Una investigación de la Universidad de Cambridge indica que los seres humanos no somos tan estrictamente monógamos como tendemos a creer.
Monogamia
Un estudio global examina los patrones de interacción entre individuos, concluyendo que la monogamia es el modelo de comportamiento más común, si bien se aprecian variaciones y características específicas de cada cultura.
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Una investigación de la Universidad de Cambridge indica que los seres humanos no somos tan estrictamente monógamos como tendemos a creer.
Durante mucho tiempo, la monogamia se ha considerado fundamental en las interacciones humanas. Diversas publicaciones, investigaciones antropológicas y profesionales de la psicología han intentado comprender las razones detrás de nuestra búsqueda de constancia en pareja y la influencia de factores culturales, biológicos y evolutivos en nuestros vínculos. Mientras algunos argumentan que la lealtad es intrínseca y esencial para la procreación, otros proponen que los vínculos humanos son maleables y se ajustan, pudiendo adoptar configuraciones no monógamas dependiendo del contexto social y temporal.
La discusión se ha agudizado en los últimos años debido a la emergencia de modalidades de vínculo inéditas, abarcando desde uniones no monógamas hasta la poligamia contemporánea o las relaciones secuenciales. Especialistas en conducta humana han debatido acerca de la influencia de la cultura en la biología y la reciprocidad, así como el grado en que podemos referirnos a “instinto monógamo” en contraposición a elecciones sociales deliberadas.
En este marco, la investigación más reciente de la Universidad de Cambridge proporciona una estructura científica definida para contrastar a los seres humanos con otras formas de vida y examinar nuestras pautas de reproducción a partir de la genética.
La monogamia en debate
La monogamia no es un estado natural, de acuerdo con Cambridge
El estudio, dado a conocer en la publicación Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences, empleó una metodología novedosa: examinar la relación entre hermanos de padre y madre y aquellos que solo comparten uno de los progenitores, como señal de monogamia. Dicho de otro modo, los científicos evaluaron la cantidad de descendencia que tenía los mismos padres en diversas comunidades humanas y en el reino animal.
Los hallazgos colocan a los seres humanos en una posición media. Con un 66 % de hermanos completos, nos encontramos en el séptimo puesto de 11 especies consideradas socialmente monógamas, situándonos detrás de castores, lobos etíopes o tamarinos de bigote, pero considerablemente por encima de chimpancés y gorilas, con tan solo un 4 % y 6 % respectivamente. Esto indica que, si bien la monogamia es mayoritaria, no es una regla inquebrantable.

Otras especies comparadas
Para contextualizar las cifras, criaturas como el ratón ciervo de California exhiben una lealtad reproductiva del 100 %, en contraste con los chimpancés, que apenas llegan al 4 %. En este espectro, los seres humanos se asemejan a animales que colaboran socialmente, tales como el castor euroasiático (72,9 %) y el gibón de manos blancas (63,5 %).
Científicos examinaron información de más de cien comunidades humanas, tanto contemporáneas como históricas, y unieron información genética con hallazgos arqueológicos. Dicha combinación posibilitó la creación de un esquema comparativo del emparejamiento humano en contraste con mamíferos que exhiben vínculos de pareja duraderos.

Desarrollo de la monogamia y la colaboración social
Por otra parte, los descubrimientos apuntan a que la monogamia podría haber sido fundamental en el desarrollo de la cooperación humana, impulsando la formación de sociedades intrincadas. La constancia en la pareja habría propiciado la crianza conjunta y la unidad social, un rasgo que escasea en otras especies de mamíferos.
A diferencia de la mayoría de las criaturas monógamas que habitan en pequeños grupos familiares, los seres humanos unen lazos de pareja con amplias redes sociales, lo que intensifica la demanda de colaboración y crianza conjunta. La mara patagónica, un roedor originario de Sudamérica, figura entre los escasos animales que exhiben un patrón social comparable.
No obstante, la investigación subraya que esto se refiere a monogamia reproductiva, no a monogamia sexual. Las personas pueden involucrarse en relaciones no monógamas o emplear métodos anticonceptivos, pero la composición genética de sus linajes familiares evidencia una inclinación hacia uniones perdurables.
Incluso en sociedades donde se permite la poliginia, la gran mayoría de las uniones matrimoniales son monógamas. Esto sugiere que, a pesar de la existencia de diversidad cultural, la inclinación predominante favorece vínculos estables y exclusivos, lo que refuerza la noción de que la monogamia es el patrón dominante en nuestra especie.

En resumen, la investigación de Cambridge no refuta la monogamia en los seres humanos, pero sí la sitúa en su perspectiva: somos mayoritariamente monógamos, aunque nuestra adaptabilidad cultural y social admite variaciones. La genética, la evolución y la colaboración social contribuyen a entender por qué prevalecen las uniones estables, mientras que la psicología actual subraya que mantenerlas demanda una dedicación emocional continua.
La indagación revela que nuestros vínculos exhiben una sutil armonía entre la biología, la cultura y los sentimientos, y que el modo en que expresamos afecto y establecemos un hogar es tan intrincado como la trayectoria evolutiva de la humanidad.

