Ir al cine en Barcelona todavía es un acto de resistencia cultural. Entre las grandes multisalas y el atractivo de las superproducciones, la ciudad aún conserva refugios que defienden otra forma de mirar, espacios que cultivan la intimidad, la cercanía y el tejido de una comunidad cinéfila que sobrevive al margen del circuito más comercial. Desde cines que apuestan por la nostalgia y mantienen prácticas de antaño
–como el clásico formato de sala única–, hasta aquellos que combinan cine independiente con producciones populares, lugares como el Verdi, el Zumzeig o el mítico Cinema Maldà se han convertido en un punto de encuentro para quienes buscan una experiencia que va más allá.
Son casi las diez de la noche de un jueves y una multitud aguarda en el frontis del Verdi. En pocos minutos comenzará la proyección de Romería, la última película de la directora barcelonesa Carla Simón, y será ella misma la encargada de presentarla. Los espectadores la escuchan atentos mientras relata detalles tras bambalinas, como el inesperado casting de Llúcia Garcia, la protagonista del filme, a quien conoció paseando precisamente por Gràcia. Este barrio sabe de cine de culto y los Verdi han transformado su vida vecinal. Una sala que a inicios del siglo XX se aventuraba a alternar presentaciones teatrales con sesiones de cine, lleva cuatro décadas siendo una insignia de la cinematografía de autor en la capital catalana.
Alauda Ruiz de Azúa, directora de ‘Los domingos’, conversará con los cinéfilos de los cines Verdi y Renoir
Conectar a los cinéfilos con los directores de sus obras es una de las claves de este espacio y de muchos otros cines de autor. “Contamos con nueve salas entre el recinto principal y el anexo Verdi Park en la calle Torrijos. Nuestra programación combina ciclos europeos, estrenos de autor y funciones especiales”, explica la administración. Además, acoge grandes citas culturales como el BCN Film Fest 2025. Este mes de octubre destacan el concierto en pantalla de Simply Red en Santiago, el ciclo Jueves de Imprescindibles con coloquios del crítico Eduardo de Vicente, los Martes Culturales con documentales artísticos y la Fiesta del Espectador, que ofrece una película seleccionada a solo 3,90 euros. Y encuentros con el equipo de A un lloc de la ment o Los domingos. Además, organizan sesiones matinales de fin de semana en las que proyectan algunas de las óperas y ballets más prestigiosos del mundo.
La cineasta catalana Carla Simón presentó en los Cines Verdi su última película, ‘Romería’, y explicó al público algunas anécdotas sobre el rodaje
Donde colinda la Vila de Gràcia con el Eixample, los Cinemes Girona llevan 89 años de vida. Pasando por distintos nombres –como cine New York o Moderno–, este sitio ofrece cine de autor catalán, europeo, latinoamericano, asiático y de otros estilos. “Tenemos un público muy diverso, pero especialmente nos visitan vecinos y personas que están muy interesadas en el cine y que aprecian la variedad”, dice su socio fundador y director Toni Espinosa. Para su público, los Girona ofrecen cada verano un abono económico de 95 euros para todo el año. Además, el recinto se ha consolidado como sede de distintos festivales como el Korean Film Festival y el Asian Film Festival, mientras que el pasado mes de septiembre acogió los Travel Film Awards.
“Al cinéfilo le encanta estar en contacto con los creadores de las obras. Esto completa la experiencia ”, recalca Espinosa a propósito de los coloquios con directores que organiza este recinto. Uno de ellos, que tuvo lugar la pasada semana, fue el del documental palestino Ambulence de Mohamed Jabaly, el cual retrata el asedio en la franja de Gaza. Otro se producirá hoy, a las 20 h, posterior a la proyección de Estrany riu, de Jaume Claret, con el equipo del filme, y próximamente habrá también citas con Silvina Schincer, directora de La quinta, o con el director y la guionista de Adiós Madrid, Diego Corsini y Mariana Cangas, respectivamente, en el marco del Festival de Cine Argentino BAAR.
Coloquio posterior a la proyección de ’Miralles’, la semana pasada en Zumzeig
Ese afán por conectar a fanáticos con creadores también lo llevan a cabo espacios como los Cines Renoir con el Proyecto Viridiana, que busca visibilizar contenidos fuera de lo mainstream, pero de gran calidad, y con otras actividades. Los domingos, que se alzó con la Concha de Oro en el último festival de San Sebastián, se proyectará el 16 de octubre con una charla online posterior con su directora, Alauda Ruiz de Azúa. Aquí, como en el resto de salas, tan solo hay que estar atento a la cartelera para no perderse ninguno de los encuentros que organizan semanalmente.
