Los criminales nazis más peligrosos de la Segunda Guerra Mundial

Las caras del mal

Pilotos de aviación, enfermeras y médicos supuestamente titulados, voluntarios del partido de Hitler son solo algunos de los protagonistas

Los criminales nazis más peligrosos de la Segunda Guerra Mundial

Los criminales nazis más peligrosos de la Segunda Guerra Mundial

LVD

La Segunda Guerra Mundial proporcionó a determinados delincuentes los suficientes medios, ubicaciones y, principalmente, víctimas para campar a sus anchas y dar rienda suelta a sus sádicas prácticas. Bajo el beneplácito del nazismo y auspiciados por las directrices del Führer, hombres y mujeres llevaron a cabo algunos de los crímenes más atroces durante esta etapa de la historia contemporánea.

Experimentos médicos, torturas y flagelaciones, falsas vacunaciones y descuartizamientos indiscriminados supusieron la muerte de decenas de personas en manos de verdaderos asesinos en serie hasta la llegada de los aliados y la derrota de Adolf Hitler y sus secuaces.

De apuesto piloto a homólogo de Jack el Destripador

1. Gordon Cummins

Aquella fría mañana, un electricista acudió al refugio antiaéreo de Marylebone para comprobar la instalación cuando, de pronto, trastabilló hasta perder el equilibrio. Al dirigir su mirada al suelo, descubrió una linterna, un bolso y, algo más escondido, el cuerpo inerte y semidesnudo de una mujer. La habían estrangulado.

Esa misma noche, Gordon volvió a actuar, pero esta vez tras contratar los servicios de una prostituta, Evelyn Oatley, de 35 años, conocida en el sector como Nita Ward. Su cuerpo fue hallado desnudo, con la garganta seccionada y el cuerpo mutilado sexualmente con un abrelatas.

Gordon Cummins, vestido de piloto

Gordon Cummins, vestido de piloto

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Este objeto, encontrado a pocos metros de la víctima, aportó otra prueba crucial: las huellas dactilares del asesino. Además, el forense concluyó en su informe que el autor también era zurdo. Segunda coincidencia en menos de veinticuatro horas.

Pese a las pistas encontradas, la policía todavía no supo relacionar ambos crímenes hasta que se produjo el tercer asesinato. Fue entonces cuando se percataron de una carnicería de mujeres durante el denominado apagón de Londres en plena Segunda Guerra Mundial.

La prensa inglesa recoge la detención de Gordon Cummins

La prensa inglesa recoge la detención de Gordon Cummins

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Una época en la que un apuesto aviador de las Fuerzas Aéreas británicas, Gordon Cummins, se convirtió en el homólogo moderno de Jack el Destripador bajo el sobrenombre de The Blackout Ripper, el Destripador del Apagón. Nadie podía imaginar que, tras su apariencia seductora y educada, se escondía un sádico sexual

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Enfermera y sádicos experimentos con niños

2. Herta Oberheuser

“Nos llevaron a una barraca donde vi a mujeres operadas. Les habían operado las piernas, cortado tendones, los músculos, rasgado la piel, se les veía el hueso, todo para experimentar con el cuerpo humano. Tenían unas cicatrices horribles. A otras les inoculaban productos químicos o sufrían amputaciones”.

El testimonio de Conchita Ramos, superviviente española en el campo de concentración de Ravensbrück , es solo una muestra de quienes vivieron los sádicos experimentos médicos que perpetraron los nazis en estos recintos de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial.

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Herta Oberheuser, de niña

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Una de las personalidades más crueles fue la de Herta Oberheuser, una enfermera nazi que disfrutaba extirpando y reimplantando partes del cuerpo de niños y mujeres para verificar su grado de recuperación.

En una de sus primeras investigaciones, Herta empleó las sulfanomidas, unos fármacos que, según el doctor Joseph H. Andrejus Korolkovas, se utilizaban “para el tratamiento de las infecciones bacterianas” y hasta para combatir la lepra, y que en Ravensbrück se usaron con el único fin de comprobar su efecto en las prisioneras.

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Herta Oberheuser, durante el juicio de Nüremberg

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Para ello, primeramente, las infligían heridas similares a las que tenían los soldados alemanes en el campo de batalla; después, se las infectaban con astillas de madera, clavos oxidados, cristales, serrín o suciedad, lo que posibilitaba que las reas sufrieran gangrena, por ejemplo; para terminar administrando dicho medicamento por vía tópica.

Su sadismo llegó a tal punto que la mayoría murió en la sala de operaciones. Tras los juicios de Nüremberg y su ínfima condena, vivió en libertad y siguió ejerciendo como dermatóloga.

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Asesino en serie de judíos

3. Marcel Petiot

Durante varias horas, una de las chimeneas del edificio parisino no paraba de desprender una negra humareda de olor nauseabundo. Los vecinos, extrañados, avisaron a la Policía para que comprobase a qué se debía.

