El nacimiento de una extraña 'Superestar'
Crítica
La serie de Netflix narra el ascenso a la fama de Tamara/Yurena y la constelación de estrellas ‘trash’ salidas del universo de ‘Crónicas Marcianas’

Es cierto que Tamara y Tony Genil fueron a inaugurar una frutería.

En el primer episodio de Superestar, que Netflix estrena este viernes, se narra de dónde viene María del Mar Cuena Seisdedos, la mujer conocida como Tamara, después como Ámbar y finalmente como Yurena. Nació en Santurce, un municipio de Vizcaya, hija única de un matrimonio mayor para la época. Pero, si alguien quiere un biopic al uso, que no utilice la obra de Nacho Vigalondo como guía. Es una fabulación existencial más que una exposición dramatizada y detallada de su vida.
En esos cincuenta minutos se muestra cómo Margarita Seisdedos, interpretada por una Rocío Ibáñez impecable, tiene la misma enajenación que su hija: confía en su éxito como estrella del pop a pesar de no entonar una sola nota. Y, en un giro surrealista, esa Tamara no crece físicamente en la cabeza de Margarita al llegar a la treintena: solo ve a una niña, interpretada por Sofía González, a pesar de que Vigalondo tiene contratada a la adulta Íngrid García Jonsson para dar vida a la diva trash.

Esta es solo una de las inacabables decisiones artísticas del autor en una televisión que a menudo destaca precisamente por la mirada convencional, estandarizada y sin riesgo, especialmente en Netflix. Esta actitud artística merece un respeto: se trata de una apuesta distinta, excéntrica, única. Entrega a entrega, Superestar construye un mural sobre un momento concreto de la televisión en el que se catapultó a la fama a sujetos esperpénticos mediante su explotación en programas como Crónicas Marcianas.
Secun de la Rosa es Leonardo Dantés, el compositor del No cambié, el tema con el que Tamara lideró las listas de ventas (y de politonos); Natalia de Molina es Loly Álvarez, que ya había cantado el No cambié y que se volvió adicta al bisturí; Carlos Areces es Paco Porras, el vidente de verduras que convenció a Tamara para fingir ser su novia; Pepón Nieto es Tony Genil, que triunfó con España cuánto te quiero y después estaba desesperado para que se le acercaran los micros; y Julián Villagrán es Arlequín, el antiguo novio y representante de Tamara (y acosador).

La etiqueta de los Javis puede llevar al equívoco: Superestar no está concebida como una serie pop con momentos enternecedores o emotivos marca de la casa. Tiene alguno, sobre todo forzado en el tramo final de la historia, pero es otra cosa. Es una aproximación incómoda y triste a unos sujetos dispuestos a venderse el alma por unos minutos de fama con un Vigalondo que busca cómo narrarlos sin repetirse y sin caer en los lugares comunes. El capítulo de Loly Álvarez y Arlequín, por ejemplo, bebe directamente del género de superhéroes: es una historia de origen del villano.
Esto tiene un peligro: posiblemente no será una obra accesible o atractiva para quienes no conozcan los personajes y las anécdotas narradas y, por lo tanto, no entiendan el juego, como si fuera una broma interna con mucho presupuesto.

Sin embargo, a medida que avanza, plantea dudas más complicadas. ¿Qué intenta contar sobre los sujetos? ¿Qué tesis defiende? No se compromete con ninguna lectura de esa generación de frikis, que parecen ubicarse en algún punto entre el narcisismo, la mentira compulsiva y el montaje consciente, los problemas de salud mental y personalidades límite.
Y, en su bajada a los infiernos de la fama trash, donde a menudo las decisiones creativas se acumulan sin acabar de sumar o construir un mural cohesionado, Superestar parece tener miedo a criticar los programas, presentadores y productores con nombres y apellidos que explotaron a estas personas con una mirada deshumanizadora. Muestra a los gladiadores del circo sin atreverse a señalar a los que estén en el palco, organizando los juegos mortales, animándoles a matarse entre sí.