels, dos vecinas más señalan las particularidades de un barrio que quieren conservar.
Paqui tiene 70 años y hace 50 que vive en la Clota, prácticamente los mismos que la edad de Roser, de 54 años, nacida y criada en el barrio. A lo largo de las décadas han visto cómo el barrio ha luchado por su supervivencia, cómo la Barcelona olímpica les dio la espalda y cómo, a raíz de la pandemia, centenares de vecinos de los barrios limítrofes descubrieron este oasis verde.
Entre la voluntad de seguir mejorando el barrio y escapar de las garras de los procesos de gentrificación que viven otras zonas de Barcelona, las vecinas subrayan que trabajan de forma activa para alcanzar ese difícil equilibrio. “Nosotras no podemos especular con nuestras viviendas porque no hemos querido. Hemos luchado por tener unos coeficientes de edificabilidad bajos”, explica Roser.
Y Àngels añade: “Creo que sorprendió al Ayuntamiento, porque normalmente la gente aprovecha al máximo la edificabilidad para construir lo más posible, ¿no? Las casas no están catalogadas, pero logrando estos coeficientes bajos no sale a cuenta especular”. Por su parte, Paqui matiza: “Claro que hay gente para todo, y también hay quien querría”.
Siempre en la cuerda floja, siempre movilizados
Como en otros barrios periféricos de la capital, fueron los propios vecinos quienes se procuraron algunos servicios básicos, como el alcantarillado. Sin embargo, mientras que en otros lugares esto forma parte de un pasado lejano, en la Clota era una realidad hasta hace pocos años.
“Uno de los principales cambios que he visto es que hace unos cinco o seis años instalaron el alcantarillado. Mi calle no tenía. Bueno, tenía solo el que habían puesto los vecinos”, detalla Paqui. Y Roser resume: “A principios de siglo, el barrio todavía estaba en el siglo XIX. En los últimos años hemos dado un gran paso adelante. Todo el mundo tiene servicios a mano, salvo que cuando llueve a veces se va la luz, pero menos que antes. Hemos mejorado mucho”.
Aunque la zona vivió grandes transformaciones durante las Olimpiadas de 1992, la Clota quedó relativamente al margen. “En 1992 taparon la riera, que nos había dado muchos problemas; a más de uno le había arrastrado el coche”, recuerda Paqui. “Estamos rodeados por tres grandes vías: la calle Lisboa, la avenida Cardenal Vidal i Barraquer y la avenida Estatut. Eso nos dejó más hundidos, y para tapar las miserias nos rodearon de cipreses y cañas. Todo junto ha dificultado durante años la comunicación con los barrios de alrededor”, detalla.
Àngels, Paqui y Roser en Torre Jussana
A la desconexión física se añade el hecho de que durante años los vecinos han vivido con inseguridad sobre los terrenos donde se levantaban sus casas. “Somos la primera generación que está más o menos segura urbanísticamente. La generación de mis padres, época franquista, ya se fue a Madrid a parar un proyecto de la época de [José María] Porcioles, que ni siquiera afectaba a todas las casas”, explica Roser. La calificación del suelo en la Clota ha ido variando y ha puesto en peligro la supervivencia de algunas viviendas a lo largo de los años.
“Antes, buena parte de la zona habitada del barrio estaba afectada por la zona verde. A través de la lucha vecinal conseguimos cambiarlo y aprobar un plan que respetara las casas existentes y planteara hacer jardines y mejorar el entorno”, detalla Àngels, que señala preocupada que el consistorio pueda modificar los planes de futuro para ese espacio después de tantos años de negociaciones.
Las tres coinciden: la organización vecinal está en el ADN de la Clota. “Quizá no iremos a cortar la ronda, pero si hay que presentar 50 instancias, las haremos”, explica Roser. Y Paqui añade: “Nunca hemos sido de montar grandes follones, pero no nos quedamos quietas”. “Somos pocos y bien avenidos”, resume Àngels.
Las dos Clotas
La Clota se divide en dos: Conservación y Reordenación. La primera engloba las pequeñas casitas con huerto y aire rural que han definido la imagen del barrio, y la segunda la forman los grandes (y nuevos) bloques de pisos. Estéticamente, son prácticamente un oxímoron una respecto a la otra. Eso no quiere decir que no haya relación entre ambas Clotas. “Poco a poco, algunos se van relacionando más con la asociación… Los últimos que han llegado aún se han interesado más”, reflexiona Àngels.