Cuando los agentes revisaron el inmueble y accedieron al sótano localizaron la “sala de los horrores” con un horno crematorio, una caldera de carbón con partes de cuerpos desmembrados, un cadáver sobre una mesa de operaciones, material quirúrgico y una jaula con grilletes.

La Policía saca cuerpos del sótano de Marcel Petiot

La Policía saca cuerpos del sótano de Marcel Petiot

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Sin embargo, el dueño de aquel cuarto, el doctor Marcel Petiot, afirmó ser jefe de la Resistencia francesa en plena Segunda Guerra Mundial y que sus víctimas pertenecían a la Gestapo. Los gendarmes, agradeciendo su alarde de patriotismo, decidieron dejarlo marchar. Acababan de soltar a un peligroso asesino en serie de judíos.

Su tapadera era proporcionar documentación falsa para que judíos, resistentes o criminales viajasen a Argentina a cambio de 25.000 francos por persona (unos 3.800 euros). Sin embargo, aquello no era más que una artimaña para conseguir víctimas fáciles para sus propios experimentos criminales. Gracias a la ayuda de tres cómplices, el médico captó a numerosos clientes que según entraban por la puerta terminaban diseccionados.

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La ‘Sádica de Sutthof’

4. Herta Bothe

Los rasgos marcados de su cara, su pesada mandíbula y su mirada desafiante caracterizaron a una de las guardianas nazis más aterradoras que ha dado la historia del Tercer Reich. Herta Bothe, exenfermera convertida en Aufseherin (guardiana) en Stutthof, Ravensbrück y Bergen Belsen, fue descrita como una “supervisora despiadada”, ruidosa y arrogante.

La guardiana irrumpía repentinamente en el Judenältester (el campamento judío) emitiendo teatrales y calculados gritos a sus prisioneras cada vez que no realizaban correctamente sus tareas. Esto es, lavar los platos o incluso hacer la cama.

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Herta Ehlert (i) y Herta Bothe (d), guardianas nazis en Bergen Belsen

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Si tales quehaceres no se hacían con el suficiente cuidado, Bothe abofeteaba duramente y sin miramientos a las “responsables” de aquel desaguisado. Su único objetivo: intimidar, atormentar y humillar a una población recluida entre cuatro paredes. Sus torturas preferidas: flagelaciones, palizas y disparos a sangre fría.

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Doctor de las SS y amigo de Himmler

5. Sigmund Rascher

“Todos los pacientes se han calentado por completo en una hora como máximo, aunque algunos de ellos tenían las manos y los pies blancos y congelados”, escribió Sigmund Rascher sobre el proceso de descongelación de sus pacientes en el campo de concentración de Dachau.

Previamente, el experimento comenzaba metiendo a los prisioneros en tanques de agua con hielo con el objetivo de estudiar los efectos del frío en el ser humano. Después, el doctor de las SS procedía a sacarlos de la hipotermia mediante aberrantes prácticas sexuales.

Experimentos sobre hipotermia en el campo de concentración de Dachau conducidos por Ernst Holzlöhner (izqda.) y Sigmund Rascher.

Experimentos sobre hipotermia en el campo de concentración de Dachau conducidos por Ernst Holzlöhner (izqda.) y Sigmund Rascher.

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“He observado personalmente como a un prisionero encerrado […] le estallaban los pulmones”, detalló en uno de esos informes. Esta forma de revivir a los reos tenía el beneplácito de Heinrich Himmler.

Durante el tiempo que este criminal de guerra midió la resistencia humana ante situaciones extremas, más de cien reos murieron asesinados. El propio nazi fue ajusticiado por sus camaradas al mentir sobre su familia aria.

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‘Brígida, la sanguinaria’

6. Hildegard Lächert

Su extrema brutalidad y la fiereza de sus zarpazos le valió el apodo de la Tigresa, aunque otros prisioneros decidieron denominarla Brígida, la sanguinaria. Aquella mujer alta, rolliza, de espeso cabello castaño, gozaba fustigando a los internos que, con miedo, ni tan solo se atrevían a mirarla a la cara.

Hildegard Lächert parecía un “demonio demente”, tal y como aseveraban los supervivientes. Era como si una fuerza maligna se hiciera dueña de su mente y de su cuerpo.

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‘Brígida, la sanguinaria’, de torturadora nazi a espía de la CÍA

Mónica G. Álvarez
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Hasta la expresión de su cara se tornaba cuando sentía esa violenta necesidad de golpear y asesinar. Aquella “puta sádica brutal” -como la denominaba su compañera Christa Roy- se divertía jugando con el látigo, azotando una y otra vez la espalda y el pecho de los internos. Ninguna parte de su cuerpo se libraba de su seña de identidad.

Esta guardiana fue el “azote sádico” de campos de concentración nazis como Majdanek o Auschwitz. Pero tras quedar en libertad, la sorpresa llegó cuando se convirtió en una agente espía de la CÍA.

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