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Santiago Korovsky: “El reto era visibilizar a las personas con discapacidades sin caer en la condescendencia”

Entrevista

El creador y actor de 'División Palermo', ganadora de un Emmy internacional, estrena la segunda y última temporada de la serie argentina

Santiago Korovsky

Santiago Korovsky

REDACCIÓN / Terceros

Hace dos años, un grupo de ciudadanos con discapacidades o pertenecientes a minorías sociales pasó a formar parte de la ficticia División Palermo , una unidad de protección barrial en Buenos Aires creada como una operación de marketing para lavar la imagen de las fuerzas de seguridad. La serie de Netflix se convirtió en un fenómeno de boca-oreja y terminó siendo una de las joyas inesperadas del catálogo. Su creador y protagonista, Santiago Korovsky (Buenos Aires, 1985), nos habla sobre la segunda y última temporada, recién estrenada en la plataforma.

¿Le sorprendió el éxito de División Palermo en gran parte del mundo?

A nivel internacional, me encantaría que el verdadero éxito llegue ahora, con la segunda temporada. Con la primera nos fue muy bien -ganamos incluso un Emmy internacional-, pero siento que aún hay margen para llegar a más público. En España, por ejemplo, la conocen sobre todo en el ámbito de la industria: actores, productores, periodistas... pero en la calle todavía hay terreno por conquistar.

¿Esperaba que trascendiera una comedia aparentemente tan local?

Hay una idea instalada de que “el humor no viaja”, que es difícil de exportar. Yo no estoy tan de acuerdo. Me gustan las comedias que retratan universos propios, sin buscar un discurso global. Creo en eso de “pintar tu aldea y pintarás el mundo”. Aunque División Palermo tenga un tono muy argentino, aborda temas universales: la inclusión, la política, la seguridad, la empatía... Y también se ríe de nuestras propias miserias. Es local, sí, pero con resonancia global.

“Me escribía gente pidiéndome participar en la segunda temporada: “Me faltan dos brazos”, “soy gay y no tengo una pierna”...  Y varios de esos encuentros terminaron en participación real”

Uno de los aspectos más novedosos de la serie fue cómo abordó el humor en torno a la discapacidad. Usted habló de “inclusión sin condescendencia”. ¿Ese fue el mayor reto?

Totalmente. El desafío era visibilizar ciertas realidades desde el humor, sin caer en la solemnidad ni en la condescendencia. Muchas veces se infantiliza a las personas con discapacidad, se las trata como héroes trágicos o “seres de luz”, y la verdad es que, cuando las conoces, suelen ser de lo más irónicos, ácidos y divertidos. Para lograr ese tono tuvimos asesores que nos ayudaron a empujar los límites. Nos decían: “Esto es aburrido, hagan humor”. Y nos contaban sus propias historias, que luego adaptábamos al guion.

Había que encontrar un equilibrio.

Desde el comienzo supimos que ser solemnes era un error, pero también que hacer un humor insensible lo era. El punto era encontrar una comedia con perspectiva, que no se riera de las personas, sino de las situaciones que enfrentan. Reírnos juntos de lo absurdo para poder hablar de lo que hay que cambiar, incluso en nosotros mismos.

¿La respuesta del público con discapacidad fue más positiva o hubo críticas también?

Fue uno de los miedos que tuve al principio, y la verdad es que recibimos muchísimo agradecimiento. Hace poco hicimos una función accesible para personas con discapacidad y minorías, y la recepción fue increíble. Me escribía gente pidiéndome participar en la segunda temporada: “Me faltan dos brazos”, “soy gay y no tengo una pierna”, “tengo que estar en División Palermo ”. Eran mensajes tan afectuosos que a veces no sabía cómo responder. Y varios de esos encuentros terminaron en participación real: hay un actor con parálisis cerebral que me escribió, nos reunimos, lo conocí, y finalmente forma parte del elenco. Se abrió un mundo nuevo.

¿Eso hizo que el casting fuera más complejo que en otras producciones?

Sin duda. En una serie convencional, si necesitqs un hombre de 35 años, hay miles para elegir. Pero si buscas a alguien en silla de ruedas, musculoso, con experiencia actoral, el universo se reduce muchísimo. En nuestra sociedad, las minorías tienen pocas oportunidades de representación. En general, son otros quienes actúan “por” ellas. Nos propusimos cambiar eso. El 95 % del elenco que representa una minoría forma parte realmente de ella. Muchos no tenían experiencia previa, pero con entrenamiento y ensayos lograron cosas impresionantes. Y también aportaron algo fresco, distinto. Hay algo valioso en esa mirada nueva. Combinamos actores experimentados con otros que actuaban por primera vez, y eso enriqueció mucho la serie. Requirió hablarle de manera distinta a cada uno, pero fue muy gratificante.

¿Fue difícil encontrar la idea para esta segunda temporada y hacer avanzar la historia con Felipe como espía?

Sí. Había dejado varias líneas abiertas al final de la primera temporada: una mafia coreana, una conexión con inteligencia, una suma de dinero… El reto fue hacerlas convivir. Algunas se contradecían o iban por caminos distintos. Costó decidir cuáles profundizar, cuáles soltar. Nos reunimos con espías y gente vinculada a los servicios de inteligencia para recolectar información, sin buscar hacer una denuncia directa. Lo mismo que hicimos en la primera temporada: queríamos construir un universo propio y tomarnos libertades creativas, sin perder una base de realidad. Y en Argentina, muchas veces la realidad supera la ficción. El absurdo forma parte del día a día: en la política, en las fuerzas de seguridad, en la sociedad en general. Eso alimentó mucho la ficción.

¿Qué diferencias encontrará el espectador entre la primera y la segunda temporada de la serie?

En esta segunda fuimos más al límite, tanto en el humor negro como en lo policial. Involucramos más a los actores en el proceso creativo, charlamos con ellos sobre sus personajes, y eso generó una conexión distinta. Es una temporada más oscura, más adulta, y a mí me gusta mucho cómo quedó. A quienes les gustó la primera, les digo que sigan porque hay sorpresas. Y a quienes no la vieron aún, que arranquen: el viaje vale la pena.

Leí que le gustaría hacer una versión estadounidense de División Palermo

En realidad, me preguntaron si me gustaría hacer una versión argentina de The Office, y respondí que División Palermo ya es mi The Office local. Después me sugirieron hacer una versión estadounidense de la serie. Me parece que funcionaría en distintos contextos: División Chueca en Madrid, en Austria, en EE.UU… El humor, si está bien hecho, puede viajar. Pero no es algo que me quite el sueño. Tengo ganas de pasar a otro proyecto. Ya tengo 40 años, actúo en la serie, la escribo, la dirijo… y cada temporada me lleva unos tres años. No me quedan tantos papeles que quiera interpretar. Me gustaría hacer películas, explorar otros mundos. Quizás algún día, hacer un especial, una película de División Palermo, o una “última misión”. Pero por ahora quiero mirar hacia adelante.

Francesc Puig Alegre

Francesc Puig Alegre

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Licenciado en Periodismo por la UAB. Redactor de La Vanguardia desde 1987. En la actualidad en las secciones de Series, Televisión y Gente

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