Igual de cinéfila es la concurrida calle del Pi, en el Gòtic, a pocos metros de la catedral de Barcelona, donde las históricas Galerías Maldà salvaguardan un ícono del tiempo: la sala única de cine más antigua de toda la ciudad, el Cinema Maldà. Apenas ingresar al centro comercial, su pequeña taquilla pasa desapercibida para quien no sabe de su existencia. Dentro, entre carteles de películas, aguarda Xavier Escrivà, gerente y programador desde hace más de 35 años. “Somos un cine como los de antes”, sentencia de inmediato. “Este año cumplimos 80 años. Tenemos un público que está acostumbrado a ver contenido independiente y no comercial. Somos un cine art house ”, define.
Comunidad
El bar Bistrot del Zumzeig es también un punto de encuentro para los cinéfilos
El concepto es claro: “No vendemos palomitas, no hacemos publicidad en la sala, no hay tráileres, porque somos cinéfilos. Es la experiencia de entrar a la sala oscura y estar preocupado por la película”. Escrivà debe parar de hablar por momentos para atender la taquilla. En menos de cinco minutos, dos personas diferentes se acercan para preguntar por la sesión de cine gratuito que una vez al mes organizan en el Maldà, el resto de la semana los precios varían entre los 5,50 y los 9 euros dependiendo del día. “También hacemos cine con bebés, en el Maldanins, y tendremos los festivales Love and Hope y Barcelona Queer Film Festival”.
A diferencia de otros cines de barrio, esta sala de Ciutat Vella lidia con un entorno un tanto hostil para generar comunidad barrial. Por eso, han apostado por proyectar sus películas en un horario de 12 del mediodía hasta máximo las 20 horas. “En otros barrios puedes ver a una señora paseando el perro o yendo al mercado. Aquí no tengo barrio, solo hay comercio y turismo. Por eso hacemos las funciones más temprano, para que venga gente de diferentes sitios”, añade su programador.
Alauda Ruiz De Azua se alzó con la Concha de Oro por 'Los domingos'
Una experiencia distinta viven los vecinos de Sants-Montjuïc. En la tranquila calle Béjar, un pequeño letrero de luces fluorescentes escribe “Cine”. No hay anuncios gigantes, ni carteles de las películas que se proyectan. La entrada del cine Zumzeig es austera, pero no la amplia gama de largometrajes que ofrecen. Desde cintas catalanas como L’impuls nòmada de Jordi Esteva hasta producciones internacionales como la japonesa Sigue volando de Takuya Katô, este sitio nacido en el 2013 empuja una modalidad de cine cooperativo sin fines de lucro que es único en Catalunya. “En Zumzeig apostamos por un cine muchas veces invisible. Uno que tenía pocas posibilidades de exhibirse en Barcelona”, explica Albert Triviño, coordinador de programación.
Aunque esta sala de proyección es relativamente nueva, ha rescatado la nostalgia del amor por el séptimo arte. Actualmente, funcionan gracias a la colaboración de 300 personas, entre ellos 30 voluntarios que participan de sus distintas comisiones. “Barcelona era la ciudad que tenía cines de barrio en cada esquina. Ahora apenas quedan. Este es nuestro humilde aporte para mantener la comunidad”, dice Triviño. Y es que el encanto del Zumzeig no termina cuando finaliza la película. Su bar Bistrot es también un punto de encuentro para la comunidad cinéfila. “Muchas veces continuamos los coloquios en el bar. Al ser un sitio tan pequeño hay mucha gente que se encuentra allí de otras funciones y empiezan a charlar. Se construyen amistades en el cine”.
La vida cinéfila en Barcelona se mantiene como un pequeño acto de resistencia frente a la homogeneización del entretenimiento, preservando la memoria de una tradición cultural que persiste pese a los cambios contemporáneos. “Es una herramienta de cohesión barrial y un punto de encuentro de los barrios”, define Triviño, porque ir al cine sigue siendo un encuentro, una conversación y una forma única de mirar y sentir la ciudad.