Barrio de la Clota
Ahora mismo, la distribución del barrio tampoco facilita la relación entre las dos zonas. “Aunque sea un barrio pequeño, estamos alejados. Por eso reivindicamos la construcción del parque de la Clota, que debe aglutinar a todo el barrio”, detalla Àngels. Ese parque todavía debe concretarlo la administración municipal.
La identidad del barrio sigue claramente marcada por el pasado de la Clota Conservación. Los recuerdos de cuando el barrio estaba rodeado de campos y parecía formar parte de la ciudad solo administrativamente siguen presentes.
“Seguimos diciendo que ‘bajamos a Barcelona’; son expresiones que se quedan, casi como una reivindicación”, afirma Roser. ¿Dónde empieza la ciudad entonces? Las tres apuntan que alrededor del punto donde la avenida de los Quinze se cruza con el paseo Maragall.
El corazón social del barrio
En un barrio con poco espacio público, muchas viviendas y pocos negocios, ¿dónde se relacionan mayoritariamente los vecinos? Las tres señalan el centro neurálgico: el bar El Raconet de la Clota. “Allí siempre hay gente, y los domingos a la hora del vermut está a reventar”, afirma Paqui, mientras sus compañeras asienten. Detrás del éxito del único bar del barrio está Cinta, que en 2025 hará diez años que tomó las riendas del negocio.
Cinta reconoce que el negocio va bien y que siempre tienen gente, pero comparte el papel de punto de encuentro de este pequeño barrio con las propias calles. “Aquí viene mucha gente, pero como en buena parte del barrio no pasan coches, la gente coge las sillas y se sienta en la calle a charlar y pasar el rato. Es como un pueblo dentro de Barcelona; esto es la Clota y este es el único bar del pueblo”, resume riendo.
Cinta, propietaria de 'El Raconet de la Clota'
La restauradora tiene un vínculo más que empresarial con el barrio. Sus padres se conocieron en la Clota y, aunque ella no nació allí, ahora es vecina. “Fue mi padre, ya jubilado, quien paseando por el barrio vio que se alquilaba el local, que ya era un bar, y me dijo que tenía que cogerlo”, recuerda Cinta, que explica que fue gracias al tradicional boca a boca que pudo contactar con los propietarios.
Mientras Cinta detalla cómo el negocio ha dado frutos en los últimos diez años, al pequeño local no dejan de llegar clientes que saludan a los parroquianos. “La pandemia fue un momento difícil, pero el propietario nos puso muchas facilidades. En aquel momento, cuando la gente empezó a pasear por aquí, fue una locura”, explica Cinta, que remarca que muchos se han fidelizado. Y augura: “Ya verás como tú también te encontrarás aquí un domingo tomando un vermut”.
Resistencia a la especulación
Casas bajas, un paisaje verde, una comunidad unida y una zona tranquila: según Roser, estos son los elementos de los que disfrutan los habitantes de la Clota. “Obviamente, en este barrio hay todo tipo de realidades, pero también ha cambiado mucho”, puntualiza, destacando la mejora en los servicios, las comunicaciones y el mantenimiento del barrio.
“Esto es un lujo. Ahora me das lo que pueda valer mi casa y no me voy. ¿Adónde iría? ¿Fuera de la ciudad? ¿Quién más puede tener una casa, un jardín o un huerto en Barcelona? Quizá los de Pedralbes, y ni así, porque no tienen los servicios tan a mano, necesitan el coche para todo. Pobrecitos, no sé por qué no se quejan”, bromea Roser, pero aprovecha para remarcar: “Aquí tienes cerca el autobús, el metro, la escuela pública, el CAP… claro que hay cosas a mejorar, como por ejemplo la conexión con el Carmel, pero es un gran lugar”.
El equilibrio entre los cambios y la conservación choca en el día a día en la Clota, donde las obras municipales forman parte de la rutina. “Está entrando poco a poco la modernización por debajo de la puerta. Esperamos que el núcleo de la Clota siga como está, porque es muy romántico. Es muy romántico encontrar un lugar en Barcelona con estas características, ¿no te parece?”, reflexiona Cinta.
Este artículo fue publicado originalmente en RAC1.

